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SORIA: Dedicada al Abuelo, conocedor del percal...

Dedicada al Abuelo, conocedor del percal

Este sábado pasado nos hemos reunido cuatro compañeros de profesión, todos jubilados, para lo que en Zaragoza, se llama almorzar, o sea, comer huevos con jamón, charlar, jugar a la baraja y tomar unas copas. Lo hacemos con cierta frecuencia, a las diez de la mañana y lo pasamos francamente bien. Existe ese pique suficiente como para cabrearnos cuando el compañero hace una mala jugada, si como consecuencia de la misma se pierde la partida. Este último día, en el tiempo de charla, mientras comemos y bebemos, nos ha contado Jesús, una historia muy curiosa de unos compañeros, con nombres y apellidos.
Sucedió hace ya bastantes años. Se fueron de fin de semana desde Madrid a Málaga, dos pilotos, un mecánico y un radiotelegrafista (todos ellos militares) en un avión Junkers. En aquel tiempo se hacía con frecuencia, para hacer horas de vuelo y, de paso, visitar amigos o familiares; o simplemente conocer algunas ciudades. Como a la hora de regresar, los pilotos consideraron que el tiempo no era muy bueno, decidieron hacer la vuelta en tren. Parece ser que los otros miembros de la tripulación, no opinaron de la misma manera y decidieron volver con el avión ellos solos, contraviniendo las órdenes de los superiores. El mecánico con el grado de brigada, se hizo responsable de la hazaña de pilotar el avión, mientras el radiotelegrafista, cabo 1º, cumpliría la misión propia de su especialidad: Pedir permiso para el despegue y seguir las directrices de la torre de control hasta la toma de tierra.
Cuando el lunes por la mañana, los pilotos se presentaron en la Base militar, para comunicar que el avión se hallaba en Málaga, el oficial de servicio, les dijo que estaba aparcado allí desde el día anterior. La sorpresa fue mayúscula y el cabreo de los pilotos monumental. Resultado: El mecánico, que se declaró único responsable de la epopeya, fue castigado a dos años de prisión en un castillo militar. Y es que en el ejército, el que la hace la paga; aunque en algunas ocasiones eso de “poner el cascabel al gato”, merece la pena. En estos tiempos, sobre todo en aviones a reacción, sería impensable una acción parecida.

Un abrazo, amigos de Soria