Ahora que conceptos como machismo y feminismo están en la boca de todos siendo, sin duda, uno de los temas de moda, crisis aparte, por otro lado, y raro es el día que no se alude a ellos en diferentes medios de comunicación, no estaría de más recordar, aun siendo evidente o de Perogrullo, que no son ni simétricos ni antónimos. Machismo, como bien indica la RAE, esa institución injustamente insultada por algunas femis analfabetas, significa ni más ni menos que la actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres. Prepotencia, añadimos, generada estrato a estrato durante milenios. Feminismo, por otra parte, no significaría como contrapartida prepotencia de las mujeres respecto al varón, sino, también según la RAE, doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres, en su primera acepción, y movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres, en su segunda.
Quienes ya no somos jóvenes imberbes, precisamente, nos educamos tanto unos como otras, en una sociedad eminentemente machista. El anecdotario sería tan amplio que, por prolijo, abarcaría muchas páginas de éstas. Tampoco sería razonable, por otra parte, juzgar épocas pasadas desde la óptica actual porque, parodiando a Ortega, fuimos nosotros y nuestras circunstancias. Lo que tampoco justificaría, por una mala entendida tradición y comodidad ventajista, lo de “sostenella y no enmendalla” por parte de los varones, principalmente.
No somos pocos los que de forma callada y anónima llevamos años mentalizándonos en el cambio de roles y actitudes, en el reconocimiento de los valores de la mujer, en reconocer no sólo su igualdad de derechos sino en su superioridad en muchos campos. Ante algunas mujeres, y alguna incluso reconocida en estos foros, a uno no le queda más remedio que descubrirse. Y habremos de seguir usando el cepillo de cerdas duras para irnos arrancando restos de la costra de machismo que todavía llevamos adherida como lapas en nuestra piel, casi, casi, añadiríamos, en nuestro código genético.
Quienes ya no somos jóvenes imberbes, precisamente, nos educamos tanto unos como otras, en una sociedad eminentemente machista. El anecdotario sería tan amplio que, por prolijo, abarcaría muchas páginas de éstas. Tampoco sería razonable, por otra parte, juzgar épocas pasadas desde la óptica actual porque, parodiando a Ortega, fuimos nosotros y nuestras circunstancias. Lo que tampoco justificaría, por una mala entendida tradición y comodidad ventajista, lo de “sostenella y no enmendalla” por parte de los varones, principalmente.
No somos pocos los que de forma callada y anónima llevamos años mentalizándonos en el cambio de roles y actitudes, en el reconocimiento de los valores de la mujer, en reconocer no sólo su igualdad de derechos sino en su superioridad en muchos campos. Ante algunas mujeres, y alguna incluso reconocida en estos foros, a uno no le queda más remedio que descubrirse. Y habremos de seguir usando el cepillo de cerdas duras para irnos arrancando restos de la costra de machismo que todavía llevamos adherida como lapas en nuestra piel, casi, casi, añadiríamos, en nuestro código genético.
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"Habremos de seguir usando el cepillo de cerdas duras para irnos arrancando restos de la costra de machismo que todavía llevamos adherida como lapas en nuestra piel, casi, casi, añadiríamos, en nuestro código genético"
"Habremos de seguir usando el cepillo de cerdas duras para irnos arrancando restos de la costra de machismo que todavía llevamos adherida como lapas en nuestra piel, casi, casi, añadiríamos, en nuestro código genético"
Pues ya veo que compartes las palabras textuales de Manuel que reproduces.