Reproduzco un artículo que me ha llegado por correo electrónico. Rajoy y Zapatero se ven perfectamente reflejados y confirman lo que pensamos mucha gente.
Gallardía (De Lorenzo Silva)
La que tuvo en la noche del domingo el candidato perdedor, Alfredo Pérez Rubalcaba, al comparecer ante sus militantes, sus electores y todo el país, para admitir sin tapujos ni ambages una derrota histórica, que acredita la magnitud insoportable de los errores acumulados por el Partido Socialista Obrero Español en los últimos tres años. La que tuvo, justo a continuación, al reconocer el triunfo de su rival y darle su felicitación. O al resumir una vez más, pese a haber sido vencido en las urnas, los principios que lo movieron a concurrir a las elecciones y que entendía que debían inspirar la labor de oposición que a partir de ahora le incumbe a su partido. La gallardía que no dejó de exhibir, se esté o no de acuerdo con sus tesis, a lo largo de una campaña abnegada y coherente, no demasiado afortunada en su primer tramo, bastante más certera y sólida en la segunda semana, aunque nada de eso pudiera servir para impedir un descalabro que estaba ya grabado a fuego en el alma del país.
Gallardía, también, la que nos obsequió el candidato ganador, Mariano Rajoy, con uno de los mejores discursos de vencedor en la noche electoral que nos ha sido dado escuchar en las tres décadas largas que llevamos de democracia. La que le llevó, después de una campaña más bien reservona (probablemente sensata en quien compite con inapelable ventaja en medio de la tempestad y con los tiburones describiendo círculos alrededor del barco, pero no por ello menos decepcionante), a desgranar con la suficiente claridad como para que nadie se llame a engaño qué es lo que le toca y lo que está dispuesto a hacer. Sin paños calientes que adormezcan miedos infantiles, pero tampoco con la impiedad del que ve hundirse a la gente sin arrojarle un cabo. Sin el revanchismo al que la victoria invitaba frente a los hábiles rentabilizadores de hechos diferenciales, pero sin escatimar, moleste a quien moleste, que es el presidente respaldado por once millones de personas que se sienten españolas y no tienen ninguna intención de avergonzarse de ello. Gallardía de estadista y de orador aplomado. Si los hechos lo muestran en los meses venideros igual de gallardo como gobernante, habrá motivos para la esperanza, incluso de quienes no le votamos.
Gallardía, en fin, la que le faltó a Rodríguez Zapatero. Pésimo navegante entre escollos, triste cómitre de galeotes con la mar ya arbolada, funesto seleccionador de oficiales y liquidador del socialismo español y de las esperanzas de una izquierda convenientemente cortada en porciones. La noche del domingo, la del naufragio, el honor le exigía afrontarlo erguido en cubierta. Solo los capitanes que carecen a la vez de la dignidad y de la inteligencia que el mando requiere, toman el primer bote y dejan que sea otro el que se hunda con el barco.
Gallardía (De Lorenzo Silva)
La que tuvo en la noche del domingo el candidato perdedor, Alfredo Pérez Rubalcaba, al comparecer ante sus militantes, sus electores y todo el país, para admitir sin tapujos ni ambages una derrota histórica, que acredita la magnitud insoportable de los errores acumulados por el Partido Socialista Obrero Español en los últimos tres años. La que tuvo, justo a continuación, al reconocer el triunfo de su rival y darle su felicitación. O al resumir una vez más, pese a haber sido vencido en las urnas, los principios que lo movieron a concurrir a las elecciones y que entendía que debían inspirar la labor de oposición que a partir de ahora le incumbe a su partido. La gallardía que no dejó de exhibir, se esté o no de acuerdo con sus tesis, a lo largo de una campaña abnegada y coherente, no demasiado afortunada en su primer tramo, bastante más certera y sólida en la segunda semana, aunque nada de eso pudiera servir para impedir un descalabro que estaba ya grabado a fuego en el alma del país.
Gallardía, también, la que nos obsequió el candidato ganador, Mariano Rajoy, con uno de los mejores discursos de vencedor en la noche electoral que nos ha sido dado escuchar en las tres décadas largas que llevamos de democracia. La que le llevó, después de una campaña más bien reservona (probablemente sensata en quien compite con inapelable ventaja en medio de la tempestad y con los tiburones describiendo círculos alrededor del barco, pero no por ello menos decepcionante), a desgranar con la suficiente claridad como para que nadie se llame a engaño qué es lo que le toca y lo que está dispuesto a hacer. Sin paños calientes que adormezcan miedos infantiles, pero tampoco con la impiedad del que ve hundirse a la gente sin arrojarle un cabo. Sin el revanchismo al que la victoria invitaba frente a los hábiles rentabilizadores de hechos diferenciales, pero sin escatimar, moleste a quien moleste, que es el presidente respaldado por once millones de personas que se sienten españolas y no tienen ninguna intención de avergonzarse de ello. Gallardía de estadista y de orador aplomado. Si los hechos lo muestran en los meses venideros igual de gallardo como gobernante, habrá motivos para la esperanza, incluso de quienes no le votamos.
Gallardía, en fin, la que le faltó a Rodríguez Zapatero. Pésimo navegante entre escollos, triste cómitre de galeotes con la mar ya arbolada, funesto seleccionador de oficiales y liquidador del socialismo español y de las esperanzas de una izquierda convenientemente cortada en porciones. La noche del domingo, la del naufragio, el honor le exigía afrontarlo erguido en cubierta. Solo los capitanes que carecen a la vez de la dignidad y de la inteligencia que el mando requiere, toman el primer bote y dejan que sea otro el que se hunda con el barco.
lasprovincias. es
fecha 22 de noviembre de 2011
fecha 22 de noviembre de 2011