AQUEL HOMBRE VOLVIÓ A SOÑAR CON SU NIÑEZ.
Aquel hombre de 90, años de edad, recordaba en su memoria, sus andanzas infantiles, los sueños le recordaban sus paseos desde su pueblo, hasta poder divisar, las pistas sobre tierra seca, donde los aviones de la legión Cóndor, despegaban y aterrizaban, el ruido de sus motores, los tenía metidos en su cerebro, aquellos años terribles de la guerra civil, y así, día a día, desde un lugar cercano a Barcelona, donde su familia le llevo de inmigrante, en los años de 1945, su pasado le daba por sentirle, noche a noche. En toda su vida jamás tuvo deseos de volver allí, era cómo sí no hubiera nacido en esa tierra de Soria. Hasta que un nieto suyo, mirando en el ordenador pudo comprobar, que los sueños del abuelo habían sido realidad, y decidió volver a pisar aquella tierra soriana, donde la realidad, se confundía con sus sueños. No tardaron demasiado tiempo, para hacer el viaje por carretera, el abuelo y sus dos nietos, se veían felices en aquellos 500, kilómetros que les separaban de su destino. Llegaron a las dos de la tarde, a la Ciudad del Burgo de Osma, donde se decidieron parar a comer y de paso, comprar algún regalo para la familia en Cataluña. Luego se pasearon por aquella bonita ciudad, donde las piedras parecían tener siglos de historia. Todo aquello al abuelo le parecía un sueño, ya que al marcharse de aquella tierra, apenas había visitado El Burgo, y su marcha hacia Barcelona, fue buscando una vida un poco mejor económicamente. Llegaron hasta su lugar de origen, y desde allí se dirigieron hasta el balcón de tierra, que el de niño tantas veces visitó, y se llevo una sorpresa. Las pistas de aterrizaje, eran hoy día, unas plantaciones de manzanas, que parecían ser de otro planeta, estuvieron allí parados cómo una hora, y el abuelo empezó a sentir el eco de los aviones, que los dos nietos habían puesto en duda, pero en aquel lugar, parecían ser realidad, los ecos se repetían cómo sí estuvieran bajo los manzanos, aquellos aviones alemanes, que tantas bombas arrojaron sobre España, y tantas muertes inocentes causaron. El abuelo con sus 90, años lloró, no podía entender el cambio sufrido, en aquel valle Raso, llamado La Rasa, donde el río Duero, era el límite de la finca, donde los manzanos, hacían una hermosa pared, de verdor con sus ramas llenas de manzanas creciendo. Todo al abuelo le parecía distinto, solamente el balcón de tierra rodeado de enebros, seguía igual, continuaron por la carretera, que une Caracena con El Burgo de Osma, comprobando que aquel pueblo llamado Navapalos, era todo un montón de adobes y tapiales hundidos, y sin ver señales de vida futura, continuaron por dicha carretera, llevando a sus dos lados los frondosos árboles de manzanas, que parecían estar en tierras de Levante, al estar también cuidados, y preparados para diferentes climas. El abuelo y sus dos nietos, volvieron de nuevo hacia Barcelona, pero ahora sí, los sueños del abuelo, eran más realidad, habían sentido aquel eco, cómo sí fuera una cinta de grabación permanente, los sonidos de aceleración de aquellos aviones, que vinieron a La Rasa, para hacer las pruebas con ellos, y saber la efectividad de sus ataques, en territorio republicano, y así tenerlos preparados para la misión que cumplirían en sus objetivos, en la segunda guerra mundial. Aquella noche durmieron en la Ciudad de Soria, y su paseo por El Collado, y centro de la población, les dieron bastantes alegrías, aquellos nietos, que jamás habían pisado en la Ruta de, Don Antonio Machado. Se quedaron prendados de aquella visita por las orillas del Duero, y de poder dormir en su Parador, con las vistas al río Duero. El abuelo se vio orgulloso, de poder volver a la tierra que le vio nacer, y comprobar que sus sueños habían sido una realidad, que nadie la podría ocultar.
G X Cantalapiedra.
Aquel hombre de 90, años de edad, recordaba en su memoria, sus andanzas infantiles, los sueños le recordaban sus paseos desde su pueblo, hasta poder divisar, las pistas sobre tierra seca, donde los aviones de la legión Cóndor, despegaban y aterrizaban, el ruido de sus motores, los tenía metidos en su cerebro, aquellos años terribles de la guerra civil, y así, día a día, desde un lugar cercano a Barcelona, donde su familia le llevo de inmigrante, en los años de 1945, su pasado le daba por sentirle, noche a noche. En toda su vida jamás tuvo deseos de volver allí, era cómo sí no hubiera nacido en esa tierra de Soria. Hasta que un nieto suyo, mirando en el ordenador pudo comprobar, que los sueños del abuelo habían sido realidad, y decidió volver a pisar aquella tierra soriana, donde la realidad, se confundía con sus sueños. No tardaron demasiado tiempo, para hacer el viaje por carretera, el abuelo y sus dos nietos, se veían felices en aquellos 500, kilómetros que les separaban de su destino. Llegaron a las dos de la tarde, a la Ciudad del Burgo de Osma, donde se decidieron parar a comer y de paso, comprar algún regalo para la familia en Cataluña. Luego se pasearon por aquella bonita ciudad, donde las piedras parecían tener siglos de historia. Todo aquello al abuelo le parecía un sueño, ya que al marcharse de aquella tierra, apenas había visitado El Burgo, y su marcha hacia Barcelona, fue buscando una vida un poco mejor económicamente. Llegaron hasta su lugar de origen, y desde allí se dirigieron hasta el balcón de tierra, que el de niño tantas veces visitó, y se llevo una sorpresa. Las pistas de aterrizaje, eran hoy día, unas plantaciones de manzanas, que parecían ser de otro planeta, estuvieron allí parados cómo una hora, y el abuelo empezó a sentir el eco de los aviones, que los dos nietos habían puesto en duda, pero en aquel lugar, parecían ser realidad, los ecos se repetían cómo sí estuvieran bajo los manzanos, aquellos aviones alemanes, que tantas bombas arrojaron sobre España, y tantas muertes inocentes causaron. El abuelo con sus 90, años lloró, no podía entender el cambio sufrido, en aquel valle Raso, llamado La Rasa, donde el río Duero, era el límite de la finca, donde los manzanos, hacían una hermosa pared, de verdor con sus ramas llenas de manzanas creciendo. Todo al abuelo le parecía distinto, solamente el balcón de tierra rodeado de enebros, seguía igual, continuaron por la carretera, que une Caracena con El Burgo de Osma, comprobando que aquel pueblo llamado Navapalos, era todo un montón de adobes y tapiales hundidos, y sin ver señales de vida futura, continuaron por dicha carretera, llevando a sus dos lados los frondosos árboles de manzanas, que parecían estar en tierras de Levante, al estar también cuidados, y preparados para diferentes climas. El abuelo y sus dos nietos, volvieron de nuevo hacia Barcelona, pero ahora sí, los sueños del abuelo, eran más realidad, habían sentido aquel eco, cómo sí fuera una cinta de grabación permanente, los sonidos de aceleración de aquellos aviones, que vinieron a La Rasa, para hacer las pruebas con ellos, y saber la efectividad de sus ataques, en territorio republicano, y así tenerlos preparados para la misión que cumplirían en sus objetivos, en la segunda guerra mundial. Aquella noche durmieron en la Ciudad de Soria, y su paseo por El Collado, y centro de la población, les dieron bastantes alegrías, aquellos nietos, que jamás habían pisado en la Ruta de, Don Antonio Machado. Se quedaron prendados de aquella visita por las orillas del Duero, y de poder dormir en su Parador, con las vistas al río Duero. El abuelo se vio orgulloso, de poder volver a la tierra que le vio nacer, y comprobar que sus sueños habían sido una realidad, que nadie la podría ocultar.
G X Cantalapiedra.
Me ha encantado cómo ha narrado esta historia tan desconocida según la visión y el recuerdo de un niño. Ójala pueda volver a su tierra de nuevo y ver sitios nuevos y que todo aquello está muy muy atrás pero que no debemos olvidar.