MÁS ALLÁ DEL MURO Y, LA MURALLA
¡Oh Jerusalén!. “Tus enemigos… te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (S. Lucas 19:43-44). Las aseveraciones bíblicas para un cristiano; al visitar tierra santa, es como morir culturalmente, para intentar renacer a una comprensión más amplia del Medio Oriente.
El descubrimiento in situ de culturas tan ajenas a las nuestras, no deja de ser un enriquecimiento para poder entender mejor ese complejo mundo, en el que uno puede opinar (o decir todo lo contrario) y, seguir discutiendo las razones de la complejidad judía en la franja de Palestina.
Si Jesús viera la eterna encrucijada que hay en las tierras que predicó el evangelio y, viera a su amurallado Jerusalén como un inmenso cementerio de piedras, más bien un museo al aire libre. Un gigantesco foro de contrastes ideológicos como un teatro en el que se desarrolla el melodrama religioso. Todo un sabor a siglos, los muros del templo de Salomón y el Santo Sepulcro. Admiramos los turistas con nuestros respectivos atuendos, entre el trasiego variopinto de “tantos trajes negros” y… los gatos, que te miran indiferentes y silenciosos entre las ruinas de antiguas sinagogas, o en los mercados subterráneos de los laberínticos callejones.
Todos juntos, (pero no revueltos) y el misterio de un Dios trascendente que puede que nos mire a los humanos como a un rebaño extraño, marcados por el amor y por el odio. La condición humana, de amar y padecer incomprensiblemente.
Como poder entender el muro de la sinrazón de Judíos y Palestinos, (Quizá lo arregle en mayo Zapatero) un holocausto entre hermanos que se sigue repitiendo. Una cárcel al aire libre en Cisjordania clama en el desierto. A lo mejor Jesucristo sigue predicando inútilmente a las conciencias desde el Santo Sepulcro.
La extraña sensación en la penumbra de los cánticos oratorios en un monumento sepulcral. Y, en el muro de las eternas lamentaciones, escritas y depositadas entre las grietas pétreas. (Dios las irá leyendo de una en una, aúnque nos hayamos muerto. Los papeles los retiran y entierran cuidadosamente de vez en cuando). Parece una visión mágica, que el tiempo se paraliza mirando desde el monte de los olivos, en medio de las constantes oraciones sonoras desde los minaretes.
La menorah, la luz de la existencia judía, que tanto abunda por todas partes, es un recordatorio para que no olvidemos que también la media luna y, sobretodo la santa Cruz es nuestro más preciado símbolo de confraternizar con todas las religiones del mundo; Sin que nos matemos unos a otros. Recordando las palabras de Jesús (y, para mi, la auténtica religión) “por sus frutos los conoceréis”.
Quizá a Israel lo que más les guste de occidente sean los Euros, pero con el tiempo aprenderemos todos a vivir en paz (o shalom como ellos dicen). En fin, ahora tal vez, el viejo escenario pétreo ya no es más que la nostalgia de un pasado histórico, o quizá una fantasía de lo que pudo haber sido y no fue. Donde solo queda el escenario de cartón piedra contemplado por millones de turistas y, la vigilante mirada de los gatos. De este teatro de piedras levantadas para representar un poder glorioso y “la salvación del hombre”. Ya digo, sólo queda el impresionante escenario, sobre el que parece que está a punto de levantarse el telón de los sueños de un mundo mejor, más allá del muro y la muralla.
Jacinto Herreras Martín
¡Oh Jerusalén!. “Tus enemigos… te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (S. Lucas 19:43-44). Las aseveraciones bíblicas para un cristiano; al visitar tierra santa, es como morir culturalmente, para intentar renacer a una comprensión más amplia del Medio Oriente.
El descubrimiento in situ de culturas tan ajenas a las nuestras, no deja de ser un enriquecimiento para poder entender mejor ese complejo mundo, en el que uno puede opinar (o decir todo lo contrario) y, seguir discutiendo las razones de la complejidad judía en la franja de Palestina.
Si Jesús viera la eterna encrucijada que hay en las tierras que predicó el evangelio y, viera a su amurallado Jerusalén como un inmenso cementerio de piedras, más bien un museo al aire libre. Un gigantesco foro de contrastes ideológicos como un teatro en el que se desarrolla el melodrama religioso. Todo un sabor a siglos, los muros del templo de Salomón y el Santo Sepulcro. Admiramos los turistas con nuestros respectivos atuendos, entre el trasiego variopinto de “tantos trajes negros” y… los gatos, que te miran indiferentes y silenciosos entre las ruinas de antiguas sinagogas, o en los mercados subterráneos de los laberínticos callejones.
Todos juntos, (pero no revueltos) y el misterio de un Dios trascendente que puede que nos mire a los humanos como a un rebaño extraño, marcados por el amor y por el odio. La condición humana, de amar y padecer incomprensiblemente.
Como poder entender el muro de la sinrazón de Judíos y Palestinos, (Quizá lo arregle en mayo Zapatero) un holocausto entre hermanos que se sigue repitiendo. Una cárcel al aire libre en Cisjordania clama en el desierto. A lo mejor Jesucristo sigue predicando inútilmente a las conciencias desde el Santo Sepulcro.
La extraña sensación en la penumbra de los cánticos oratorios en un monumento sepulcral. Y, en el muro de las eternas lamentaciones, escritas y depositadas entre las grietas pétreas. (Dios las irá leyendo de una en una, aúnque nos hayamos muerto. Los papeles los retiran y entierran cuidadosamente de vez en cuando). Parece una visión mágica, que el tiempo se paraliza mirando desde el monte de los olivos, en medio de las constantes oraciones sonoras desde los minaretes.
La menorah, la luz de la existencia judía, que tanto abunda por todas partes, es un recordatorio para que no olvidemos que también la media luna y, sobretodo la santa Cruz es nuestro más preciado símbolo de confraternizar con todas las religiones del mundo; Sin que nos matemos unos a otros. Recordando las palabras de Jesús (y, para mi, la auténtica religión) “por sus frutos los conoceréis”.
Quizá a Israel lo que más les guste de occidente sean los Euros, pero con el tiempo aprenderemos todos a vivir en paz (o shalom como ellos dicen). En fin, ahora tal vez, el viejo escenario pétreo ya no es más que la nostalgia de un pasado histórico, o quizá una fantasía de lo que pudo haber sido y no fue. Donde solo queda el escenario de cartón piedra contemplado por millones de turistas y, la vigilante mirada de los gatos. De este teatro de piedras levantadas para representar un poder glorioso y “la salvación del hombre”. Ya digo, sólo queda el impresionante escenario, sobre el que parece que está a punto de levantarse el telón de los sueños de un mundo mejor, más allá del muro y la muralla.
Jacinto Herreras Martín