ADALIA: MÁS ALLÁ DEL MÁS ACÁ...

MÁS ALLÁ DEL MÁS ACÁ

Está claro que el hábito no hace al monje. Si tuviéramos que aprender el camino del más allá con las enseñanzas de algunos pastores del clero, –que a veces se les va el santo al cielo- sólo reinaría la desorientación de un cielo prometido, un tanto engañoso.
Claro que, La Iglesia está compuesta por seres humanos y, aunque eso representa la esperanza del más allá, algo sagrado, (por aquello que decía Jesús en su evangelio, “por sus frutos los conoceréis”) sin embargo hay quien camina por senderos opuestos y, después de dos mil años de Cristianismo todavía se empeñan en mostrarnos a un Dios impuesto, en un afán regresivo de ocultar el pecado y las debilidades humanas.
Es curioso cómo los hilos divinos se entrecruzan con los terrenales y se sirven de La Iglesia para ocultar la luz de la verdad. Un frágil pastoreo… ahora con la globalización, de una Iglesia universal.
Hay muchos intelectuales en los ministerios eclesiásticos, manipulando los mandos de esta nave, de aeronautas sin carga - como decía Aldous Huxley – sólo unos pocos se rigen por la verdad, mostrándonos al Cristo de la humildad, lejos de aclamaciones bulliciosas.
En este arrebato puede que el espíritu duerma, e incluso hasta el abogado del diablo se politice y nos haya colado a “San Balaguer”, para que también haya distingos entre ricos y pobres en esta religión del Opus Dei y, aquel “Camino” de la santidad se abandone a si mismo, para que sólo sea de los desheredados de la sociedad.
Otros miembros de La Iglesia sí, oyen la llamada interna del compromiso evangélico y permanecen valientemente en la autenticidad de sus misiones, junto al Cristo crucificado, comulgando con la pobreza en la teología de la liberación.
El espíritu de Cristo sobrevuela invisible por el mundo, y sólo unos pocos tienen el don de captarlo, porque la fe no es simplemente creer, sino demostrar con hechos la existencia de Dios. Yo no creo que ese espíritu ande por el Vaticano y los palacios episcopales, más bien anda por los suburbios del mundo, lejos de los teólogos que se debaten por explicar a Dios. Como decía Teresa de Calcuta “yo no entiendo de esas cosas, pero dádmelos a mi para cuidarlos…” La santidad es un empeño gratuito de sacrificio y humildad. ¿Pero, quién lo reconocerá para saber por donde está el manantial…?. Hay tan poca fe en este mundo tan extraño, tan cambiante por el bienestar, perdidos en una, cada vez más pequeña aldea en el universo, mientras un Cristo lejano sigue predicando en el desierto de las conciencias, más allá del más acá.

Jacinto Herreras Martín