
MÁS ALLÁ DE LA MÚSICA
La música es el arte que llega a lo más profundo del ser humano, su complejidad al principio no es fácil. La música vuela por nuestros sentidos, porque es un manantial espiritual que fluye misteriosamente. Se capta y, ella se liberaliza en sí misma. Su inexorable belleza, ya no se puede degradar ni destruir.
El mundo puede cambiar, nosotros pasamos por la vida y morimos. Pero la música es inmortal. Ella siempre se mantiene por encima del bien y del mal. Como bien dice en un poema Romain Rolland refiriéndose a ella, (como si del amor a una mujer se tratara), “Posees la paz de las estrellas que inundan en el espacio infinito. Tus claras pupilas ahuyentan la maldad y la melancolía…”.
Acabo de leer el libro de Fernando Argenta “Los clásicos también pecan” y, esta idea que yo tenía desde pequeño me la confirma aún más. Los músicos sólo han sido un puro instrumento, a veces, con sus desgraciadas vidas han ido creando una espiritual metamorfosis sonora, al ir exteriorizando sus tormentosas penurias, quizá de sus amores imposibles, regalándonos la miel de los Dioses.
Más allá de las circunstancias particulares y personales de los músicos, se percibe un manantial común. Una cadena creativa, como si de ellos se hubiera servido un ángel protector, infundiendo en sus mentes, una polinización y, más que una lira, una abeja para libar el perfume universal, e ir creando un rico panal.
Me explico. Hay muchos entendidos en música, como nos cuenta Luis Algorri, que el gran director de orquesta Hans G. von Bülow, dijo que la primera sinfonía de Brahms era, en realidad, la “Décima de Beethoven”. Todos sabemos la gran influencia y, plagios descarados en toda la historia de la música, (pero este no es mi tema hoy). Yo me refiero más bien a la forma en que las musas les transmitían el manjar musical y, ellos lo transcribían o garabateaban en el papel pautado.
Para mí, esa fuente maravillosa se encontraba ya en Venecia, en el siglo XVII cuando nació el barroco tardío. Un grupo, entre ellos Vivaldi y, después, Johann Sebastian Bach, que terminó de eclosionar ese ámbito musical. Siendo el mejor músico de la historia y sabiendo administrar una gran riqueza para la posteridad. Yo no sé si él sería consciente de que estaba abriendo un profundo cauce universal, para después lo degustara toda la humanidad.
La genialidad de Mozart, hacía sencilla la creación, porque parece que le hubieran dictado al oído esa magia. Que al parecer a otros como Wagner o Beethoven les costaba sudor y lágrimas, traducir su mundo interior. No deja de ser un misterio que este “sordo genial” pudiera escuchar dentro de su mente una orquesta y, dejarnos el regalo de esa música coral, en su novena sinfonía. (Donde ya no llegaban los instrumentos, llegaba la voz humana).
Joaquín Rodrigo, también nos hizo ver su maravilloso concierto de Aranjuez, como un inmenso jardín musical, siendo invidente.
En música se ha dicho todo, desde describir la “Creación” como hizo Haydn. La nostalgia, la broma, la alegría, el heroísmo, incluso la voluptuosidad de un orgasmo femenino en la Ópera “Muerte de amor, de Isolda” Wagneriana. O el dramatismo de Tchaikovsky, el final de su sinfonía “Patética”. Un ser atormentado describe los latidos de su corazón que se va muriendo… En fin, acariciarnos el alma por el oído, no deja de ser algo sublime, más allá de la música.
Jacinto Herreras Martín
La música es el arte que llega a lo más profundo del ser humano, su complejidad al principio no es fácil. La música vuela por nuestros sentidos, porque es un manantial espiritual que fluye misteriosamente. Se capta y, ella se liberaliza en sí misma. Su inexorable belleza, ya no se puede degradar ni destruir.
El mundo puede cambiar, nosotros pasamos por la vida y morimos. Pero la música es inmortal. Ella siempre se mantiene por encima del bien y del mal. Como bien dice en un poema Romain Rolland refiriéndose a ella, (como si del amor a una mujer se tratara), “Posees la paz de las estrellas que inundan en el espacio infinito. Tus claras pupilas ahuyentan la maldad y la melancolía…”.
Acabo de leer el libro de Fernando Argenta “Los clásicos también pecan” y, esta idea que yo tenía desde pequeño me la confirma aún más. Los músicos sólo han sido un puro instrumento, a veces, con sus desgraciadas vidas han ido creando una espiritual metamorfosis sonora, al ir exteriorizando sus tormentosas penurias, quizá de sus amores imposibles, regalándonos la miel de los Dioses.
Más allá de las circunstancias particulares y personales de los músicos, se percibe un manantial común. Una cadena creativa, como si de ellos se hubiera servido un ángel protector, infundiendo en sus mentes, una polinización y, más que una lira, una abeja para libar el perfume universal, e ir creando un rico panal.
Me explico. Hay muchos entendidos en música, como nos cuenta Luis Algorri, que el gran director de orquesta Hans G. von Bülow, dijo que la primera sinfonía de Brahms era, en realidad, la “Décima de Beethoven”. Todos sabemos la gran influencia y, plagios descarados en toda la historia de la música, (pero este no es mi tema hoy). Yo me refiero más bien a la forma en que las musas les transmitían el manjar musical y, ellos lo transcribían o garabateaban en el papel pautado.
Para mí, esa fuente maravillosa se encontraba ya en Venecia, en el siglo XVII cuando nació el barroco tardío. Un grupo, entre ellos Vivaldi y, después, Johann Sebastian Bach, que terminó de eclosionar ese ámbito musical. Siendo el mejor músico de la historia y sabiendo administrar una gran riqueza para la posteridad. Yo no sé si él sería consciente de que estaba abriendo un profundo cauce universal, para después lo degustara toda la humanidad.
La genialidad de Mozart, hacía sencilla la creación, porque parece que le hubieran dictado al oído esa magia. Que al parecer a otros como Wagner o Beethoven les costaba sudor y lágrimas, traducir su mundo interior. No deja de ser un misterio que este “sordo genial” pudiera escuchar dentro de su mente una orquesta y, dejarnos el regalo de esa música coral, en su novena sinfonía. (Donde ya no llegaban los instrumentos, llegaba la voz humana).
Joaquín Rodrigo, también nos hizo ver su maravilloso concierto de Aranjuez, como un inmenso jardín musical, siendo invidente.
En música se ha dicho todo, desde describir la “Creación” como hizo Haydn. La nostalgia, la broma, la alegría, el heroísmo, incluso la voluptuosidad de un orgasmo femenino en la Ópera “Muerte de amor, de Isolda” Wagneriana. O el dramatismo de Tchaikovsky, el final de su sinfonía “Patética”. Un ser atormentado describe los latidos de su corazón que se va muriendo… En fin, acariciarnos el alma por el oído, no deja de ser algo sublime, más allá de la música.
Jacinto Herreras Martín