La hermana Verano, agosto: declinaba el día,
pintado el cielo de vapores rojos,
y volvían, pisando los rastrojos,
dos niños —ella y él— a la alquería.
Ella callaba; el chiquitín decía:
—Yo era un soldado, y cuanto ven tus ojos,
no eran parvas de trigo, eran despojos
de una batalla en la que yo vencía.
—Pero, ¿y yo? —Deja, espera: ebrio de gloria,...