Cuando con resonante
rayo, y furor del brazo poderoso
a Encelado arrogante
Júpiter glorioso
en Edna despeñó victorioso;
y la vencida Tierra,
a su imperio sujeta y condenada,
desamparó la guerra,
por la sangrienta espada
de Marte, con mil muertes no domada;
en la celeste cumbre
es fama, que con dulce voz presente
Febo, autor de la lumbre,
cantó suavemente
revuelto en oro la encrespada frente.
La sonora armonía
suspende atento al inmortal senado;
y el cielo, que movía
su curso arrebatado,
se reparaba al canto consagrado.
Halagaba el sonido
al alto y bravo mar y airado viento
su furor encogido,
y con divino aliento
las Musas consonaban a su intento.
Cantaba la vitoria
del cielo, y el horror y la espereza,
que les dio mayor gloria,
temiendo la crudeza
de la Titania estirpe y su bruteza.
Cantaba el rayo fiero,
y de Minerva la vibrada lanza,
del rey del mar ligero
la terrible pujanza,
y del Hercúleo brazo la venganza.
Mas del sangriento Marte
las fuerzas alabó y desnuda espada,
y la braveza y arte
d' aquella diestra armada,
cuya furia fue en Flegra lamentada.
A ti, decía, escudo,
a ti valor del cielo poderoso,
poner temor no pudo
el escuadrón dudoso,
con enroscadas sierpes espantoso.
Tú solo a Oromedonte
diste bravo y feroz horrible muerte
junto al doblado monte,
y con dichosa suerte
a Peloro abatió tu diestra fuerte.
O hijo esclarecido
de Uno, o duro y no cansado pecho,
por quien Mimas vencido,
y en peligroso estrecho
el pavoroso Runco fue deshecho.
Tú, ceñido de acero,
tú, estrago de los hombres rabioso,
con sangre horrido y fiero,
y todo impetuoso,
el grande muro rompes presuroso.
Tú encendiste en aliento
y amor de guerra y generosa gloria
al sacro Ayuntamiento,
dándole la vitoria,
que hará siempre eterna su memoria.
A ti Júpiter debe,
libre ya de peligro, que el profano
linaje, que se atreve
alzar armada mano,
sujeto sienta ser su orgullo vano.
Mas aunque resplandezca
esta vitoria tuya esclarecida
con fama, que merezca
tener eterna vida,
sin que d' oscuridad esté ofendida;
vendrá tiempo, en que sea
tu nombre, tu valor puesto en olvido;
y la tierra posea
valor tan escogido,
que ante él, el tuyo quede oscurecido.
Y el fértil Occidente,
en cuyo inmenso piélago se baña
mi veloz carro ardiente,
con claro honor de España,
te mostrará la luz de esta hazaña.
Que el cielo le concede
de César sacro el ramo glorioso,
que su valor herede;
para que al espantoso
Turco quebrante el brío corajoso.
Veras el limpio bando
en la fragosa, inaccesible cumbre,
que sube amenazando
a la celeste lumbre,
confiado en su osada muchedumbre.
Y allí de miedo ajeno
corre, cual suelta cabra, y se abalanza
con el fogoso trueno
de su cubierta estanca,
y sigue de sus odios la venganza.
Mas luego que aparece
el joven de Austria en la enriscada sierra,
el temor entorpece
a la enemiga tierra,
y con ella acabó toda la guerra.
Cual tempestad ondosa,
con horrísono estruendo se levanta,
y la nave, medrosa
d' aquella furia tanta,
entre peñascos ásperos quebranta.
O cual del cerco estrecho
el flamígero rayo se desata
con largo surco hecho,
y rompe y desbarata,
cuanto al encuentro su ímpetu arrebata.
La Fama alzará luego,
y con doradas alas, la Vitoria
sobre el orbe del fuego,
resonando su gloria
con puro resplandor de su memoria.
Y llevarán su nombre
de los últimos soplos de Occidente
con inmortal renombre
al purpúreo Oriente,
y a do hiela y abrasa el cielo ardiente.
Si Peloro tuviera
de su excelso valor alguna parte,
él solo te venciera,
aunque tuvieras, Marte,
doblado esfuerzo y osadía y arte.
Si éste valiera al cielo
contra el profano ejército arrogante,
no tuvieras recelo,
tú, Júpiter tonante,
ni arrojaras el rayo resonante.
Traed pues ya volando
ô cielos, este tiempo espacioso
que fuerza dilatando,
el curso glorioso;
haced, que se adelante presuroso.
Así la lira suena,
y Io ve el canto afirma, y se estremece
sacudido, y resuena
el cielo, y resplandece,
y Mavorte medroso se oscurece.
F. d. H.
rayo, y furor del brazo poderoso
a Encelado arrogante
Júpiter glorioso
en Edna despeñó victorioso;
y la vencida Tierra,
a su imperio sujeta y condenada,
desamparó la guerra,
por la sangrienta espada
de Marte, con mil muertes no domada;
en la celeste cumbre
es fama, que con dulce voz presente
Febo, autor de la lumbre,
cantó suavemente
revuelto en oro la encrespada frente.
La sonora armonía
suspende atento al inmortal senado;
y el cielo, que movía
su curso arrebatado,
se reparaba al canto consagrado.
Halagaba el sonido
al alto y bravo mar y airado viento
su furor encogido,
y con divino aliento
las Musas consonaban a su intento.
Cantaba la vitoria
del cielo, y el horror y la espereza,
que les dio mayor gloria,
temiendo la crudeza
de la Titania estirpe y su bruteza.
Cantaba el rayo fiero,
y de Minerva la vibrada lanza,
del rey del mar ligero
la terrible pujanza,
y del Hercúleo brazo la venganza.
Mas del sangriento Marte
las fuerzas alabó y desnuda espada,
y la braveza y arte
d' aquella diestra armada,
cuya furia fue en Flegra lamentada.
A ti, decía, escudo,
a ti valor del cielo poderoso,
poner temor no pudo
el escuadrón dudoso,
con enroscadas sierpes espantoso.
Tú solo a Oromedonte
diste bravo y feroz horrible muerte
junto al doblado monte,
y con dichosa suerte
a Peloro abatió tu diestra fuerte.
O hijo esclarecido
de Uno, o duro y no cansado pecho,
por quien Mimas vencido,
y en peligroso estrecho
el pavoroso Runco fue deshecho.
Tú, ceñido de acero,
tú, estrago de los hombres rabioso,
con sangre horrido y fiero,
y todo impetuoso,
el grande muro rompes presuroso.
Tú encendiste en aliento
y amor de guerra y generosa gloria
al sacro Ayuntamiento,
dándole la vitoria,
que hará siempre eterna su memoria.
A ti Júpiter debe,
libre ya de peligro, que el profano
linaje, que se atreve
alzar armada mano,
sujeto sienta ser su orgullo vano.
Mas aunque resplandezca
esta vitoria tuya esclarecida
con fama, que merezca
tener eterna vida,
sin que d' oscuridad esté ofendida;
vendrá tiempo, en que sea
tu nombre, tu valor puesto en olvido;
y la tierra posea
valor tan escogido,
que ante él, el tuyo quede oscurecido.
Y el fértil Occidente,
en cuyo inmenso piélago se baña
mi veloz carro ardiente,
con claro honor de España,
te mostrará la luz de esta hazaña.
Que el cielo le concede
de César sacro el ramo glorioso,
que su valor herede;
para que al espantoso
Turco quebrante el brío corajoso.
Veras el limpio bando
en la fragosa, inaccesible cumbre,
que sube amenazando
a la celeste lumbre,
confiado en su osada muchedumbre.
Y allí de miedo ajeno
corre, cual suelta cabra, y se abalanza
con el fogoso trueno
de su cubierta estanca,
y sigue de sus odios la venganza.
Mas luego que aparece
el joven de Austria en la enriscada sierra,
el temor entorpece
a la enemiga tierra,
y con ella acabó toda la guerra.
Cual tempestad ondosa,
con horrísono estruendo se levanta,
y la nave, medrosa
d' aquella furia tanta,
entre peñascos ásperos quebranta.
O cual del cerco estrecho
el flamígero rayo se desata
con largo surco hecho,
y rompe y desbarata,
cuanto al encuentro su ímpetu arrebata.
La Fama alzará luego,
y con doradas alas, la Vitoria
sobre el orbe del fuego,
resonando su gloria
con puro resplandor de su memoria.
Y llevarán su nombre
de los últimos soplos de Occidente
con inmortal renombre
al purpúreo Oriente,
y a do hiela y abrasa el cielo ardiente.
Si Peloro tuviera
de su excelso valor alguna parte,
él solo te venciera,
aunque tuvieras, Marte,
doblado esfuerzo y osadía y arte.
Si éste valiera al cielo
contra el profano ejército arrogante,
no tuvieras recelo,
tú, Júpiter tonante,
ni arrojaras el rayo resonante.
Traed pues ya volando
ô cielos, este tiempo espacioso
que fuerza dilatando,
el curso glorioso;
haced, que se adelante presuroso.
Así la lira suena,
y Io ve el canto afirma, y se estremece
sacudido, y resuena
el cielo, y resplandece,
y Mavorte medroso se oscurece.
F. d. H.