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CUENCA DE CAMPOS: Inclinen a tu nombre, o luz de España,...

Inclinen a tu nombre, o luz de España,
ardiente rayo del divino Marte,
Camilo, y el belígero Africano,
y el vencedor de Francia y de Alemania,
la frente, armada de valor y de arte;
pues tú, con grave seso y fuerte mano
por el pueblo Cristiano
contra el ímpetu bárbaro sañudo
pusiste osado el generoso pecho,
cayó el furor ante tus pies desnudo,
y el limpio orgullo Vándalo deshecho,
con la fulmínea espada traspasado,
rindió la acerba vida al fiero hado.

De ti temblaron todas las riberas,
todas las ondas, cuantas juntamente
las columnas del grande Briareo
miran; y al tremolar de tus banderas,
torció el Nilo medroso la corriente,
y el monte Libio, a quien mostró Perseo
el rostro Meduseo,
las cimas altas humilló rendido
con más pavor, que cuando los gigantes,
y el áspero Tifeo fue vencido,
postraron sé los bravos y arrogantes,
temiendo con espanto y con flaqueza
el vigor de tu excelsa fortaleza.

Pero en tantos triunfos y vitorias,
la que más te sublima y esclarece,
de Cristo o excelso capitán, Fernando,
y remata la cumbre de tus glorias,
con que a la eternidad tu nombre ofrece;
es, que peligros mil sobrepujando,
volviste al sacro bando,
y a la cristiana religión trajiste
esta insigne ciudad y generosa;
que en cuanto Febo Apolo de luz viste,
y ciñe la grande orla espaciosa
del mar cerúleo, no se ve otra alguna
de más nobleza y de mayor fortuna.

Cubrió el sagrado Betis de florida
púrpura y blandas esmeraldas llena
y tiernas perlas, la ribera ondosa,
y al cielo alzó la barba revestida
de verde musgo; y removió en la arena
el movible cristal de la sombrosa
gruta y la faz honrosa,
de juncos, cañas y coral ornada,
tendió los cuernos unidos, creciendo
l' abundosa corriente dilatada,
su imperio en el Océano extendiendo;
que al cerco de la tierra en vario lustre
de soberbia corona hace ilustre.

Tú después que tu espíritu divino,
de los mortales nudos desatado,
subió ligero a la celeste alteza,
con justo culto, aunque en lugar, no dijo
a tu inmenso valor, fuiste encerrado;
hasta que ahora la real grandeza,
con heroica largueza
en este sacro templo y alta cumbre
trasfiere tus despojos venerados,
do toda esta devota muchedumbre,
y sublimes varones, humilladlos
honran tu santo nombre glorioso,
tu religión, tu esfuerzo belicoso.

Salve, o defensa nuestra, tú que tanto
domaste las cervices Agarenas,
y la fe verdadera acrecentaste,
tú cubriste a Ismael de miedo y llanto,
y en su sangre ahogaste las arenas,
que en las campañas béticas hollaste;
tú solo nos mostraste,
entre el rigor de Marte violento,
entre el peso y molestias del gobierno,
juntas en bien trabado ligamento,
justicia, piedad, valor eterno;
y cómo puede, despreciando el suelo,
un príncipe guerrero alzare al cielo.
F. d. H