LA ULTIMA PASTILLA
Si la hubieran descubierto antes no habrían hecho falta muchas de las anteriores, entre ellas las contrapuestas denominadas antibaby y Viagra. Científicos de los Estados Unidos, ayudados por los de otras nacionalidades, claro, están desarrollando una nueva generación de fármacos que, al igual que la aspirina, vienen muy bien para la cabeza. Son las llamadas “píldoras de la inteligencia”. Un hallazgo que se anhelaba desde el principio de los tiempos. Aseguran que estos productos tienen muy pocos efectos secundarios y, al revés de lo que sucede con las armas de fuego, no crean adicción.
Las pastillas “de la inteligencia” permitirán evitar lapsus de memoria, con lo cual no se nos olvidará ingerir las otras. Además no tendremos que solicitar a nuestras neuronas, como el poeta, que nos dé “el nombre exacto de las cosas”, ya que se nos dará por añadidura.
Si es verdad que somos física y química, dejando a un lado el misterio, no debemos descreer de estos inventos. Somos muchos los que estamos convencidos de que el ser humano, a pesar de la escasa duración de sus materiales, no constituye un fracaso absoluto. Se nota, eso sí, la excesiva prisa que se dio su presunto creador, lo que disculpa que en tan alto número de ejemplares sea una verdadera chapuza. Tipos como Platón, como Fleming o como Francisco de Asís justifican parcialmente la especie. Lo que ocurre es que no hay control de calidad.
¿Cómo sería el mundo si sus habitantes fuésemos más inteligentes? En mi corta inteligencia pienso que habría menos guerras, más escuelas y más jardines. También menos hechiceros y más comida y más agua. Muchos de los eventuales huéspedes de este mundo se conformarían con que el otro fuera igual, pero corregido. Otros creen que la otra vida sólo está en esta. Incluso en la farmacia de al lado.
Si la hubieran descubierto antes no habrían hecho falta muchas de las anteriores, entre ellas las contrapuestas denominadas antibaby y Viagra. Científicos de los Estados Unidos, ayudados por los de otras nacionalidades, claro, están desarrollando una nueva generación de fármacos que, al igual que la aspirina, vienen muy bien para la cabeza. Son las llamadas “píldoras de la inteligencia”. Un hallazgo que se anhelaba desde el principio de los tiempos. Aseguran que estos productos tienen muy pocos efectos secundarios y, al revés de lo que sucede con las armas de fuego, no crean adicción.
Las pastillas “de la inteligencia” permitirán evitar lapsus de memoria, con lo cual no se nos olvidará ingerir las otras. Además no tendremos que solicitar a nuestras neuronas, como el poeta, que nos dé “el nombre exacto de las cosas”, ya que se nos dará por añadidura.
Si es verdad que somos física y química, dejando a un lado el misterio, no debemos descreer de estos inventos. Somos muchos los que estamos convencidos de que el ser humano, a pesar de la escasa duración de sus materiales, no constituye un fracaso absoluto. Se nota, eso sí, la excesiva prisa que se dio su presunto creador, lo que disculpa que en tan alto número de ejemplares sea una verdadera chapuza. Tipos como Platón, como Fleming o como Francisco de Asís justifican parcialmente la especie. Lo que ocurre es que no hay control de calidad.
¿Cómo sería el mundo si sus habitantes fuésemos más inteligentes? En mi corta inteligencia pienso que habría menos guerras, más escuelas y más jardines. También menos hechiceros y más comida y más agua. Muchos de los eventuales huéspedes de este mundo se conformarían con que el otro fuera igual, pero corregido. Otros creen que la otra vida sólo está en esta. Incluso en la farmacia de al lado.