"RELOJES"
Me dedicaba a reparar relojes, digamos que los curaba, y me dedicaba a leer cuentos. No entiendo la sonrisa; leer cuentos, mi querido amigo, es una adtividad como cualquier otra, no se necesita leerlos por algún motivo laboral para decir que unos se dedican a todo esto en cómo uno se lo tome.
Reparar relojes es una de las tantas profesiones que han desaparecido. Ser relojero ya no encierra el amor a esos pequeños engranajes que antaño encadenaban a dinosaurios como yo a horas de monóculo clavado en el párpado y de espalda encorvada. Por eso comencé a leer, mientras leía, mantenía mi espalda recta, y como pasa en estas cosas (sin saberlo) la preocupación por mi espalda, me llevó al amor por los libros, como en las parejas, y el amor a los libros a mi obsesión por los cuentos. Es que los cuentos, y espero que no continue en su mente con metáforas sobre las relaciones humanas, los cuentos le decía, tienen la virtud de engañarnos con sus verdades y coincidir con nuestras mentiras. Si, tal como lo oye.
Los relojes en cámbio, son absolutamente confiables, siempre nos dirán la verdad. Aún cuando estén enfermos nos engañarán mintiéndose ellos mismos. Por eso se cuida tanto el diseño de un reloj, su envoltura por que en eséncia son predecibles, aburridos, demasiados confiables diría yo, y con mezquina actitud condescendiente. Uno los fija a su muñeca, o los ata a su bolsillo, o los coloca sobre un mueble o en la pared, y ellos allí soportándolo todo con una sonrisa de nueve y cuarto. Sobre mi mesa de trabajo se dejaban espanzurrar confiados en mis artes, avergonzados de su mala hora. Solo los más viejos, a causa de cirrosis oxidadas, se oponían un poco a ser abiertos, pero en cuato mis pinzas los presionaban un poco, saltaban inmediatamente pidiendo cleméncia, y dejándose destripar.
En cámbio los cuentos, mi querido amigo, los cuentos nos atrapan sin cleméncia, asustan, desalientan, siembran esperánza, todo a su gusto, y somos, leyéndolos, recorridos por miles de manos que nos acarícian y nos castigan a un tiempo. Los cuentos, lector, son libres, libres e independientes, no me necesitan, no me buscan, me esperan pacientes sabiendo que tarde o temprano, yo los buscaré, y en el moménto mágico de leer la primera palabra, quedaré atrapado.
Así entre máquinas y letras transcurrió mi vida hasta que un maldito que seguramente acechaba desde siempre, me hundió en la más profunda depresión. Un cuento que decía de un reloj detenido a las siete y de cómo su dueño se sentía como él, coincidente con la vida, cuando el tiempo pasaba, dos veces al día, sobre la hora crucificada en su cuadrante. La idea era fascinante, explicaba mi vida, mi trabajo, mi omnipoténcia en poner en funcionamiento aquellas máquinas tan dificiles. Entendí porqué las rescataba de su mentira y de sus vejez. Y cometí la locura, fui mi propio taller, viejos amigos abandonados por insensibles en tantos años de profesión, trabé sus mecanismos, aborté infinitos nacimientos en sus segunderos, todos a la misma hora, las siete, y me senté a esperar. La ansiedad aumentaba mientras el momento llegaba, el momento de concordáncia donde mi vida y los relojes conjugaran en una fantasía, eso es lo que fue, una fantasía que me hundió sin tiempo. Todos, todos los relojes estaban detenidos, todos, entonces ¿cómo sabría yo cuando las siete habían llegado? ¿cuándo me tendría que sentir felíz?.
El tiempo se detuvo, yo lo detuve, la ilusión de mi tiempo, al que había esperado desde hacía años, se había detenido,
¿me entiende?; usted pensará que es tan facil como destrabar los relojes y que todo retome su cauce, seguro que pensará eso, yo lo pensé, fue lo primero que pensé, pero ¿sabe qué pasa?, los relojes no son dóciles, no se equivoque, son perversos, ellos manejan el tiempo, son aliados de los cuentos, se necesitan uno con el otro. Sin un cuento jamás los hubiese detenido, sin tiempo no los puedo poner en marcha.
Y aquí estoy amigo, esparando. Quizás álguien lea mi cuento y destrabe mi historia. Se me olvidó la sílaba mágica, la que completa el hechizo. Quizás usted la recuerde, la primera es tic, o no sabrá usted cual le sigue.
Me dedicaba a reparar relojes, digamos que los curaba, y me dedicaba a leer cuentos. No entiendo la sonrisa; leer cuentos, mi querido amigo, es una adtividad como cualquier otra, no se necesita leerlos por algún motivo laboral para decir que unos se dedican a todo esto en cómo uno se lo tome.
Reparar relojes es una de las tantas profesiones que han desaparecido. Ser relojero ya no encierra el amor a esos pequeños engranajes que antaño encadenaban a dinosaurios como yo a horas de monóculo clavado en el párpado y de espalda encorvada. Por eso comencé a leer, mientras leía, mantenía mi espalda recta, y como pasa en estas cosas (sin saberlo) la preocupación por mi espalda, me llevó al amor por los libros, como en las parejas, y el amor a los libros a mi obsesión por los cuentos. Es que los cuentos, y espero que no continue en su mente con metáforas sobre las relaciones humanas, los cuentos le decía, tienen la virtud de engañarnos con sus verdades y coincidir con nuestras mentiras. Si, tal como lo oye.
Los relojes en cámbio, son absolutamente confiables, siempre nos dirán la verdad. Aún cuando estén enfermos nos engañarán mintiéndose ellos mismos. Por eso se cuida tanto el diseño de un reloj, su envoltura por que en eséncia son predecibles, aburridos, demasiados confiables diría yo, y con mezquina actitud condescendiente. Uno los fija a su muñeca, o los ata a su bolsillo, o los coloca sobre un mueble o en la pared, y ellos allí soportándolo todo con una sonrisa de nueve y cuarto. Sobre mi mesa de trabajo se dejaban espanzurrar confiados en mis artes, avergonzados de su mala hora. Solo los más viejos, a causa de cirrosis oxidadas, se oponían un poco a ser abiertos, pero en cuato mis pinzas los presionaban un poco, saltaban inmediatamente pidiendo cleméncia, y dejándose destripar.
En cámbio los cuentos, mi querido amigo, los cuentos nos atrapan sin cleméncia, asustan, desalientan, siembran esperánza, todo a su gusto, y somos, leyéndolos, recorridos por miles de manos que nos acarícian y nos castigan a un tiempo. Los cuentos, lector, son libres, libres e independientes, no me necesitan, no me buscan, me esperan pacientes sabiendo que tarde o temprano, yo los buscaré, y en el moménto mágico de leer la primera palabra, quedaré atrapado.
Así entre máquinas y letras transcurrió mi vida hasta que un maldito que seguramente acechaba desde siempre, me hundió en la más profunda depresión. Un cuento que decía de un reloj detenido a las siete y de cómo su dueño se sentía como él, coincidente con la vida, cuando el tiempo pasaba, dos veces al día, sobre la hora crucificada en su cuadrante. La idea era fascinante, explicaba mi vida, mi trabajo, mi omnipoténcia en poner en funcionamiento aquellas máquinas tan dificiles. Entendí porqué las rescataba de su mentira y de sus vejez. Y cometí la locura, fui mi propio taller, viejos amigos abandonados por insensibles en tantos años de profesión, trabé sus mecanismos, aborté infinitos nacimientos en sus segunderos, todos a la misma hora, las siete, y me senté a esperar. La ansiedad aumentaba mientras el momento llegaba, el momento de concordáncia donde mi vida y los relojes conjugaran en una fantasía, eso es lo que fue, una fantasía que me hundió sin tiempo. Todos, todos los relojes estaban detenidos, todos, entonces ¿cómo sabría yo cuando las siete habían llegado? ¿cuándo me tendría que sentir felíz?.
El tiempo se detuvo, yo lo detuve, la ilusión de mi tiempo, al que había esperado desde hacía años, se había detenido,
¿me entiende?; usted pensará que es tan facil como destrabar los relojes y que todo retome su cauce, seguro que pensará eso, yo lo pensé, fue lo primero que pensé, pero ¿sabe qué pasa?, los relojes no son dóciles, no se equivoque, son perversos, ellos manejan el tiempo, son aliados de los cuentos, se necesitan uno con el otro. Sin un cuento jamás los hubiese detenido, sin tiempo no los puedo poner en marcha.
Y aquí estoy amigo, esparando. Quizás álguien lea mi cuento y destrabe mi historia. Se me olvidó la sílaba mágica, la que completa el hechizo. Quizás usted la recuerde, la primera es tic, o no sabrá usted cual le sigue.