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CUENCA DE CAMPOS: continuación: ...

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SIETE REGLAS DE SAN BERNARDINO
Tercera regla. La tranquilidad.
<<Nuestra alma es como el agua. Cuando está tranquila, es como el agua remansada; pero, cuando está removida, se enturbia>>. Por lo tanto, si se quiere aprender, profundizar y recordar, hay que tranquilizar y dejar reposar la mente. La mente del estudiante requiere un vacío de silencio a su alrededor, para que pueda mantenerse tranquila y limpia. San Bernardino nos sugiere una jaculatoria adecuada: <<Da, Señor, reposo a nuestra mente>>. Nuestros estudiantes sonreirán al oírlo (algunos) suelen estar acostumbrados a otro tipo de jaculatorias. Pero no importa: un poco de silencio y de oración en medio de tanto barullo cotidiano
no hace daño a nadie.
Cuarta regla, orden, equilibrio, justo medio, tanto en las cosas del cuerpo como en las del espíritu. ¿Comer? Si-escribes-, pero ni poco ni mucho.
Todos los extremos son malos, la vía del medio es la mejor. No pueden llevarse dos cargas: el estudio y el poco comer, el demasiado comer y el estudio, porque lo primero te consumirá y lo segundo te embotará el cerebro>>. ¿Dormir? También, pero ni poco ni mucho...., es mejor levantarse a tiempo.... con la mente sobria>>.
El espíritu tiene necesidad de orden, por ello continúas: << No pongas el carro delante de los bueyes..., mejor es aprender poca ciencia, y aprenderla bien, que mucha y mal>>.
Salvator Rosa dice cuando escribe: si estás enharinado, que te frían. EL ENHARINAMIENTO, LA SUPERFICIALIDAD,<< EL POCO MÁS O MENOS NO SON COSAS SERIAS. << Inclínate por un doctor más que por otro, por un libro más que por otro.., pero no desprecies a ninguno>>.
Quinta regla, perseverancia.
La mosca, apenas se posa sobre una flor, pasa, voluble y agitada, a otra; el abejorro se detiene un poco más, pero le gusta hacer ruido con las alas; la abeja, en cambio, silenciosa y trabajadora, se detiene, liba a fondo el néctar, lo lleva a casa y nos regala la miel. Así escribía San Francisco de Sales, y me parece que tú estarías totalmente de acuerdo con él: nada de estudiantes mosca, nada de estudiantes abejorro; te gusta la fuerza de voluntad, tenaz y operativa, y no te falta razón.
En la escuela y en la vida, no basta desear, hace falta querer. No basta comenzar a querer, sino que hay que seguir queriendo. Y no basta siquiera seguir, sino que es necesario saber comenzar a querer de nuevo, cada vez que uno se ha parado por pereza, fracasos o caídas. La mayor desgracia de un joven estudiante, más que la poca memoria, es una voluntad débil. Su mayor fortuna, más que un gran talento, es una voluntad firme y tenaz.
Sexta regla, discreción:
Lo cual quier decir: no correr más de lo que te permiten tus piernas; no coger tortícolis de tanto mirar a metas demasiado altas; no comenzar demasiadas cosas a la vez; no pretender resultados de la noche a la mañana.
Ser el primero de la clase en interesante, pero no lo es si mi talento es limitado. Trabajaré con empeño y me daré por satisfecho si llego a ser cuarto o quinto. Me gustaría aprender a tocar el violín, pero no lo hago porque perjudica a mis estudios y la gente diría de mí: << quien mucho abarca poco aprieta>>.
Séptima regla, delectación, es decir, estudiar con gusto. No se puede perseverar en el estudio si no se le saca un poco de gusto. El gusto no se tiene al principio, sino que va llegando poco a poco. Al comenzar siempre hay algún obstáculo: la pereza que hay qu superar, ocupaciones agradables que nos atraen más, la dificultad de la materia. El gusto llega más tarde, como un premio por el esfuerzo hecho. San Bernardino escribía: <<Sin necesidad de ir a estudiar a París, aprende del animal que tiene las uñas partidas (es decir, el buey), el cual primero come y traga y luego rumia poco a poco>>. El buey va saboreando el heno poco a poco, mientras sea sabroso y agradable, hasta el fin. Lo mismo deberíamos hacer con los libros de texto, alimento de nuestra mente.
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! Querido San Bernardino! Eneas Sivio Piccolomini, paisano tuyo y papa con el nombre de Pío II, escribió que a tu muerte, los señores más poderosos de Italia se repartieran tus reliquias.
A los pobres de Siena, que tanto te querían, no les quedó nada de tí. Les dejaron sólo el asno sobre el que montastes en ocasiones, cuando te sentías cansado de tanto viajar en los últimos años de tu vida.
Las mujeres de Siena vieron un día pasar al pobre animal, lo pararon, lo esquilaron y se quedaron con aquellos pelos como reliquia.