"EL ERMITAÑO"
Si por tí preguntan, santero de Cuenca,
diré que no estás,
por que tu cabeza se cubrió de nieve,
por que a tu despensa se le acabó el pan.
Tomó la alforjilla,
al Santo en su seno,
y se echó al camino a peregrinar,
pero no a Santiago.
Entraba en un pueblo,
que para limosnas, todos son tal cual
¿Qué quiere, buen hombre,
no ve que este año escasea el pan?.
Por Dios se lo pido.
La señora dice; mendigos avaros, vaya si los hay,
que siguen pidiendo con la alforja llena:
a la vista está.
Perdone la dueña, me había azarado,
no ha entrado en su seno ni una rebanada.
Al tiempo sacaba
la capilla humilde de San Bernardino.
¿La ha robado usted?
Señora, un respeto, y tengamos paz.
El que me acompaña es el Santo mismo,
que no hizo otra cosa que al prójimo amar.
Yo soy su ermitaño que pide limosna
y al que no la da,
que Dios le remedie, mañana será.
El calzado viejo del pobre ermitaño
crujía en la escarcha con un mal compás.
El aire venía silbando del cierzo
y el sol asomaba tímida su faz.
En las otras casas, así que llamaba,
decían, ¿quien va?
Es San Bernardino,
que pide limosna para su ermitaño.
Bienvenido sea este honor tan grande.
Tome esta limosna y un vaso de vino;
caliéntese viejo, que el día está frío.
Ahora sobre el Santo, deseo estampar
un beso ferviente,
que se quite el vaho que le cubre al Santo.
Fueron ocho besos sobre la capilla.
La niña más chica, antes de besar,
dijo sonriendo:
¡Si el Santo es tan viejo como el ermitaño!
Paso de besar.
Sábete, nenuca, que este anciano ha sido
un gentil buen mozo que le deseaban
las más bellas mozas de la sociedad.
Mas él predicaba, hacía milagros;
sembraba alegría
cuando se agotaba su mucho que dar.
¡Espere, ermitaño, que ahora el beso mío
romperá el cristal!
Si por tí preguntan, santero de Cuenca,
diré que no estás,
por que tu cabeza se cubrió de nieve,
por que a tu despensa se le acabó el pan.
Tomó la alforjilla,
al Santo en su seno,
y se echó al camino a peregrinar,
pero no a Santiago.
Entraba en un pueblo,
que para limosnas, todos son tal cual
¿Qué quiere, buen hombre,
no ve que este año escasea el pan?.
Por Dios se lo pido.
La señora dice; mendigos avaros, vaya si los hay,
que siguen pidiendo con la alforja llena:
a la vista está.
Perdone la dueña, me había azarado,
no ha entrado en su seno ni una rebanada.
Al tiempo sacaba
la capilla humilde de San Bernardino.
¿La ha robado usted?
Señora, un respeto, y tengamos paz.
El que me acompaña es el Santo mismo,
que no hizo otra cosa que al prójimo amar.
Yo soy su ermitaño que pide limosna
y al que no la da,
que Dios le remedie, mañana será.
El calzado viejo del pobre ermitaño
crujía en la escarcha con un mal compás.
El aire venía silbando del cierzo
y el sol asomaba tímida su faz.
En las otras casas, así que llamaba,
decían, ¿quien va?
Es San Bernardino,
que pide limosna para su ermitaño.
Bienvenido sea este honor tan grande.
Tome esta limosna y un vaso de vino;
caliéntese viejo, que el día está frío.
Ahora sobre el Santo, deseo estampar
un beso ferviente,
que se quite el vaho que le cubre al Santo.
Fueron ocho besos sobre la capilla.
La niña más chica, antes de besar,
dijo sonriendo:
¡Si el Santo es tan viejo como el ermitaño!
Paso de besar.
Sábete, nenuca, que este anciano ha sido
un gentil buen mozo que le deseaban
las más bellas mozas de la sociedad.
Mas él predicaba, hacía milagros;
sembraba alegría
cuando se agotaba su mucho que dar.
¡Espere, ermitaño, que ahora el beso mío
romperá el cristal!