"S E G A D O R E S"
Con el morral henchido de ilusiones
que mi madre amañó de vieja pana
y con mayor contento que otros días
por la puerta trasera entré en mi casa.
Como el verano se echa encima, hijo,
y la gente del campo está cansada
de tanto caminar abarbechando
pensamos que tu ayuda es necesária.
De veras qye me duele, mi retoño,
si me vieras por dentro estoy turbada.
No tenemos la culpa de estar presos
en un ofício de tan poca gracia.
Los de otras profesiones liberales
pueden irse si quieren a las playas,
mientras nosotros por caminos y eras
respiramos polvillo de cabada.
Estudia niño mío, y no te tiente
el secano de toda esta labranza.
Yo se muy bien que pequé cuando dije
ayuda a recoger nuestra senara.
El año es abundante, me decían,
hemos sustituído hoces por máquinas.
Los parameses piden más de un duro
por segar y apañar solo una iguada.
Y los gallegos ya no siegan, hijo,
por menos de veintiún reales la hectárea.
El progreso se impone cada día
y la gavilladora es la esperánza.
Montados en las mulas cada tarde
volvían los muleros a la cuadra.
Se notaba el cansáncio en sus ojeras,
junio era el mes de las jornadas largas.
La yuntas empapadas en sudor,
en los pedruscos sueltos tropezaban;
con avidez bebían en el Caño,
su pelo en punta con el frescor del agua.
Traían los aperos al corral,
del barbecho acababa la campaña.
Tablas, pimpirigallos y carriolas
eran con desamor desenganchadas.
Vestidos ya con ropas más ligeras,
con el calzado de lona y de rafia,
se presentaron hoy nuestros braceros
para poner la nueva siega en marcha.
Antes de que empeceis, dijo mi padre,
debeis dentar los rastros y las rastras,
que las aspas dispersan las espigas
y a las morenas conviene llevarlas.
El segar de las hoces es muy lento,
mas deja el rastrojal sin paja.
La máquina se impone, es el progreso
que poco a poco se nos mete en casa.
Luego la purridera con gavillas
al dar al ponedor hace más babas.
Prefiero la manada más enjuta,
la hoz a las cabezas las hermana.
Enganchazme el ganado más tranquilo,
amarrad la bolera de la lanza
a un collerón con buenos francaletes
y que tenga flamante la garganta.
Ya todos en el campo con el hato
trasladado por el carro de varas:
fardeles con merienda, botijotes,
apañilas con cara de fantasma
y yo, el rastrillador de rastrojos,
niño en el ruedo cual primer espada.
El eter azulzando los espácios,
el sol en lo más alto hecho una brasa.
Aunque a veces estaba arrebolado
me sentía contento y a mis anchas.
Cogía el trotecillo de los galgos,
ingenio de espigar era mi rastra.
Con un son en los aires nunca oído
perecido al cantar de las cigarras
iba la segadora cercenando
los correosos tallos de las cañas.
Se me antoja la máquina libélula
por el batir nervioso de sus alas.
Un sueño convertido en realidad
que tal vez los vacceos le soñaran.
Al mediodía tres horas de siesta;
algún amo decía un poco larga,
aunque la mayoría iba de acuerdo
en que era como el vino, necesária.
Mientras el maquinista va abrevando
al ganado en la próxima fontana,
preparábamos buena solambrera
de la que muchas moscas se adueñaban.
Me gustaba observar los veteranos
al ver aquella sombra un tanto escasa
cobijaban en ella su cabeza
quedando el cuerpo al sol bajo una manta.
Algo ocurría en este duermevela,
yo creí al despertar que era una mágia:
los dormidos al sol gozaban sombra,
los otros un sudor en abundáncia.
El labrador al cual yo me refiero
era del cosmos pieza solidária.
Loa astros le guiaron día y noche,
él sabía muy bien cómo giraban.
Con el morral henchido de ilusiones
que mi madre amañó de vieja pana
y con mayor contento que otros días
por la puerta trasera entré en mi casa.
Como el verano se echa encima, hijo,
y la gente del campo está cansada
de tanto caminar abarbechando
pensamos que tu ayuda es necesária.
De veras qye me duele, mi retoño,
si me vieras por dentro estoy turbada.
No tenemos la culpa de estar presos
en un ofício de tan poca gracia.
Los de otras profesiones liberales
pueden irse si quieren a las playas,
mientras nosotros por caminos y eras
respiramos polvillo de cabada.
Estudia niño mío, y no te tiente
el secano de toda esta labranza.
Yo se muy bien que pequé cuando dije
ayuda a recoger nuestra senara.
El año es abundante, me decían,
hemos sustituído hoces por máquinas.
Los parameses piden más de un duro
por segar y apañar solo una iguada.
Y los gallegos ya no siegan, hijo,
por menos de veintiún reales la hectárea.
El progreso se impone cada día
y la gavilladora es la esperánza.
Montados en las mulas cada tarde
volvían los muleros a la cuadra.
Se notaba el cansáncio en sus ojeras,
junio era el mes de las jornadas largas.
La yuntas empapadas en sudor,
en los pedruscos sueltos tropezaban;
con avidez bebían en el Caño,
su pelo en punta con el frescor del agua.
Traían los aperos al corral,
del barbecho acababa la campaña.
Tablas, pimpirigallos y carriolas
eran con desamor desenganchadas.
Vestidos ya con ropas más ligeras,
con el calzado de lona y de rafia,
se presentaron hoy nuestros braceros
para poner la nueva siega en marcha.
Antes de que empeceis, dijo mi padre,
debeis dentar los rastros y las rastras,
que las aspas dispersan las espigas
y a las morenas conviene llevarlas.
El segar de las hoces es muy lento,
mas deja el rastrojal sin paja.
La máquina se impone, es el progreso
que poco a poco se nos mete en casa.
Luego la purridera con gavillas
al dar al ponedor hace más babas.
Prefiero la manada más enjuta,
la hoz a las cabezas las hermana.
Enganchazme el ganado más tranquilo,
amarrad la bolera de la lanza
a un collerón con buenos francaletes
y que tenga flamante la garganta.
Ya todos en el campo con el hato
trasladado por el carro de varas:
fardeles con merienda, botijotes,
apañilas con cara de fantasma
y yo, el rastrillador de rastrojos,
niño en el ruedo cual primer espada.
El eter azulzando los espácios,
el sol en lo más alto hecho una brasa.
Aunque a veces estaba arrebolado
me sentía contento y a mis anchas.
Cogía el trotecillo de los galgos,
ingenio de espigar era mi rastra.
Con un son en los aires nunca oído
perecido al cantar de las cigarras
iba la segadora cercenando
los correosos tallos de las cañas.
Se me antoja la máquina libélula
por el batir nervioso de sus alas.
Un sueño convertido en realidad
que tal vez los vacceos le soñaran.
Al mediodía tres horas de siesta;
algún amo decía un poco larga,
aunque la mayoría iba de acuerdo
en que era como el vino, necesária.
Mientras el maquinista va abrevando
al ganado en la próxima fontana,
preparábamos buena solambrera
de la que muchas moscas se adueñaban.
Me gustaba observar los veteranos
al ver aquella sombra un tanto escasa
cobijaban en ella su cabeza
quedando el cuerpo al sol bajo una manta.
Algo ocurría en este duermevela,
yo creí al despertar que era una mágia:
los dormidos al sol gozaban sombra,
los otros un sudor en abundáncia.
El labrador al cual yo me refiero
era del cosmos pieza solidária.
Loa astros le guiaron día y noche,
él sabía muy bien cómo giraban.