E L A C A R R E O
En el verano muy de madrugada se levantaba el padre y avisaba a los demás hijos de la família para ir a acarrear unciendo la pareja de machos o bueyes, y los más pobres los burros; preparando el carro con sus estacas, sogas, bieldos, y rastrillo.
En la oscuridad de la noche, y bien arrebujaditos en una manta para defenderse del frío, o del rocío, echados en la caja del carro, iniciaban la marcha hacia la tierra. El carro se dirigía a la tierra donde se recogía la mies.
A pesar del traqueteo del carro, debido a las piedras y roderas del camino, se dormía hasta el conductor y resto de acarreantes.
Una vez llegados a la tierra se comienza a cargar el carro, echando los primeros haces con la mano a las bolsas que existían y que llegaban casi hasta el suelo.
Despues, una vez que ya no se llegaba con la mano, se empleaba el bieldo pinchando el haz de mies y ayudado con el pie que se apoyaba en el extremo opuesto; cuando el mozo era muy débil, o demasiado chico.
Se levantaba el haz y se iba depositando en el carro. De vez en cuando se observa cómo va la carga, porque no debe de ser ni muy adelante, ni muy trasera, ya que a veces el carro volcaba hacia atrás. Las indicaciones las daba el que daba los haces: A veces exclamaba "paice que va de reculos".
Para evitar otro viaje a la misma tierra debido a que quedaban pocos haces se hacía un esfuerzo grandísimo para acoplar todos, pero en este caso había que tener muchísimo cuidado porque los caminos eran malos. Se ataba la carga con sogas; una por delante y otra por detrás.
Había que apretar asegurando que la carga quedase bien sujeta, ya que al desprenderse un solo haz, corría el riesgo de que se viniese abajo toda la carga.
Cuando llegaba algún bache, había que agarrarse a la cuerda del lado contrario y de esta manera ayudar en lo posible, el vuelco del carro; pues a veces esto acontecía, escapandose alguna palabrota. De prisa se volvía a cargar para que nadie se enterara, pues la noticia corría entre los vecinos como la pólvora, y a veces era objeto de risa.
Cuando el sol todavía no calienta se llegaba a la era descargándose los haces colocados en hacinas, unas veces en forma rectangular, cuadradas o forma circular, semejante a una plaza de toros.
Si antes de las diez, daba tiempo se realizaba otro acarreo, porque a las diez comenzaba la faena de la trilla y había que almorzar sopas de ajo, y torreznillos, bien en casa o en la bodega.
FIN.
En el verano muy de madrugada se levantaba el padre y avisaba a los demás hijos de la família para ir a acarrear unciendo la pareja de machos o bueyes, y los más pobres los burros; preparando el carro con sus estacas, sogas, bieldos, y rastrillo.
En la oscuridad de la noche, y bien arrebujaditos en una manta para defenderse del frío, o del rocío, echados en la caja del carro, iniciaban la marcha hacia la tierra. El carro se dirigía a la tierra donde se recogía la mies.
A pesar del traqueteo del carro, debido a las piedras y roderas del camino, se dormía hasta el conductor y resto de acarreantes.
Una vez llegados a la tierra se comienza a cargar el carro, echando los primeros haces con la mano a las bolsas que existían y que llegaban casi hasta el suelo.
Despues, una vez que ya no se llegaba con la mano, se empleaba el bieldo pinchando el haz de mies y ayudado con el pie que se apoyaba en el extremo opuesto; cuando el mozo era muy débil, o demasiado chico.
Se levantaba el haz y se iba depositando en el carro. De vez en cuando se observa cómo va la carga, porque no debe de ser ni muy adelante, ni muy trasera, ya que a veces el carro volcaba hacia atrás. Las indicaciones las daba el que daba los haces: A veces exclamaba "paice que va de reculos".
Para evitar otro viaje a la misma tierra debido a que quedaban pocos haces se hacía un esfuerzo grandísimo para acoplar todos, pero en este caso había que tener muchísimo cuidado porque los caminos eran malos. Se ataba la carga con sogas; una por delante y otra por detrás.
Había que apretar asegurando que la carga quedase bien sujeta, ya que al desprenderse un solo haz, corría el riesgo de que se viniese abajo toda la carga.
Cuando llegaba algún bache, había que agarrarse a la cuerda del lado contrario y de esta manera ayudar en lo posible, el vuelco del carro; pues a veces esto acontecía, escapandose alguna palabrota. De prisa se volvía a cargar para que nadie se enterara, pues la noticia corría entre los vecinos como la pólvora, y a veces era objeto de risa.
Cuando el sol todavía no calienta se llegaba a la era descargándose los haces colocados en hacinas, unas veces en forma rectangular, cuadradas o forma circular, semejante a una plaza de toros.
Si antes de las diez, daba tiempo se realizaba otro acarreo, porque a las diez comenzaba la faena de la trilla y había que almorzar sopas de ajo, y torreznillos, bien en casa o en la bodega.
FIN.