Al clavel
A ti, clavel ardiente,
invidia de la llama i de l'Aurora,
miró al nacer más blandamente Flora:
color te dio ecelente
i del año las oras más süaves.
Cuando a la ecelsa cumbre de Moncayo
rompe luziente sol las canas nieves
con más caliente rayo,
tiendes igual las hojas abrasadas.
Mas, ¿quién sabe si a Flora el color deves,
cuando devas las oras más templadas?
Amor, Amor, sin duda, dulcemente
te bañó de su llama refulgente
i te dio el puro aliento soberano:
que eres, flor encendida,
pública admiración de la belleza,
lustre i ornato a pura i blanca mano,
i ornato i lustre i vida
al más hermoso pelo
que corona nevada i tersa frente,
¡sola merced de Amor, no de suprema
otra deidad alguna,
ô flor de alta fortuna!
Cuantas vezes te miro
entre los admirables lazos de oro
por quien lloro i suspiro,
por quien suspiro i lloro,
en invidia i amor junto me enciendo.
Si forman por la pura nieve i rosa
(diré mejor, por el luziente cielo)
las dulces hebras amoroso buelo,
quedas, clavel, en cárcel amorosa
con gloria peregrina aprisionado.
Si al dulce labio llegas que provoca
a süave deleite al más helado,
luego que tu encendido seno toca
a su color sangriento,
buelves, ¡ai, ô dolor!, más abrasado.
¿Dióte naturaleza sentimiento?
¡Ô yo dichoso a avérseme negado!
Hable más de tu olor i de tu fuego
aquél a quien invidias de favores
no alteran el sossiego.
F. R
A ti, clavel ardiente,
invidia de la llama i de l'Aurora,
miró al nacer más blandamente Flora:
color te dio ecelente
i del año las oras más süaves.
Cuando a la ecelsa cumbre de Moncayo
rompe luziente sol las canas nieves
con más caliente rayo,
tiendes igual las hojas abrasadas.
Mas, ¿quién sabe si a Flora el color deves,
cuando devas las oras más templadas?
Amor, Amor, sin duda, dulcemente
te bañó de su llama refulgente
i te dio el puro aliento soberano:
que eres, flor encendida,
pública admiración de la belleza,
lustre i ornato a pura i blanca mano,
i ornato i lustre i vida
al más hermoso pelo
que corona nevada i tersa frente,
¡sola merced de Amor, no de suprema
otra deidad alguna,
ô flor de alta fortuna!
Cuantas vezes te miro
entre los admirables lazos de oro
por quien lloro i suspiro,
por quien suspiro i lloro,
en invidia i amor junto me enciendo.
Si forman por la pura nieve i rosa
(diré mejor, por el luziente cielo)
las dulces hebras amoroso buelo,
quedas, clavel, en cárcel amorosa
con gloria peregrina aprisionado.
Si al dulce labio llegas que provoca
a süave deleite al más helado,
luego que tu encendido seno toca
a su color sangriento,
buelves, ¡ai, ô dolor!, más abrasado.
¿Dióte naturaleza sentimiento?
¡Ô yo dichoso a avérseme negado!
Hable más de tu olor i de tu fuego
aquél a quien invidias de favores
no alteran el sossiego.
F. R