Son muy misteriosos los pozos. Tienen algo mucho de desconocido y algo de mágico. Invitan y en ocasiones dan miedo. Recuerdo el pozo de la casa de campo de mi abuela: ¡cómo me gustaba asomarme a su insondable misterio y verme repetida en la lámina de agua! Los mayores me regañaban y decían que me podía caer, y me corregían cuando le llamaba pozo porque en realidad es un aljibe que bebe de la lluvia y no de aguas subterráneas. ¡Qué más dará! pensaba yo bien agarrada al borde del brocal blanqueado. " ¡Niña, no te asomes ahí, que te vas a caer!"