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CUENCA DE CAMPOS: MELANCOLÍA DE OTROS VERANOS AGRÍCOLAS...

MELANCOLÍA DE OTROS VERANOS AGRÍCOLAS

El verano ha llegado y con el los veraneantes van llegando a los pueblos, que no son más ni menos que los oriundos de estas tierras. Es como si fuera la llamada al retorno. Todos vuelven al pueblo donde nacieron, crecieron y vivieron. También hay muchos jóvenes que no estando tan vinvulados al pueblo, encuentran un lugar de vacaciones en el pueblo de sus abuelos, donde hacen amigos y participan en sus fiestas.

Muchos de los que en otro tiempo trabajaron en el campo, que fueron agosteros de aquellos veranos de siega, acarreo, trilla y bielda, regresan y recuerdan con añoranza esos veranos sin veraneantes. La mayoría son ahora jubilados o prejubilados. Algunos cambiaron los ramales de las mulas por el volante del tractor.

Tantos veranos con las mulas y el carro hasta que llegaron los tractores. Más de uno tuvo que sudar para sacarse el carnet de conducir y no podía por más que decir: "para que quiero yo el carnet si en mi tierra no hay ninguna señal de tráfico".

Algunos de los que hoy veranean en el pueblo añoran la pérdida de la diversidad de oficios y artesanos desaparecidos. Pero el progreso no para y trae estas consecuencias. El mundo agrario se ha mecanizado de tal manera que la mano de obra no tiene incidencia casi. Por ejemplo las espigadoras. En CUENCA se dice respigadoras. Es posible que se use la "r" inicial de esta labor femenina para darle más fuerza y aspereza al vocablo de un trabajo duro.

Salían al campo tan de mañana que el alba no había conseguido borrar el encerado nocturno de las estrellas. Las esforzadas mujeres pañuelo a la cabeza, toscos manteos, burdas medias de lana, un fardel a la cintura y colgando una cuerda o trenza de trapo las tijeras.

Entraban en las parcelas, limpias de morenas, antes de que llegara el ganado para aprovechar la espiga, arrastrando su viejo calzado y con la mirada en el suelo, se agachaban una y otra vez hasta que conseguían una manada de la que cortaban la paja y las cabezas que introducían en el fardel. Cuando regresan al pueblo, el sol empuja más que calienta, el sudor mezclado con el polvo del camino hace insoportable el peso del costal lleno de cabezas de trigo.

Ya en casa se ponían a tostar al sol las espigas, sobre una manta vieja, al final de la tarde, se machacaban con un palo. Y aprovechando un día de viento, se aventaba para separar la paja del grano, dejándolo caer lentamente desde lo alto, a golpe de caldero para que el viento se llevara la paja. Asi se formaba un montoncito de rubio cereal que ayudaba a la economía familiar. Pero mucho trabajo para tan poco. Era un esfuerzo físico comparable al arranque de lentejas, garbanzos... etc