Se que lo que voy a comentar lo saben todos o casi todos, pero como mi intención solo se basa en dar a conocer más a mi pueblo, puede que sea repetitivo, perdonarme si así fuere, pero allá va esta historia de Cuenca.
Cuenca de Campos
La villa que toma nombre de su forma topográfica "cuenco" era bien conocida entre los comerciantes que acudían a los mercados de Villalón, Villada y Rioseco, pues por su situación geográfica, era cruce de caminos entre las rutas o caminos reales de Galicia y Benavente, a Palencia y Burgos, y de Asturias y León a Rioseco, Zamora y Toro.
Este tránsito de mercaderes, propició el desarrollo de una nueva actividad, que se unía a la tradicional agricultura, cual fue la arriería, que prestaba servicios a cuantos tratantes de lana, azafrán, sedas y paños frecuentaban la ruta.
No se puede decir, que Cuenca estuviera desatendida espiritualmente, pues cinco parroquias y diez clérigos daban cobijo y apoyo litúrgico a los feligreses, en las Iglesias de Santa María del Castillo, Santos Justo y Pastor, San Mamés, San Juán Bautísta y San Pedro, amén de la ermita de San Bernardino que contaba con un hospital de Patronazgo municipal y convento de Clarisas, congregadas bajo la protección de San Bernardino de Siena. Y a buen seguro, que mucho fue el consuelo espiritual que los conquenses acudieron a buscar en alguno de los momentos más dramáticos de su historia, concretamente, cuando en 1.834, hace ahora 175 años se propagó una epidemia de cólera que diezmó la población, pues existe el dato, de que en los primeros diez días del citado año 1.834, se enterraron 150 cadáveres.
Y cuando aún no habían olvidado semejante tragedia, los más viejos del lugar, cuentan años más tarde (en 1874) y como si hubiera una especie de maléfico para Cuenca de Campos en los años terminados en cuatro, una aterradora tormenta asoló la villa el día 11 de julio cuando poco después de las tres de la tarde, cuentan las crónicas, que se oscureció el cielo, una nube pardusca ensombreció el lugar y al poco, una sucesión de ensordecedores truenos y una torrencial lluvia de granizo de enorme tamaño (como nueces) se ciñó sobre el vecindario, que no daba crédito a lo que veía, especialmente cuando obstruido el único ojo del puente del arroyo, vieron formarse un enorme lago sobre el que flotaban las pertenencias y enseres de las 95 casas que se desplomaron, de un total de 375 con que contaba el pueblo.
Todos los conquenses pudieron ponerse a salvo, excepto un escolar, Máximo Vázquez Crespo, que pereció ahogado y arrastrado por la corriente cuando intentaba rescatar su gorra perdida durante la huída. Sin embargo, no era éste el único percance ocurrido en Cuenca de Campos con las aguas, pues años antes, en 1779, se había producido otra inundación que motivó al Ayuntamiento para abordar la construcción de un canal que desembocaba en el Sequillo, pues no debemos olvidar que fue en este siglo XVIII, cuando la villa alcanzó su mayor esplendor, residiendo en ella, médico, cirujano, sangrador, dos escribanos, notarios, dos maestros de primeras letras, y varios mayordomos y sacristanes, etc. etc.. Fue igualmente en este siglo, en 1774 cuando se encarga a Juán Antonio Ceinos y a Antonio de Castro, Alcalde y regidor de la villa, respectivamente, la reparación de la casa consistorial y fuentes, así como la construcción de la cárcel y carnicería, que estaba en una pequeña casa al lado del matadero. Seguramente fue el terror que los naturales de la villa, tomaron a las tormentas, lo que les llevó a construir “El Conjuradero” modesto edificio levantado al norte de la población, en el que SACERDOTES Y LOS REGIDORES se reunían para constituirse en “conjuro”, tan pronto como las campanas de la Iglesia de Santa María, tocaban “a nublado”. En la fachada sur de la casa, se abría una hornacina en la que en las noches de tormenta se colocaba una luz que se divisaba desde muy lejos y que servía de guía y consuelo a caminantes, cual si de faro marino se tratara.
Se desconoce si esta costumbre de acudir al conjuradero, se suspendió antes o después de que se malograra la mentada iglesia de Santa María, pues sabido es, que el 31 de mayo de 1888 se propagó un fuego que se inició en el coro, convirtiendo rápidamente al resto de la Iglesia en pastos de las llamas. Se comentó que fue motivado por un cirio mal apagado existente en dicho coro.
Cuenca de Campos
La villa que toma nombre de su forma topográfica "cuenco" era bien conocida entre los comerciantes que acudían a los mercados de Villalón, Villada y Rioseco, pues por su situación geográfica, era cruce de caminos entre las rutas o caminos reales de Galicia y Benavente, a Palencia y Burgos, y de Asturias y León a Rioseco, Zamora y Toro.
Este tránsito de mercaderes, propició el desarrollo de una nueva actividad, que se unía a la tradicional agricultura, cual fue la arriería, que prestaba servicios a cuantos tratantes de lana, azafrán, sedas y paños frecuentaban la ruta.
No se puede decir, que Cuenca estuviera desatendida espiritualmente, pues cinco parroquias y diez clérigos daban cobijo y apoyo litúrgico a los feligreses, en las Iglesias de Santa María del Castillo, Santos Justo y Pastor, San Mamés, San Juán Bautísta y San Pedro, amén de la ermita de San Bernardino que contaba con un hospital de Patronazgo municipal y convento de Clarisas, congregadas bajo la protección de San Bernardino de Siena. Y a buen seguro, que mucho fue el consuelo espiritual que los conquenses acudieron a buscar en alguno de los momentos más dramáticos de su historia, concretamente, cuando en 1.834, hace ahora 175 años se propagó una epidemia de cólera que diezmó la población, pues existe el dato, de que en los primeros diez días del citado año 1.834, se enterraron 150 cadáveres.
Y cuando aún no habían olvidado semejante tragedia, los más viejos del lugar, cuentan años más tarde (en 1874) y como si hubiera una especie de maléfico para Cuenca de Campos en los años terminados en cuatro, una aterradora tormenta asoló la villa el día 11 de julio cuando poco después de las tres de la tarde, cuentan las crónicas, que se oscureció el cielo, una nube pardusca ensombreció el lugar y al poco, una sucesión de ensordecedores truenos y una torrencial lluvia de granizo de enorme tamaño (como nueces) se ciñó sobre el vecindario, que no daba crédito a lo que veía, especialmente cuando obstruido el único ojo del puente del arroyo, vieron formarse un enorme lago sobre el que flotaban las pertenencias y enseres de las 95 casas que se desplomaron, de un total de 375 con que contaba el pueblo.
Todos los conquenses pudieron ponerse a salvo, excepto un escolar, Máximo Vázquez Crespo, que pereció ahogado y arrastrado por la corriente cuando intentaba rescatar su gorra perdida durante la huída. Sin embargo, no era éste el único percance ocurrido en Cuenca de Campos con las aguas, pues años antes, en 1779, se había producido otra inundación que motivó al Ayuntamiento para abordar la construcción de un canal que desembocaba en el Sequillo, pues no debemos olvidar que fue en este siglo XVIII, cuando la villa alcanzó su mayor esplendor, residiendo en ella, médico, cirujano, sangrador, dos escribanos, notarios, dos maestros de primeras letras, y varios mayordomos y sacristanes, etc. etc.. Fue igualmente en este siglo, en 1774 cuando se encarga a Juán Antonio Ceinos y a Antonio de Castro, Alcalde y regidor de la villa, respectivamente, la reparación de la casa consistorial y fuentes, así como la construcción de la cárcel y carnicería, que estaba en una pequeña casa al lado del matadero. Seguramente fue el terror que los naturales de la villa, tomaron a las tormentas, lo que les llevó a construir “El Conjuradero” modesto edificio levantado al norte de la población, en el que SACERDOTES Y LOS REGIDORES se reunían para constituirse en “conjuro”, tan pronto como las campanas de la Iglesia de Santa María, tocaban “a nublado”. En la fachada sur de la casa, se abría una hornacina en la que en las noches de tormenta se colocaba una luz que se divisaba desde muy lejos y que servía de guía y consuelo a caminantes, cual si de faro marino se tratara.
Se desconoce si esta costumbre de acudir al conjuradero, se suspendió antes o después de que se malograra la mentada iglesia de Santa María, pues sabido es, que el 31 de mayo de 1888 se propagó un fuego que se inició en el coro, convirtiendo rápidamente al resto de la Iglesia en pastos de las llamas. Se comentó que fue motivado por un cirio mal apagado existente en dicho coro.