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CUENCA DE CAMPOS: "LA TERRERA"...

"LA TERRERA"

La terrera era un morro, peñasco o superfície baldía, próxima a los pueblos y al agua, que cada município proporcionaba primordialmente a la población parada y sin recursos. En ellas cada vecino, sin formalizar requisito alguno, podía hacer adobes o retirar la tierra para trullar lo que le viniera en gana.
La mayoría de los pueblos de Tierra de Campos dispusieron de terrera comunal.
La de Cuenca estaba situada a final de la calle de la Peñuela. A ella acudieron con asiduidad y como si de una factoría se tratara, varias famílias en precaria situación económica, bien porque fueran numerosas, con hijos menores, bien porque los padres padecieran alguna tara física que los excluía del mercado de trabajo. Algunas de estas famílias alternaban este trabajo con la mendicidad. Solían pedir limosna en los pueblos de alrededor, y casi siempre, el padre.
Por contratos de pasados tiempos sabemos que varios obreros, al ajustarse, sacaban en condición al amo,<<dos días para hacer adobes>>. El pico rebotaba en la apretada arcilla, pero con tenacidad y sudor conseguían reunir tierra para una masa que, mezclada con paja, tendían al día siguiente con la mecal sobre una superfície lisa que llamaban tendedero. Apenas secos los adobes, poníanlos de canto, y rallándoles las barbas pegadas del suelo, les amedaban para ser vendidos a tres o cuatro pesetas el ciento.
La Tierra de Campos, región de sabios, pastores, labriegos, frailes, guerreros, peregrinos y mendigos, antes de darnos pan, nos abrigó. Dió cobijo a sus primeras gentes en cabañas de barro y espadaña. Y por si esta generosa dádiva no fuese suficiente, nos entregó su virginal carne de arcilla. Su entraña fue nuestra cálida mansión y nuestra bodega. Fue pasando el tiempo. Y como no se inventaba nada capaz de sustituir ventajosamente a la tierra, antes de que nuestros huesos se helaran, gritó la terrera:

Llevo siglos esperándote,
pícame, soy la terrera.
Rompe mi pecho amarillo
que para tí centellea.
Remójame las entrañas.
tiéndeme en la solanera,
échame en cama de paja
y que el agua reblandezca
este corazón que tengo
tan duro como la piedra.
Patéame sin miedo
en ceremónia incruenta.
Tu mecal me nazca adobe
que yo te haré la vivienda
buena en invierno y verano.
Soy tu madre, soy la tierra.