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CUENCA DE CAMPOS: ¿LOS DIFUNTOS O TODOS LOS SANTOS? ...

¿LOS DIFUNTOS O TODOS LOS SANTOS?
En todas las culturas encontramos una fiesta dedicada a los antepasados, a los que en unos casos se llama difuntos, en otros santos, y mucho más atrás en la cultura romana, lémures, lares o manes.
¿Qué celebramos realmente en esta fiesta en que las calaveras se convierten en protagonistas? Pues celebramos nada más y nada menos que la presencia en nuestras vidas de nuestros más recientes antepasados. Es que no se entiende la cultura sin el culto a sus autores; no se sostiene la memoria de las cosas si no se cultiva la memoria de quienes las crearon. Para que la memoria de los valores vitales sea duradera, es preciso personalizarlos, ponerles rostro y biografía. Por eso a todas las cosas les asignamos autor. A las recientes, porque lo conocemos; y para las antiguas inventamos uno, porque sin autor no es posible el culto.
En la fiesta de los Difuntos y de Todos los Santos (una sola fiesta que dura dos días; las lemurias romanas duraban tres) sacamos a los muertos de sus tumbas para que participen un día al año de lo que nos dejaron al irse de este mundo. En todas las culturas encontramos vestigios de estos cultos, y en todas ellas abundan caracteres comunes que han saltado los mares y traspasado fronteras. Es el alma de la humanidad la que palpita en ellas.
Los romanos, por referirnos a nuestros antecedentes mejor documentados, se ocupaban de sus difuntos los días 9, 11 y 13 de mayo. Pero no era esa la única ocasión en que se ocupaban de ellos, sino que los tenían metidos en casa en forma de dioses o genios familiares, y les rendían culto diario. Tan importante consideraba Roma el culto a los antepasados, que para asegurarlo instituyeron la figura sagrada del heredero, cuya principal razón de ser y obligación era perpetuar este culto.
Es que el culto a los difuntos no era una institución más, sino la piedra angular de toda cultura. Es lo que siglos más tarde recogería el cristianismo bajo la figura de la COMUNIÓN DE LOS SANTOS, uno de los dogmas que proclama el Credo. En él se afirma que todos los cristianos, tanto los difuntos de todos los tiempos como los vivos, viven en comunión formando un solo espíritu. Y que son precisamente los que se fueron a los que más propiamente se llama santos (igual que los romanos llamaron a sus antepasados lares, manes y lémures; quienes preservan desde el más allá la cultura y los valores de toda la comunidad (formada por los vivos y por los difuntos).
Consecuente con ese principio, el cristianismo ofrece como ejemplos para toda la comunidad cristiana a los difuntos que destacaron en las virtudes que forman la religión, a los que en su día proclamó como santos, inscribiéndolos en la lista llamada canon (eso es canonizar). Pero como la inmensa mayoría de los que murieron dentro de la fe de la iglesia y por eso son santos no fueron inscritos, se instituyó la fiesta de TODOS LOS SANTOS (los manes que dirían los romanos), que son los difuntos no canonizados, como parte de la celebración de la fiesta del día siguiente dedicado a los difuntos que están aún penando.