CUENCA DE CAMPOS: Cuando un año después, hora por hora,...

Cuando un año después, hora por hora,
hacia Francia volvía,
echando alegre sobre el cuerpo mío
mi manta de alamares de Zamora,
porque a un tiempo sentía,
como el año anterior, día por día,
mucho amor, mucho viento y mucho frío,
al minuto final del año entero
a la cita acudí, cual caballero
que va alumbrado por su buena estrella;
mas al llegar a la estación aquella,
que no quiero nombrar... porque no quiero,
una tos de ataúd sonó a mi lado,
que salía del pecho de una anciana
con cara de dolor y negro traje.
Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,
y echándome un papel por la ventana,
- ¡Tomad -me dijo-, y continuad el viaje!
Y cual si fuese una hechicera vana,
que, después de un conjuro en alta noche,
quedase entre la sombra confundida,
la mujer, más que vieja, envejecida,
de mi presencia huyó con ligereza,
cual niebla entre la luz desvanecida,
al punto en que, llegando con presteza,
echó por la ventana de mi coche
esta carta, tan llena de tristeza,
que he leído más veces en mi vida
que cabellos contiene mi cabeza.

«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
jugó a estar viva a vuestro lado un día.
»Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores,
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo unas flores.
» ¡Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga..., casi interminable!...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!...
»Hundiéndose, al morir, sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
»Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive, y el dichoso muere!...
¡Cuando quise morir, Dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
» ¡Os amo, sí! Dejadme que, habladora,
me repita esta voz tan repetida:
que las cosas más íntimas ahora
se escapen de mis labios con mi vida.
»Hasta furiosa, a mí, que ya no existo,
la idea de los celos importuna:
¡Juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!

»Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria,
¡Yo os hubiera también amado tanto!
»Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en el tren, lleguemos
de vuestra vida a la estación postrera.
» ¡Ya me siento morir!... ¡El cielo os guarde!
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
»Pues yo desde ella os estaré mirando,
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré rezando
que Dios de par en par el cielo os abra.
» ¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amasteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
» ¡Oh Padre de las almas pecadoras,
conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
» ¡Adiós, adiós! ¡Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero!
¡Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba... y que me muero!»

Al ver de esta manera
trocado el curso de mi vida entera
en un sueño tan breve,
de pronto se quedó, de negro que era,
mi cabello más blanco que la nieve.
De dolor traspasado
por la más grande herida
que a un corazón jamás ha destrozado
en la inmensa batalla de la vida,
ahogado de tristeza,
busqué a la mensajera envejecida;
mas fue esperanza vana,
pues lo mismo que un ciego deslumbrado
ni pude ver la anciana
ni respirar del aire la pureza,
por más que abrí cien veces la ventana,
decidido a tirarme de cabeza.
Cuando, por fin, sintiéndome agobiado
de mi desdicha al peso,
y encerrado en el coche, maldecía
como si fuese en el infierno preso,
al año de venir, día por día,
con mi grande inquietud y poco seso,
sin alma y como inútil mercancía,
me volvió hasta París el tren expreso.

RAMON DE CAMPOAMOR