EL GALGO. RÁPIDO COMO UN RAYO.
No encontramos ejemplar más bello entre los cánidos de nuestra tierra que un galgo bien plantado. Esa silueta estilizada y dinámica, de la que muchos deportistas de ciertas disciplinas han tomado ejemplo, es todo un tratado de movimientos armónicos. Pero el término de la temporada de caza y la falta de liebres hará que también cantemos un requien por el galgo. Ese galgo que tantas escenas bellas ha prodigado por nuestra Tierra de Campos.
De el hemos aprendido que corre más que un mastín. Lógico por cierto. Pero si esta amarrado correrá más el mastín. Eso viene a cuento de que si uno no quiere no potencia sus cualidades por muchas que tenga.
Pero cuando acaba la temporada de caza muchos cazadores se preguntan ¿Que hacemos con los galgos? si ya no pueden salir a correr las liebres. Ellos nacieron para ventear los aires y correr los campos y ahora se van a quedar en el paro. Ellos no nacieron para ser señoritos de perrera y paseo. No saben guardar la casa ni están acostumbrados a enfrentarse a los ladrones. Lo suyo es la faena cinegética. Son los pajes de los cazadores de visera y botas. Con ellos andan los rastrojos, corren los páramos y dan rienda suelta a sus instintos perseguidores. Están diseñados para rodar por el terreno con su cuerpo estilizado y su cola de timón. Están diseñados para cimbrearse y retorcerse al menor quiebro de las escurridizas liebres. Todos soñamos con esos carrerones donde se hacen flechas sobre el terreno en busca de las rabonas.
Por nuestra tierra han ido desapareciendo las liebres, víctimas muchas de las pestes; lo que ha hecho que el número de estos bellos ejemplares hayan disminuido.
Esperemos que este ejemplar de nuestra tierra no desaparezca y sigamos disfrutando de esas hermosas carreras, confundiéndose con el terreno. Ya hidalgos como Don Quijote hablaban de ellos presumiendo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
No encontramos ejemplar más bello entre los cánidos de nuestra tierra que un galgo bien plantado. Esa silueta estilizada y dinámica, de la que muchos deportistas de ciertas disciplinas han tomado ejemplo, es todo un tratado de movimientos armónicos. Pero el término de la temporada de caza y la falta de liebres hará que también cantemos un requien por el galgo. Ese galgo que tantas escenas bellas ha prodigado por nuestra Tierra de Campos.
De el hemos aprendido que corre más que un mastín. Lógico por cierto. Pero si esta amarrado correrá más el mastín. Eso viene a cuento de que si uno no quiere no potencia sus cualidades por muchas que tenga.
Pero cuando acaba la temporada de caza muchos cazadores se preguntan ¿Que hacemos con los galgos? si ya no pueden salir a correr las liebres. Ellos nacieron para ventear los aires y correr los campos y ahora se van a quedar en el paro. Ellos no nacieron para ser señoritos de perrera y paseo. No saben guardar la casa ni están acostumbrados a enfrentarse a los ladrones. Lo suyo es la faena cinegética. Son los pajes de los cazadores de visera y botas. Con ellos andan los rastrojos, corren los páramos y dan rienda suelta a sus instintos perseguidores. Están diseñados para rodar por el terreno con su cuerpo estilizado y su cola de timón. Están diseñados para cimbrearse y retorcerse al menor quiebro de las escurridizas liebres. Todos soñamos con esos carrerones donde se hacen flechas sobre el terreno en busca de las rabonas.
Por nuestra tierra han ido desapareciendo las liebres, víctimas muchas de las pestes; lo que ha hecho que el número de estos bellos ejemplares hayan disminuido.
Esperemos que este ejemplar de nuestra tierra no desaparezca y sigamos disfrutando de esas hermosas carreras, confundiéndose con el terreno. Ya hidalgos como Don Quijote hablaban de ellos presumiendo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.