AQUEL DOMINGO DEL MES DE NOVIEMBRE DE 1963.
Hace ahora sesenta años, y aquel hombre que tenia en su tierra lasecana unas fincas pequeñas y un burro cano, se veía en la obligación de vender su asno, ya que las pequeñas fincas de labranza las había alquilado, y el hombre ya mayor no podía salir a trabajarlas, y aquel domingo después de Los Santos, se dispuso a madrugar para irse a vender aquel burro que tanto le había dado en su vida de labrador, Era una mañana con medio niebla, fría y poco apacible, más aquellos once kilómetros que separan la Cuna del Verdejo de Medina del Campo, ciudad donde el mercado semanal se celebraba todos los domingos del año, fueron para este hombre casi anciano, un calvario, ya que pasaron por su mente las faenas agrícolas que el burro aquel le pudo hacer, y sus viajes a los trabajos de podar las viñas, pero el hombre pensaba, como sigo manteniendo a este animal, y poniéndole herraduras, si ya no puedo ni subirme en su albarda, El camino hacia Medina del Campo se hizo duro, tan solo llevaba una manta para servirle de asiento sobre su asno, y aquel burro parecía que notaba aquella despedida, el hombre en el camino llego a llorar, sus ojos se empeñaban de lágrimas, le hubiera gustado soltarle en el campo y dejarle marchar sin saber a dónde, aunque el hombre pensó que si volviese a mi casa, el drama sería mucho más grande. Por fin el hombre después de dos horas y pico llegó a Medina, y se fue al mercado de ganado, donde esta la Plaza de Toros, allí llegó un tal Saavedra que negociaba con ganado, y el hombre no le quiso vender su burro, ya sabia que sería para hacerle carne, y espero hasta que llegó un pequeño agricultor de Tierra Blanda, zona sur de Medina del Campo, que le compro el asno. El hombre mayor volvió a La Seca, en el autobús de los domingos de entonces, y su pena era terrible, al llegar a su casa la esposa le esperaba para preguntarle a quien le vendió su burro, el hombre emocionado comentó, aun agricultor pequeño de esa zona agrícola del sur de Medina. El dinero quedó sobre la camilla del comedor, y ni la esposa se atrevía a cogerlo, era un dinero que no les salvaba su economía, y su vida de jubilado de entonces era de penumbra económica. Aquel burro cano no se dónde terminaron sus huesos.
G X Cantalapiedra.
Hace ahora sesenta años, y aquel hombre que tenia en su tierra lasecana unas fincas pequeñas y un burro cano, se veía en la obligación de vender su asno, ya que las pequeñas fincas de labranza las había alquilado, y el hombre ya mayor no podía salir a trabajarlas, y aquel domingo después de Los Santos, se dispuso a madrugar para irse a vender aquel burro que tanto le había dado en su vida de labrador, Era una mañana con medio niebla, fría y poco apacible, más aquellos once kilómetros que separan la Cuna del Verdejo de Medina del Campo, ciudad donde el mercado semanal se celebraba todos los domingos del año, fueron para este hombre casi anciano, un calvario, ya que pasaron por su mente las faenas agrícolas que el burro aquel le pudo hacer, y sus viajes a los trabajos de podar las viñas, pero el hombre pensaba, como sigo manteniendo a este animal, y poniéndole herraduras, si ya no puedo ni subirme en su albarda, El camino hacia Medina del Campo se hizo duro, tan solo llevaba una manta para servirle de asiento sobre su asno, y aquel burro parecía que notaba aquella despedida, el hombre en el camino llego a llorar, sus ojos se empeñaban de lágrimas, le hubiera gustado soltarle en el campo y dejarle marchar sin saber a dónde, aunque el hombre pensó que si volviese a mi casa, el drama sería mucho más grande. Por fin el hombre después de dos horas y pico llegó a Medina, y se fue al mercado de ganado, donde esta la Plaza de Toros, allí llegó un tal Saavedra que negociaba con ganado, y el hombre no le quiso vender su burro, ya sabia que sería para hacerle carne, y espero hasta que llegó un pequeño agricultor de Tierra Blanda, zona sur de Medina del Campo, que le compro el asno. El hombre mayor volvió a La Seca, en el autobús de los domingos de entonces, y su pena era terrible, al llegar a su casa la esposa le esperaba para preguntarle a quien le vendió su burro, el hombre emocionado comentó, aun agricultor pequeño de esa zona agrícola del sur de Medina. El dinero quedó sobre la camilla del comedor, y ni la esposa se atrevía a cogerlo, era un dinero que no les salvaba su economía, y su vida de jubilado de entonces era de penumbra económica. Aquel burro cano no se dónde terminaron sus huesos.
G X Cantalapiedra.