LA SOLEDAD DE ESOS LLANOS DE CASTILLA
Existen la soledades de esos llanos o paramos de la Castilla Sedienta, donde en estas fechas de medio invierno la niebla es testigo de esas soledades que parece que atormentan, La niebla llega a ser cerrada, con una visibilidad de hasta unos cincuenta metros, Hay podadores de viñas que durante su jornada no logran ver a ningún ser humano, el estar en su trabajo con el frío que dejan esas nieblas, donde el suelo helado y los sarmientos escarchados de hielo, parece que estuviéramos en otro territorio más al norte del planeta, La soledad de no poder ver a nadie, incluso sabiendo que siempre habría alguien que estaría cerca de allí, a veces se mueve el viento y la niebla retrocede, Más otras veces sale el sol quien intenta dejarse ver, y un poco se le ve entre las nubes, y sobre las cinco de la tarde de nuevo vuelve la niebla a pasos agigantados, es como si corriera tanto que no te da tiempo para verla llegar, de nuevo estás sin visibilidad, y la soledad cuando anochece nos parece que así crece, Entonces las personas que están en el campo en esos terrenos de niebla, no muy lejos del Río Duero, preparan su retorno a su localidad, viendo como enseguida la noche se viene encima, sin poder impedir ese frío que deja las manos tiritando, no es época de poder labrar la tierra, hay días que la capa de hielo que se levanta en las aradas es muy grande, y no merece la pena hacer mala labor, Esos días de niebla son temerosos, fueron días donde algunas personas que tenían en su memoria actos de mala fe, no salían al campo, el miedo que alguien les pidiera cuentas era muy superior a todas las prisas en las faenas de la agricultura. La niebla era temerosa para ciertos hombres que ya no existen ninguno, los años les borraron de esa tierra castellana donde dejaron tristes huellas. La Madre Naturaleza tiene su memoria, y esa no perdona, y te frena o te da libertad para vivir tranquilo, incluso esos días de niebla cerrada y heladora. G X Cantalapiedra.
Existen la soledades de esos llanos o paramos de la Castilla Sedienta, donde en estas fechas de medio invierno la niebla es testigo de esas soledades que parece que atormentan, La niebla llega a ser cerrada, con una visibilidad de hasta unos cincuenta metros, Hay podadores de viñas que durante su jornada no logran ver a ningún ser humano, el estar en su trabajo con el frío que dejan esas nieblas, donde el suelo helado y los sarmientos escarchados de hielo, parece que estuviéramos en otro territorio más al norte del planeta, La soledad de no poder ver a nadie, incluso sabiendo que siempre habría alguien que estaría cerca de allí, a veces se mueve el viento y la niebla retrocede, Más otras veces sale el sol quien intenta dejarse ver, y un poco se le ve entre las nubes, y sobre las cinco de la tarde de nuevo vuelve la niebla a pasos agigantados, es como si corriera tanto que no te da tiempo para verla llegar, de nuevo estás sin visibilidad, y la soledad cuando anochece nos parece que así crece, Entonces las personas que están en el campo en esos terrenos de niebla, no muy lejos del Río Duero, preparan su retorno a su localidad, viendo como enseguida la noche se viene encima, sin poder impedir ese frío que deja las manos tiritando, no es época de poder labrar la tierra, hay días que la capa de hielo que se levanta en las aradas es muy grande, y no merece la pena hacer mala labor, Esos días de niebla son temerosos, fueron días donde algunas personas que tenían en su memoria actos de mala fe, no salían al campo, el miedo que alguien les pidiera cuentas era muy superior a todas las prisas en las faenas de la agricultura. La niebla era temerosa para ciertos hombres que ya no existen ninguno, los años les borraron de esa tierra castellana donde dejaron tristes huellas. La Madre Naturaleza tiene su memoria, y esa no perdona, y te frena o te da libertad para vivir tranquilo, incluso esos días de niebla cerrada y heladora. G X Cantalapiedra.