EL BURRO CANO EN MEDINA DEL CAMPO NOS DIJO ADIOS
En los primeros días del mes de mayo de 1959, aquel anciano con su carro entoldado, con ruedas de neumáticos, intentaba entrar en las calles recién asfaltadas de Medina del Campo, pero los dieciocho años que aquel burro Cano tenía sobre su cuerpo machacado, por los trabajos agrícolas y sus paseos tirando del carro de varas, le habían hecho mucho daño, Su dueño un anciano jubilado, con algo más de ochenta años, que cada semana se daba un paseo hasta la bonita ciudad de Medina del Campo, donde siempre tenía que comprar algún detalle, o simplemente entrar en su Mercado Central, al lado del rio Zapardiel, y con un viejo historial de muchos años. Era una excursión fabulosa, donde el anciano se tomaba su café con leche y sus churros, que le hacían la mañana muy agradable, más aquel día de primeros de mayo, el burro Cano, con todo su pelo blanco como la nieve, se negaba a entrar en el tramo donde se une con la antigua carretera de La Coruña a Madrid, frente lo que fue el Bar Galano. El momento fue fatal, El Cano aquel burro conocido a distancia en la Villa de La Seca, por sus paseos por los caminos, para visitar viñedos, donde el anciano todavía podaba alguna de sus viñas, Rotundamente se cayó al suelo, sus ojos medio abiertos decían “Este mundo de hacer el burro se ha terminado”, y el Anciano se bajó de su carro entoldado, y tan solo le quedo el alivio, de ver como al morir pudo acariciar su cric blanca como la nieva, mientras el burro Cano, cerraba sus ojos para toda la eternidad. Se ve que alguna persona llamó a los servicios de limpieza o recogida de animales fallecidos, y pronto se llevaron de en medio de la calle, el pesado cuerpo en un remolque. El anciano llamó por teléfono a su Villa para que un nieto fuera con otro animal, para recuperar el carro de varas entoldado, y ese día se tuvo que quedar sin su café con churros, ni su paseo por la Calle de Padilla, ni aquel recorrido debajo de los soportales de La Plaza Mayor, y su mirada a la Colegiata, ni pudo comprar algunas cocadas, típicas de Medina, Fue un preludio de lo que los seres humanos somos, Trabajamos como burros cuando somos jóvenes, y a una edad mayor, nos marchamos en cualquiera travesía de nuestro viaje al placer. El retorno a su Villa fue más bien triste, pensaba el anciano sin decir nada al nieto que le acompañaba, “Como se pasa la vida tan callando”, miraba las colinas que rodean a Medina del Campo, y pensaba para dentro, “yo seré pronto otro Cano”, “me marcharé en cualquiera mañana, dejando esta tierra mía, a la que tanto quise, sin poderla despedir, no tendré tiempo de decirla adiós, ni dejar sobre mi tumba escrito un epitafio de recuerdo. Hoy me di cuenta lo poco que somos los seres humanos, incluidos los burros, estamos todos en la lista de espera, para marcharnos cuando nos avisen, aunque nos parezca que todavía no llegó la hora, al llegar a la Villa, el anciano triste se le cayeron las lágrimas por su cara, lloraba cual llora un niño cuando le quitan su juguete preferido, aquel día de primeros de mayo, ni las amapolas lucían, ni los viñedos florecían, ni las almendreras daban brillos sus flores, era una fecha triste para tan solo pensar, que todo ser que tenemos sangre caliente, un día dejaremos de existir, y aunque no queramos atender la llamada de la muerte, ella nos abrazará para que no podamos seguir adelante, a veces con caprichos como un café o un chocolate con churros, tendremos que marcharnos, quizá sin querer irnos, más el viaje a lo desconocido, es imposible de anular, no hay marcha atrás, ni freno que pueda parar esa velocidad que nos impone nuestra propia vida. G X Cantalapìedra. 26 – 5 – 2020.
En los primeros días del mes de mayo de 1959, aquel anciano con su carro entoldado, con ruedas de neumáticos, intentaba entrar en las calles recién asfaltadas de Medina del Campo, pero los dieciocho años que aquel burro Cano tenía sobre su cuerpo machacado, por los trabajos agrícolas y sus paseos tirando del carro de varas, le habían hecho mucho daño, Su dueño un anciano jubilado, con algo más de ochenta años, que cada semana se daba un paseo hasta la bonita ciudad de Medina del Campo, donde siempre tenía que comprar algún detalle, o simplemente entrar en su Mercado Central, al lado del rio Zapardiel, y con un viejo historial de muchos años. Era una excursión fabulosa, donde el anciano se tomaba su café con leche y sus churros, que le hacían la mañana muy agradable, más aquel día de primeros de mayo, el burro Cano, con todo su pelo blanco como la nieve, se negaba a entrar en el tramo donde se une con la antigua carretera de La Coruña a Madrid, frente lo que fue el Bar Galano. El momento fue fatal, El Cano aquel burro conocido a distancia en la Villa de La Seca, por sus paseos por los caminos, para visitar viñedos, donde el anciano todavía podaba alguna de sus viñas, Rotundamente se cayó al suelo, sus ojos medio abiertos decían “Este mundo de hacer el burro se ha terminado”, y el Anciano se bajó de su carro entoldado, y tan solo le quedo el alivio, de ver como al morir pudo acariciar su cric blanca como la nieva, mientras el burro Cano, cerraba sus ojos para toda la eternidad. Se ve que alguna persona llamó a los servicios de limpieza o recogida de animales fallecidos, y pronto se llevaron de en medio de la calle, el pesado cuerpo en un remolque. El anciano llamó por teléfono a su Villa para que un nieto fuera con otro animal, para recuperar el carro de varas entoldado, y ese día se tuvo que quedar sin su café con churros, ni su paseo por la Calle de Padilla, ni aquel recorrido debajo de los soportales de La Plaza Mayor, y su mirada a la Colegiata, ni pudo comprar algunas cocadas, típicas de Medina, Fue un preludio de lo que los seres humanos somos, Trabajamos como burros cuando somos jóvenes, y a una edad mayor, nos marchamos en cualquiera travesía de nuestro viaje al placer. El retorno a su Villa fue más bien triste, pensaba el anciano sin decir nada al nieto que le acompañaba, “Como se pasa la vida tan callando”, miraba las colinas que rodean a Medina del Campo, y pensaba para dentro, “yo seré pronto otro Cano”, “me marcharé en cualquiera mañana, dejando esta tierra mía, a la que tanto quise, sin poderla despedir, no tendré tiempo de decirla adiós, ni dejar sobre mi tumba escrito un epitafio de recuerdo. Hoy me di cuenta lo poco que somos los seres humanos, incluidos los burros, estamos todos en la lista de espera, para marcharnos cuando nos avisen, aunque nos parezca que todavía no llegó la hora, al llegar a la Villa, el anciano triste se le cayeron las lágrimas por su cara, lloraba cual llora un niño cuando le quitan su juguete preferido, aquel día de primeros de mayo, ni las amapolas lucían, ni los viñedos florecían, ni las almendreras daban brillos sus flores, era una fecha triste para tan solo pensar, que todo ser que tenemos sangre caliente, un día dejaremos de existir, y aunque no queramos atender la llamada de la muerte, ella nos abrazará para que no podamos seguir adelante, a veces con caprichos como un café o un chocolate con churros, tendremos que marcharnos, quizá sin querer irnos, más el viaje a lo desconocido, es imposible de anular, no hay marcha atrás, ni freno que pueda parar esa velocidad que nos impone nuestra propia vida. G X Cantalapìedra. 26 – 5 – 2020.