ROMANCE DEL LADRÓN DE LA POSADA
El romance está basado en hechos reales acaecidos en Moral de la Reina a principios del siglo pasado. La casa donde se sucedieron está situada en la Carretera de Medina de Rioseco a Villalón de Campos. Barrio de San Juan.
Moral, Moral de la Reina
y en San Juan una posada,
camino de Villalón
que clientes no faltaran.
Suceso allí ocurrido,
que el pueblo nunca olvidara,
es esto que aquí yo cuento
que mi abuela ya contara.
La carabina de Ambrosio,
que él mismo disparara,
por defender el negocio:
en el purgatorio un alma.
¡Que extraño forastero
el que por allí pasara,
que extraño forastero!
el que ha pedido posada.
No se la negaron, no,
que el huésped bien cenara
que con la barriga llena
buenos cuartos le cobraran.
Echó la mitad al perro
que muy sofocado estaba
Ambrosio, desconfiado,
algo malo sospechaba .
Cuando hubo ya cenado
cama le solicitara.
El, que ya tanto sospechaba
quedarse no le dejara:
Cama no queda ninguna
que están todas ocupadas.
Huésped muy considerado
paga y con dios le dejara.
Pero no queda tranquilo,
llega la noche cerrada:
¡Ay!, que seguro que vuelve
a robarme la posada.
De repente se apagó
candil que guardián quedaba
por entrar muco corriente
por la ventana no cerrada.
Ambrosio, ya desvelado,
muy raudo se levanta.
Para defender el sitio
escopeta no faltara.
Cruje arriba la tarima,
se oyen de ladrón pisadas.
Ambrosio con su familia
en el chigre se guardarán.
Cierran con lleva las puertas,
gran arca allí arrimaran.
Por apropiada mirilla
el cañón bien apuntara.
Bajando por la escalera
a tres hombre divisara
sin dudarlo ni un momento
al del medio disparara,
con muy buena puntería,
que en la costilla le acertara.
El ladrón yace en el suelo,
el ladrón ya se desangra.
Sus dos cobardes amigos,
sus tan malos camaradas
por donde entraron salieron,
por el balcón se escapaban.
Buen mozo, el del amo Ambrosio.
Venancio, así se llamaba.
Rudo con el duro arado,
cual estirpe castellana.
Que al oír el gran estruendo
corriera para su casa.
Y el miedo, que es traicionero,
la lengua así trabara,
gritándole a su mujer:
“abre Venancio, que soy Viviana”.
Nadie reclamó el cadáver,
nadie que lo amortajara.
No hubo ningún atestado
ni guardias que se enteraran.
Cristo de los Afligidos
que guardar quisiste su alma,
no le dejaste marchar
que en Moral ya se quedara.
No hay ninguna sepultura
donde el bandido enterraran,
que todos aun recuerdan
al ladrón de la posada.
El romance está basado en hechos reales acaecidos en Moral de la Reina a principios del siglo pasado. La casa donde se sucedieron está situada en la Carretera de Medina de Rioseco a Villalón de Campos. Barrio de San Juan.
Moral, Moral de la Reina
y en San Juan una posada,
camino de Villalón
que clientes no faltaran.
Suceso allí ocurrido,
que el pueblo nunca olvidara,
es esto que aquí yo cuento
que mi abuela ya contara.
La carabina de Ambrosio,
que él mismo disparara,
por defender el negocio:
en el purgatorio un alma.
¡Que extraño forastero
el que por allí pasara,
que extraño forastero!
el que ha pedido posada.
No se la negaron, no,
que el huésped bien cenara
que con la barriga llena
buenos cuartos le cobraran.
Echó la mitad al perro
que muy sofocado estaba
Ambrosio, desconfiado,
algo malo sospechaba .
Cuando hubo ya cenado
cama le solicitara.
El, que ya tanto sospechaba
quedarse no le dejara:
Cama no queda ninguna
que están todas ocupadas.
Huésped muy considerado
paga y con dios le dejara.
Pero no queda tranquilo,
llega la noche cerrada:
¡Ay!, que seguro que vuelve
a robarme la posada.
De repente se apagó
candil que guardián quedaba
por entrar muco corriente
por la ventana no cerrada.
Ambrosio, ya desvelado,
muy raudo se levanta.
Para defender el sitio
escopeta no faltara.
Cruje arriba la tarima,
se oyen de ladrón pisadas.
Ambrosio con su familia
en el chigre se guardarán.
Cierran con lleva las puertas,
gran arca allí arrimaran.
Por apropiada mirilla
el cañón bien apuntara.
Bajando por la escalera
a tres hombre divisara
sin dudarlo ni un momento
al del medio disparara,
con muy buena puntería,
que en la costilla le acertara.
El ladrón yace en el suelo,
el ladrón ya se desangra.
Sus dos cobardes amigos,
sus tan malos camaradas
por donde entraron salieron,
por el balcón se escapaban.
Buen mozo, el del amo Ambrosio.
Venancio, así se llamaba.
Rudo con el duro arado,
cual estirpe castellana.
Que al oír el gran estruendo
corriera para su casa.
Y el miedo, que es traicionero,
la lengua así trabara,
gritándole a su mujer:
“abre Venancio, que soy Viviana”.
Nadie reclamó el cadáver,
nadie que lo amortajara.
No hubo ningún atestado
ni guardias que se enteraran.
Cristo de los Afligidos
que guardar quisiste su alma,
no le dejaste marchar
que en Moral ya se quedara.
No hay ninguna sepultura
donde el bandido enterraran,
que todos aun recuerdan
al ladrón de la posada.