Pío del Río Hortega, nació en Portillo, 5 de mayo de 1882 y murió en Buenos Aires (capital de Argentina) el 1 de junio de 1945.
Hace 75 años moría Pío del Río Hortega, uno de los más grandes científicos de este país. Propuesto en dos ocasiones para el Nobel, sus investigaciones sobre neuronas y tumores siguen aún vigentes. Y, no se lo van a creer, murió en el exilio.
Pío del Río-Hortega, nacido en Portillo, Valladaolid, era el cuarto de ocho hermanos de una familia de labradores adinerados que no pusieron nunca problemas para pagar los estudios de aquel niño enclenque y atildado, extremadamente tímido, víctima perfecta para la violencia de los mediocres, con una gran mano para lapiceros y pinceles e interés por la medicina.
En 1905 se licenció en medicina al amparo del catedrático de Histología y Anatomía Patológica, Leopoldo López García, que saca partido a su destreza con el dibujo y lo nombra ayudante honorario en su cátedra de anatomía. Con el título bajo el brazo se va de médico a su pueblo. Dura dos años diseccionando el aburrimiento. Lo suyo es la investigación. Se va a Madrid a leer su tesis doctoral, Alteraciones del tejido nervioso y síntomas generales en los tumores del encéfalo, y allí se quedará. El encéfalo y los tumores serán el territorio de sus investigaciones, las que convertirán su laboratorio en centro de peregrinaje de los mayores especialistas europeos de su tiempo.
El sueño de Pío es trabajar junto a Santiago Ramón y Cajal, pero Ramón y Cajal anda muy ocupado y se lo manda a su colega Nicolás Achúcarro, brillante neurocientífico que ha trabajado con Alois Alzheimer, doctor honoris causa por Yale y que ha bebido el humanismo de Giner de los Ríos y lo recibe con los brazos abiertos en su laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso en el Museo de Historia Natural.
Alentado por Achúcarro y becado por el Comité Español para la Investigación del Cáncer, Río-Hortega estudiará en París, Londres y el Instituto Koch de Berlín. La I Guerra Mundial aconseja su vuelta a Madrid. Empieza a publicar y a hacerse un nombre en Europa.
Nicolás Achúcarro morirá a los 37 años arrasado por la enfermedad de Hodgkin. Río-Hortega queda desolado y además descubre que estaba trabajando gratis, que el sueldo que recibía se lo pagaba Achúcarro de su propio bolsillo, pasándole la mitad de su sueldo. Río-Hortega es nombrado ayudante del Laboratorio del Hospital Provincial de Madrid., empezando a despertar muchas envidias entre los que valoran más la antigüedad que el conocimiento.
Pío-Hortega descubre el centrosoma de las células nerviosas e investiga el origen de las neurofibrillas, centrando su trabajo en la neuroglia, lo que le llevará al descubrimiento de la microglía y a escribir un tratado que sigue vigente y es fundamental en la investigación sobre tumores. Maniobras en la sombra consiguen que Cajal crea en las malas lenguas que hablan de un Pío-Hortega poniendo a parir al maestro y lo expulse del laboratorio.
A Ramón y Cajal, tipo con un punto irascible de mal soportar, se le fue pasando el pronto abusón y le pidió a la Junta para Ampliación de Estudios que lo pusieran el frente de un Laboratorio de Histología Normal y Patológica en la Residencia de Estudiantes. Pasados los años, Cajal reconoce y elogia en público las investigaciones y hallazgos de Río-Hortega.
Especializado en el estudio de las células gliales con métodos desarrollados por él mismo (los alemanes Spatz y Metz las bautizan en sus tratados células Río-Hortega), a Pío se le queda pequeño el laboratorio de recibir a eminentes colegas y discípulos que le llegan de toda Europa y Estados Unidos. Además, le nombran miembro de honor de sociedades europeas y americanas y le ponen sobre la mesa suculentas ofertas para trabajar en el Peter Bent Brigham Hospital de Boston, el Johns Hopkins de Baltimore, o el John Rhea Barton Hospital de Filadelfia. Ofertas que rechaza o las propone a sus discípulos más preparados. A él le vale con dirigir el recién inaugurado Laboratorio de Anatomía Patológica y Cancerología mientras espera impaciente las instalaciones científicas de la futura Ciudad Universitaria de Madrid.
El 1929 es propuesto por primera vez para el Nobel. En Suecia lo tienen claro. En España… pasa lo que pasa. Negado para las relaciones públicas y aún más para lamer traseros, mal visto por la costra académica por taciturno, brillante, republicano y homosexual, nadie mueve un solo dedo para hacerlo posible. De hecho, ni siquiera nadie lo ha llamado nunca para dar clases en la Universidad, coto que anda escocido con un discurso de Río-Hortega reclamando la urgencia de una reforma universitaria en profundidad. Tal como escribía Pío Baroja en El árbol de la ciencia, ‘los profesores del año preparatorio eran viejísimos, habría algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando. Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil. En España en general no se paga el trabajo, sino la sumisión’.
La siguiente propuesta para el Nobel llegó en 1937, con España en guerra y Río-Hortega más ocupado en salir vivo del país. Antes, en 1934, vacante el sillón que ocupaba el fallecido Ramón y Cajal en la Real Academia de Medicina, se da por hecho que el sitio es para Río-Hortega. Lo dicho, en España… pasa lo que pasa… Su amigo Gonzalo Rodríguez Lafora, sabiendo que Pío es un pésimo publicista de sí mismo, prepara un apabullante montón de documentos sobre las inconmensurables aportaciones científicas de Río-Hortega y su reconocimiento internacional. Nadie le llega a la suela de la sandalia. Pues eligen a otro y Rodríguez Lafora descubre indignado que su ingente documentación ni siquiera ha sido abierta.
Río-Hortega, director del Instituto Nacional del Cáncer, asiste al III Congreso Internacional contra el Cáncer en Bruselas mientras en España se expande otro cáncer, el fascismo y su guerra de exterminio. Le vuelven a llover ofertas de las mejores universidades. Pío firma un manifesto en apoyo al gobierno de la II República y vuelve a Madrid. Un buen día, se pone el mono de miliciano y con su sobrina Asunción Amo del Río y su amigo Nicolás Gómez del Moral, se suben a una tanqueta y se plantan bajo las bombas que caen en la Ciudad Universitaria para rescatar 5.000 muestras histológicas, microscopios y radium traído de Bégica antes de que los fascistas barran a cañonazos las instalaciones científicas por blasfemas.
Pío del Río-Hortega, uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética y consejero nato del Consejo Nacional de Sanidad, marcha con el Gobierno a Valencia. Imposibilitada toda investigación, obtiene permiso para marchar al extranjero, primero a París y luego a Londres.
En 1939, el Gobierno de Franco le acusa formalmente de masón y republicano y lo depura de todos sus cargos públicos. La Universidad de Oxford le nombra doctor honoris causa y por fin ejerce de profesor universitario.
La II Guerra Mundial lo embarca hacia Argentina y la Institución Cultural Española de Buenos Aires le construirá un laboratorio idéntico al de Oxford para continuar con su labor. Río-Hortega lo bautizará Laboratorio Ramón y Cajal en homenaje a que sigue considerando su maestro. Editor de la revista Archivos de Histología Normal y Patológica, no dejará de publicar nuevos trabajos sobre los tumores del sistema nervioso central y periférico o sobre la clasificación de las alteraciones celulares.
En 1944 él mismo se diagnosticó un cáncer urogenital que apenas le dará un año más de vida. El gobierno de Franco intenta traer de vuelta a España el cuerpo agonizante de Río-Hortega para hacer un buen paripé. Río-Hortega siguen guardando fidelidad a la II República y se niega a verse instrumentalizado por los bárbaros.
Morirá en Buenos Aires el 1 de junio de 1945, rodeado por amigos y discípulos, y la multitud llenará las calles para acompañar el féretro de un hombre pulcro y diminuto vestido con la toga de profesor honoris causa de la Universidad de Oxford y que luce en su solapa una insignia republicana.
En 1986, sus restos fueron trasladados al Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de Valladolid y se puso su nombre al Hospital Universitario Río-Hortega, aunque mejor no hagan apuestas sobre los que creen que el río Hortega es un afluente del Pisuerga. La página web del hospital contiene unas líneas biográficas de lo más asépticas. El tumor de la desmemoria.
Hace 75 años moría Pío del Río Hortega, uno de los más grandes científicos de este país. Propuesto en dos ocasiones para el Nobel, sus investigaciones sobre neuronas y tumores siguen aún vigentes. Y, no se lo van a creer, murió en el exilio.
Pío del Río-Hortega, nacido en Portillo, Valladaolid, era el cuarto de ocho hermanos de una familia de labradores adinerados que no pusieron nunca problemas para pagar los estudios de aquel niño enclenque y atildado, extremadamente tímido, víctima perfecta para la violencia de los mediocres, con una gran mano para lapiceros y pinceles e interés por la medicina.
En 1905 se licenció en medicina al amparo del catedrático de Histología y Anatomía Patológica, Leopoldo López García, que saca partido a su destreza con el dibujo y lo nombra ayudante honorario en su cátedra de anatomía. Con el título bajo el brazo se va de médico a su pueblo. Dura dos años diseccionando el aburrimiento. Lo suyo es la investigación. Se va a Madrid a leer su tesis doctoral, Alteraciones del tejido nervioso y síntomas generales en los tumores del encéfalo, y allí se quedará. El encéfalo y los tumores serán el territorio de sus investigaciones, las que convertirán su laboratorio en centro de peregrinaje de los mayores especialistas europeos de su tiempo.
El sueño de Pío es trabajar junto a Santiago Ramón y Cajal, pero Ramón y Cajal anda muy ocupado y se lo manda a su colega Nicolás Achúcarro, brillante neurocientífico que ha trabajado con Alois Alzheimer, doctor honoris causa por Yale y que ha bebido el humanismo de Giner de los Ríos y lo recibe con los brazos abiertos en su laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso en el Museo de Historia Natural.
Alentado por Achúcarro y becado por el Comité Español para la Investigación del Cáncer, Río-Hortega estudiará en París, Londres y el Instituto Koch de Berlín. La I Guerra Mundial aconseja su vuelta a Madrid. Empieza a publicar y a hacerse un nombre en Europa.
Nicolás Achúcarro morirá a los 37 años arrasado por la enfermedad de Hodgkin. Río-Hortega queda desolado y además descubre que estaba trabajando gratis, que el sueldo que recibía se lo pagaba Achúcarro de su propio bolsillo, pasándole la mitad de su sueldo. Río-Hortega es nombrado ayudante del Laboratorio del Hospital Provincial de Madrid., empezando a despertar muchas envidias entre los que valoran más la antigüedad que el conocimiento.
Pío-Hortega descubre el centrosoma de las células nerviosas e investiga el origen de las neurofibrillas, centrando su trabajo en la neuroglia, lo que le llevará al descubrimiento de la microglía y a escribir un tratado que sigue vigente y es fundamental en la investigación sobre tumores. Maniobras en la sombra consiguen que Cajal crea en las malas lenguas que hablan de un Pío-Hortega poniendo a parir al maestro y lo expulse del laboratorio.
A Ramón y Cajal, tipo con un punto irascible de mal soportar, se le fue pasando el pronto abusón y le pidió a la Junta para Ampliación de Estudios que lo pusieran el frente de un Laboratorio de Histología Normal y Patológica en la Residencia de Estudiantes. Pasados los años, Cajal reconoce y elogia en público las investigaciones y hallazgos de Río-Hortega.
Especializado en el estudio de las células gliales con métodos desarrollados por él mismo (los alemanes Spatz y Metz las bautizan en sus tratados células Río-Hortega), a Pío se le queda pequeño el laboratorio de recibir a eminentes colegas y discípulos que le llegan de toda Europa y Estados Unidos. Además, le nombran miembro de honor de sociedades europeas y americanas y le ponen sobre la mesa suculentas ofertas para trabajar en el Peter Bent Brigham Hospital de Boston, el Johns Hopkins de Baltimore, o el John Rhea Barton Hospital de Filadelfia. Ofertas que rechaza o las propone a sus discípulos más preparados. A él le vale con dirigir el recién inaugurado Laboratorio de Anatomía Patológica y Cancerología mientras espera impaciente las instalaciones científicas de la futura Ciudad Universitaria de Madrid.
El 1929 es propuesto por primera vez para el Nobel. En Suecia lo tienen claro. En España… pasa lo que pasa. Negado para las relaciones públicas y aún más para lamer traseros, mal visto por la costra académica por taciturno, brillante, republicano y homosexual, nadie mueve un solo dedo para hacerlo posible. De hecho, ni siquiera nadie lo ha llamado nunca para dar clases en la Universidad, coto que anda escocido con un discurso de Río-Hortega reclamando la urgencia de una reforma universitaria en profundidad. Tal como escribía Pío Baroja en El árbol de la ciencia, ‘los profesores del año preparatorio eran viejísimos, habría algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando. Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil. En España en general no se paga el trabajo, sino la sumisión’.
La siguiente propuesta para el Nobel llegó en 1937, con España en guerra y Río-Hortega más ocupado en salir vivo del país. Antes, en 1934, vacante el sillón que ocupaba el fallecido Ramón y Cajal en la Real Academia de Medicina, se da por hecho que el sitio es para Río-Hortega. Lo dicho, en España… pasa lo que pasa… Su amigo Gonzalo Rodríguez Lafora, sabiendo que Pío es un pésimo publicista de sí mismo, prepara un apabullante montón de documentos sobre las inconmensurables aportaciones científicas de Río-Hortega y su reconocimiento internacional. Nadie le llega a la suela de la sandalia. Pues eligen a otro y Rodríguez Lafora descubre indignado que su ingente documentación ni siquiera ha sido abierta.
Río-Hortega, director del Instituto Nacional del Cáncer, asiste al III Congreso Internacional contra el Cáncer en Bruselas mientras en España se expande otro cáncer, el fascismo y su guerra de exterminio. Le vuelven a llover ofertas de las mejores universidades. Pío firma un manifesto en apoyo al gobierno de la II República y vuelve a Madrid. Un buen día, se pone el mono de miliciano y con su sobrina Asunción Amo del Río y su amigo Nicolás Gómez del Moral, se suben a una tanqueta y se plantan bajo las bombas que caen en la Ciudad Universitaria para rescatar 5.000 muestras histológicas, microscopios y radium traído de Bégica antes de que los fascistas barran a cañonazos las instalaciones científicas por blasfemas.
Pío del Río-Hortega, uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética y consejero nato del Consejo Nacional de Sanidad, marcha con el Gobierno a Valencia. Imposibilitada toda investigación, obtiene permiso para marchar al extranjero, primero a París y luego a Londres.
En 1939, el Gobierno de Franco le acusa formalmente de masón y republicano y lo depura de todos sus cargos públicos. La Universidad de Oxford le nombra doctor honoris causa y por fin ejerce de profesor universitario.
La II Guerra Mundial lo embarca hacia Argentina y la Institución Cultural Española de Buenos Aires le construirá un laboratorio idéntico al de Oxford para continuar con su labor. Río-Hortega lo bautizará Laboratorio Ramón y Cajal en homenaje a que sigue considerando su maestro. Editor de la revista Archivos de Histología Normal y Patológica, no dejará de publicar nuevos trabajos sobre los tumores del sistema nervioso central y periférico o sobre la clasificación de las alteraciones celulares.
En 1944 él mismo se diagnosticó un cáncer urogenital que apenas le dará un año más de vida. El gobierno de Franco intenta traer de vuelta a España el cuerpo agonizante de Río-Hortega para hacer un buen paripé. Río-Hortega siguen guardando fidelidad a la II República y se niega a verse instrumentalizado por los bárbaros.
Morirá en Buenos Aires el 1 de junio de 1945, rodeado por amigos y discípulos, y la multitud llenará las calles para acompañar el féretro de un hombre pulcro y diminuto vestido con la toga de profesor honoris causa de la Universidad de Oxford y que luce en su solapa una insignia republicana.
En 1986, sus restos fueron trasladados al Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de Valladolid y se puso su nombre al Hospital Universitario Río-Hortega, aunque mejor no hagan apuestas sobre los que creen que el río Hortega es un afluente del Pisuerga. La página web del hospital contiene unas líneas biográficas de lo más asépticas. El tumor de la desmemoria.