Historia:
Luisito el de Pozaldez, in memoriam.
Pozaldez, además de por sus excelentes vinos, de la habilidad y maestría con la que sus hombres del campo labran sus buenas tierras de pan llevar, de su bicentenario olivar, de su perenne lavajo, del caño de la época de Carlos IIII, de sus dos iglesias coronadas por la majestuosa torre de San Boal, de su afamado artista local, Ladis, y de su sabroso pan; es también muy conocido por ser el pueblo de Luisito. Luisito el de Pozaldez.
El mozo Luis, retornó por última vez a su querido pueblo dos días después de cumplir noventa y dos años, en esta ocasión para quedarse definitivamente con los suyos, en la villa que le vio nacer y vivir. Y como no podía ser de otra manera, el destino quiso que su despedida coincidiera con el final de las Águedas y el comienzo de los carnavales, recreaciones del mundo al revés, que reflejan en cierto modo el anacronismo de su existencia.
Luisito paseó con orgullo el nombre de nuestra villa en sus andanzas por los numerosos pueblos, aldeas, villas y ciudades de Castilla, a los que puntualmente visitaba en sus fiestas patronales, para llevar la alegría a los lugareños con sus coplillas, bailes, saltos y revueltas. Su presencia era todo un acontecimiento en aquellas épocas de penuria y sinsabores. Los chicos suspendían las tareas escolares para ir a su encuentro apenas adivinaban su rechoncha silueta por los caminos, con su manta, su bastón, su boina, su corbata y su eterna sonrisa. La primera parada era en la escuela, actuando ante los niños, quienes después se encargarían de anunciar la buena nueva de su presencia a todo el pueblo. El maestro correspondía la juglaría con un estipendio.
Se alojaba en casa de los señores "pudientes", como él mismo decía, o si no lo eran tanto, en aquellas donde le demostraban cariño y respeto; comunicándoles su llegada con la suficiente antelación, mediante cartas que le escribíamos desde Pozaldez, en las que aprovechaba para interesarse por todos los miembros de la familia, al tiempo que les deseaba mucha salud y prosperidad. Recordaba los nombres de todas las personas, los pueblos y la fechas del día de la función de cada uno de los lugares a los que periódicamente acudía.
Entre sus convecinos es bien sabido que el infortunio familiar (huérfano de madre y la muerte temprana de su padre), unido a su condición de hombre bajito, la vida difícil de entonces y el hecho de no estar sobrado de entendimiento, avivaron en él el instinto de adaptación, buscando tácticas de supervivencia ingeniosas: convirtió la mendicidad, más que en una necesidad, en su trabajo, en un arte, a cambio de la voluntad. Utilizó sus carencias físicas e intelectuales como medio de vida, pero sin engañar a nadie. Sacaba lo justo para su manutención y mantener su casa, símbolo de su independencia y dignidad, principios muy arraigados en Luis. Tuvo la virtud y el mérito de ser siempre tal cual.
Luisito nos pertenece a todos, está en la memoria colectiva de los que le hemos conocido. Personaje enmarcado en un tiempo pasado, como el de los antiguos cómicos que recorrían los pueblos rompiendo la rutina con sus representaciones y su encanto, cuando la televisión solo era cosa de bares. De carácter afable, simpático, educado, reverente y muy cumplido con quienes lo trataban bien, quizá por ello le cabe el honor de no haber sido forastero en lugar alguno. Jamás se consideró un pobre y menos aun mendigo. Y en verdad que no lo fue.
Viajero infatigable, cual caballero andante de singular figura, luciendo el estandarte de Pozaldez y armado de ingenuidad, inocencia y sencillez, se enfrentó a la vida, repartiendo alegría y sana distracción, y de esta manera, nos ganó a todos.
Luisito ha sido el mejor embajador que hemos tenido: "soy de Pozaldez, el pueblo más alto y más bonito". A pesar de las infinitas sendas trazadas en su solitario caminar nunca perdió el rumbo, su pueblo natal tiró de él con fuerza hasta el final de sus días, éramos su permanente compañía. Nos representó dignamente y dio siempre la talla elogiando a su pueblo, de suerte que su mayor halago era cuando le recordaban su procedencia.
Ya en vida, sus vecinos le tributamos un homenaje merecido, como reconocimiento y gratitud a su labor divulgativa, dando renombre y esplendor a nuestro pueblo, aquí y allá, y, como tiene escrito un poeta de la prosa desautorizado en nuestra villa, por ser "escultor de sonrisas con la magia cándida de su ingenio"
Luisito, el último juglar, has contribuido a escribir uno de los capítulos más hermosos de nuestro libro "Historia y Vida", por ello, con el permiso de las autoridades, intentaremos estar a tu altura perpetuando tu celebridad y tu figura en un lugar apropiado de tu querido Pozaldez.
Este modesto epílogo quedaría incompleto si los naturales "del pueblo de Luisito" no expresáramos nuestra gratitud a las personas de tantos y tantos pueblos que le demostraron su afecto, pues siempre volvía contento de sus giras porque en todos los sitios se sentía querido.
Fdo.: José Mª González Sanz - Pozaldez -
Pozaldez, además de por sus excelentes vinos, de la habilidad y maestría con la que sus hombres del campo labran sus buenas tierras de pan llevar, de su bicentenario olivar, de su perenne lavajo, del caño de la época de Carlos IIII, de sus dos iglesias coronadas por la majestuosa torre de San Boal, de su afamado artista local, Ladis, y de su sabroso pan; es también muy conocido por ser el pueblo de Luisito. Luisito el de Pozaldez.
El mozo Luis, retornó por última vez a su querido pueblo dos días después de cumplir noventa y dos años, en esta ocasión para quedarse definitivamente con los suyos, en la villa que le vio nacer y vivir. Y como no podía ser de otra manera, el destino quiso que su despedida coincidiera con el final de las Águedas y el comienzo de los carnavales, recreaciones del mundo al revés, que reflejan en cierto modo el anacronismo de su existencia.
Luisito paseó con orgullo el nombre de nuestra villa en sus andanzas por los numerosos pueblos, aldeas, villas y ciudades de Castilla, a los que puntualmente visitaba en sus fiestas patronales, para llevar la alegría a los lugareños con sus coplillas, bailes, saltos y revueltas. Su presencia era todo un acontecimiento en aquellas épocas de penuria y sinsabores. Los chicos suspendían las tareas escolares para ir a su encuentro apenas adivinaban su rechoncha silueta por los caminos, con su manta, su bastón, su boina, su corbata y su eterna sonrisa. La primera parada era en la escuela, actuando ante los niños, quienes después se encargarían de anunciar la buena nueva de su presencia a todo el pueblo. El maestro correspondía la juglaría con un estipendio.
Se alojaba en casa de los señores "pudientes", como él mismo decía, o si no lo eran tanto, en aquellas donde le demostraban cariño y respeto; comunicándoles su llegada con la suficiente antelación, mediante cartas que le escribíamos desde Pozaldez, en las que aprovechaba para interesarse por todos los miembros de la familia, al tiempo que les deseaba mucha salud y prosperidad. Recordaba los nombres de todas las personas, los pueblos y la fechas del día de la función de cada uno de los lugares a los que periódicamente acudía.
Entre sus convecinos es bien sabido que el infortunio familiar (huérfano de madre y la muerte temprana de su padre), unido a su condición de hombre bajito, la vida difícil de entonces y el hecho de no estar sobrado de entendimiento, avivaron en él el instinto de adaptación, buscando tácticas de supervivencia ingeniosas: convirtió la mendicidad, más que en una necesidad, en su trabajo, en un arte, a cambio de la voluntad. Utilizó sus carencias físicas e intelectuales como medio de vida, pero sin engañar a nadie. Sacaba lo justo para su manutención y mantener su casa, símbolo de su independencia y dignidad, principios muy arraigados en Luis. Tuvo la virtud y el mérito de ser siempre tal cual.
Luisito nos pertenece a todos, está en la memoria colectiva de los que le hemos conocido. Personaje enmarcado en un tiempo pasado, como el de los antiguos cómicos que recorrían los pueblos rompiendo la rutina con sus representaciones y su encanto, cuando la televisión solo era cosa de bares. De carácter afable, simpático, educado, reverente y muy cumplido con quienes lo trataban bien, quizá por ello le cabe el honor de no haber sido forastero en lugar alguno. Jamás se consideró un pobre y menos aun mendigo. Y en verdad que no lo fue.
Viajero infatigable, cual caballero andante de singular figura, luciendo el estandarte de Pozaldez y armado de ingenuidad, inocencia y sencillez, se enfrentó a la vida, repartiendo alegría y sana distracción, y de esta manera, nos ganó a todos.
Luisito ha sido el mejor embajador que hemos tenido: "soy de Pozaldez, el pueblo más alto y más bonito". A pesar de las infinitas sendas trazadas en su solitario caminar nunca perdió el rumbo, su pueblo natal tiró de él con fuerza hasta el final de sus días, éramos su permanente compañía. Nos representó dignamente y dio siempre la talla elogiando a su pueblo, de suerte que su mayor halago era cuando le recordaban su procedencia.
Ya en vida, sus vecinos le tributamos un homenaje merecido, como reconocimiento y gratitud a su labor divulgativa, dando renombre y esplendor a nuestro pueblo, aquí y allá, y, como tiene escrito un poeta de la prosa desautorizado en nuestra villa, por ser "escultor de sonrisas con la magia cándida de su ingenio"
Luisito, el último juglar, has contribuido a escribir uno de los capítulos más hermosos de nuestro libro "Historia y Vida", por ello, con el permiso de las autoridades, intentaremos estar a tu altura perpetuando tu celebridad y tu figura en un lugar apropiado de tu querido Pozaldez.
Este modesto epílogo quedaría incompleto si los naturales "del pueblo de Luisito" no expresáramos nuestra gratitud a las personas de tantos y tantos pueblos que le demostraron su afecto, pues siempre volvía contento de sus giras porque en todos los sitios se sentía querido.
Fdo.: José Mª González Sanz - Pozaldez -