Texto de Antonio Corral Castenedo
La carretera pasa, desconchando las fachadas con su prisa, ciñéndose a las casas, que burlan ágilmente su embestida. Pero la calma se dilata, se remansa, brindando sugerencias para el sosiego, en la placita en donde la torreta metálica del ayuntamiento es el tabernáculo del que alguien ha bajado la cruz de piedra que descansa en el centro. También la calma forja, a la manera de un paseo, en los alrededores de la iglesia. La torre, sólida y juncal, espera la embestida de la carretera, para trastearla. Y la desvía en una curva, con el fin de que sus derrotes desgarren el burladero –bordado de reflejos, como si fuera un capotillo de paseo- de esta tarde parda de marzo.
La carretera pasa, desconchando las fachadas con su prisa, ciñéndose a las casas, que burlan ágilmente su embestida. Pero la calma se dilata, se remansa, brindando sugerencias para el sosiego, en la placita en donde la torreta metálica del ayuntamiento es el tabernáculo del que alguien ha bajado la cruz de piedra que descansa en el centro. También la calma forja, a la manera de un paseo, en los alrededores de la iglesia. La torre, sólida y juncal, espera la embestida de la carretera, para trastearla. Y la desvía en una curva, con el fin de que sus derrotes desgarren el burladero –bordado de reflejos, como si fuera un capotillo de paseo- de esta tarde parda de marzo.