Las primeras treinta dueñas, probablemente monjas clarisas del Real
Monasterio de
Santa Clara de Astudillo, fundado por María de Padilla, estaban encargadas de rogar por las almas de los familiares difuntos y por la salud del rey. María de Padilla fue una noble, famosa por sus amores con el rey Pedro I de Castilla, quien la nombró señora de
Huelva, y un año después de su muerte la legitimó como su esposa.