Julián Hernández, nacido en Villaverde, en Tierra de Campos, Castilla, España, fue uno de los mártires de la Reforma Protestante del siglo XVI. Su apodo “Julianillo” devenía de su apariencia frágil, muy delgado, de piel fina y poca estatura; esto último, en parte debido a su marcada cifosis (exagerada encorvadura de la columna vertebral). Había trabajado en Alemania y en los Países Bajos. Allí aprendió el oficio de cajista de imprenta y conoció las ideas de la Reforma, las que abrazó con inconmensurable pasión. Algunos historiadores sostienen que trabajó con Martín Lutero en la impresión de las primeras Biblias traducidas al idioma germano, así como en diversas publicaciones de éste y otros reformadores.
Julián Hernández, además de poseer una fe inmensa, abrigaba un intenso sentimiento patriótico, algo habitual de ver en muchos protestantes de su época. Desde esta perspectiva, deseaba compartir con sus conciudadanos las Buenas Nuevas que había conocido. En la Península Ibérica el oscurantismo era profundo, y Hernández entendía que una herramienta fundamental para hacer salir a su pueblo del atraso, era que la gente común aprendiera a leer y escribir, y muy especialmente, que conociera la Verdad de Cristo, tal como él la conocía. Con esta idea, se abocó de lleno a la tarea de llevar la luz del Evangelio a los españoles. La misión sería arriesgada, pues eran tiempos no solo de ignorancia, sino también de intolerancia y crueldad.
Llevando la Palabra a sus compatriotas
Junto a otros reformadores, algunos españoles, muchos de ellos judíos conversos, participó en la edición del primer Nuevo testamento en idioma castellano, fruto de la labor traductora del Dr. Juan Pérez de Pineda.
A pesar de ciertas dificultades, esta primera etapa se completó con éxito. Pero lo peor estaba en el paso siguiente: Ingresar los ejemplares en España y distribuirlos. Cualquiera que fuese atrapado los, o simplemente poseyéndolos, sería quemado en la hoguera por los inquisidores.
Hernández era plenamente consciente de ello, tan consciente como lo era de su vocación irrenunciable.
Tras la fachada de un vendedor de telas (ocupación que en realidad cumplía escondía su verdadero objetivo: Introducir de contrabando Nuevos Testamentos. Viajando a través de toda España, se contactaba con los protestantes dispersos u ocultos y les llevaba la perla de la Palabra, así como noticias de los hermanos.
De la Roa, sacerdote y escritor católico, escribió en su libro Historia de la Compañía de Jesús en Sevilla, refiriéndose a Julianillo:”Con increíble habilidad, encontraba entradas y salidas secretas, y el veneno de la nueva herejía s divulgó con gran velocidad por toda Castilla y Andalucía (…) Adonde ponía su pie comenzaba el incendio (...)Él mismo, enseñó a los hombres y las mujeres en las malas doctrinas de los reformadores, logrando su fin con demasiado acierto, especialmente en Sevilla, donde formó, gracias a esto, un verdadero nido de herejes”. A todo esto, Julián Hernández solía decir: “Todos los que se crucen en mi camino oirán mi testimonio”.
Traición y martirio
Se cuenta que un día, mientras predicaba en las afueras de Sevilla, compartió el mensaje de Salvación con un lugareño que trabajaba como herrero, obsequiándole un ejemplar del Nuevo testamento. Este hombre lo delató ante las autoridades, de manera que Hernández debió huir rápidamente.
Por un tiempo, logró ocultarse de las garras de la “Santa Inquisición”, pero la pasión por su llamamiento pudo más que su instinto vital de conservación: Continuó predicando y distribuyendo las Escrituras. Una vez más sería descubierto. Ahora, sería una mujer quien habría de entregarlo. Hernández le había predicado, y ésta se mostró muy interesada por lo que aquél no dudó en regalarle un ejemplar del Nuevo testamento. Pero la mujer, inmediatamente, fue a dar aviso a los crueles inquisidores.
“Julianillo” huyó, pero enseguida fue atrapado en Adamuz, Córdoba, y enviado a una cárcel en Sevilla. Allí, el Tribunal del Santo Oficio se ensañó con el predicador. Después de haberlo sometido a las más crueles e inimaginables torturas, y de haberle desarticulado la mayoría de sus miembros en el “potro”, fue puesto en una pica en donde se le quemó vivo. Esto ocurrió en Sevilla el 22 de diciembre de 1560.
Los testigos cuentan que “Julianillo” cantaba un villancico mientras era trasladado a la pira donde había de morir: “ ¡Vencidos los frailes, vencidos van! ¡Corridos los lobos, corridos van!”.
Su legado espiritual
Si bien la Inquisición española logró frenar la expansión protestante en la península, no pudo matar las ideas. Se cuenta que Hernández escondió algunos ejemplares del Nuevo testamento en el lugar menos pensado para buscar: en un convento. Esta muestra de extraordinaria audacia tendría frutos no menos extraordinarios. La Palabra llegaría a manos de los propios monjes, muchos de los cuales serían movilizados por ella. En el monasterio de San Isidoro del Campo (en Santiponce, Sevilla), el lugar donde Hernández había escondido sus ejemplares, se encontraban nada más y nada menos queCipriano de Valera y Casiodoro de Reina.
Ellos y otros monjes, llegaron a conocer la verdad del Evangelio, por lo que fueron considerados protestantes herejes, debiendo huir del país para salvarse de la muerte a manos de la Inquisición.
La versión completa de la Biblia en castellano traducida por Casiodoro de Reina, y luego corregida por Cipriano de Valera (conocida como la Biblia Reina Valera) ha sido la herramienta más poderosa que se haya conocido para la difusión del Evangelio de Jesucristo en el mundo hispano, trascendiendo los tiempos y los continentes.
Julián Hernández, además de poseer una fe inmensa, abrigaba un intenso sentimiento patriótico, algo habitual de ver en muchos protestantes de su época. Desde esta perspectiva, deseaba compartir con sus conciudadanos las Buenas Nuevas que había conocido. En la Península Ibérica el oscurantismo era profundo, y Hernández entendía que una herramienta fundamental para hacer salir a su pueblo del atraso, era que la gente común aprendiera a leer y escribir, y muy especialmente, que conociera la Verdad de Cristo, tal como él la conocía. Con esta idea, se abocó de lleno a la tarea de llevar la luz del Evangelio a los españoles. La misión sería arriesgada, pues eran tiempos no solo de ignorancia, sino también de intolerancia y crueldad.
Llevando la Palabra a sus compatriotas
Junto a otros reformadores, algunos españoles, muchos de ellos judíos conversos, participó en la edición del primer Nuevo testamento en idioma castellano, fruto de la labor traductora del Dr. Juan Pérez de Pineda.
A pesar de ciertas dificultades, esta primera etapa se completó con éxito. Pero lo peor estaba en el paso siguiente: Ingresar los ejemplares en España y distribuirlos. Cualquiera que fuese atrapado los, o simplemente poseyéndolos, sería quemado en la hoguera por los inquisidores.
Hernández era plenamente consciente de ello, tan consciente como lo era de su vocación irrenunciable.
Tras la fachada de un vendedor de telas (ocupación que en realidad cumplía escondía su verdadero objetivo: Introducir de contrabando Nuevos Testamentos. Viajando a través de toda España, se contactaba con los protestantes dispersos u ocultos y les llevaba la perla de la Palabra, así como noticias de los hermanos.
De la Roa, sacerdote y escritor católico, escribió en su libro Historia de la Compañía de Jesús en Sevilla, refiriéndose a Julianillo:”Con increíble habilidad, encontraba entradas y salidas secretas, y el veneno de la nueva herejía s divulgó con gran velocidad por toda Castilla y Andalucía (…) Adonde ponía su pie comenzaba el incendio (...)Él mismo, enseñó a los hombres y las mujeres en las malas doctrinas de los reformadores, logrando su fin con demasiado acierto, especialmente en Sevilla, donde formó, gracias a esto, un verdadero nido de herejes”. A todo esto, Julián Hernández solía decir: “Todos los que se crucen en mi camino oirán mi testimonio”.
Traición y martirio
Se cuenta que un día, mientras predicaba en las afueras de Sevilla, compartió el mensaje de Salvación con un lugareño que trabajaba como herrero, obsequiándole un ejemplar del Nuevo testamento. Este hombre lo delató ante las autoridades, de manera que Hernández debió huir rápidamente.
Por un tiempo, logró ocultarse de las garras de la “Santa Inquisición”, pero la pasión por su llamamiento pudo más que su instinto vital de conservación: Continuó predicando y distribuyendo las Escrituras. Una vez más sería descubierto. Ahora, sería una mujer quien habría de entregarlo. Hernández le había predicado, y ésta se mostró muy interesada por lo que aquél no dudó en regalarle un ejemplar del Nuevo testamento. Pero la mujer, inmediatamente, fue a dar aviso a los crueles inquisidores.
“Julianillo” huyó, pero enseguida fue atrapado en Adamuz, Córdoba, y enviado a una cárcel en Sevilla. Allí, el Tribunal del Santo Oficio se ensañó con el predicador. Después de haberlo sometido a las más crueles e inimaginables torturas, y de haberle desarticulado la mayoría de sus miembros en el “potro”, fue puesto en una pica en donde se le quemó vivo. Esto ocurrió en Sevilla el 22 de diciembre de 1560.
Los testigos cuentan que “Julianillo” cantaba un villancico mientras era trasladado a la pira donde había de morir: “ ¡Vencidos los frailes, vencidos van! ¡Corridos los lobos, corridos van!”.
Su legado espiritual
Si bien la Inquisición española logró frenar la expansión protestante en la península, no pudo matar las ideas. Se cuenta que Hernández escondió algunos ejemplares del Nuevo testamento en el lugar menos pensado para buscar: en un convento. Esta muestra de extraordinaria audacia tendría frutos no menos extraordinarios. La Palabra llegaría a manos de los propios monjes, muchos de los cuales serían movilizados por ella. En el monasterio de San Isidoro del Campo (en Santiponce, Sevilla), el lugar donde Hernández había escondido sus ejemplares, se encontraban nada más y nada menos queCipriano de Valera y Casiodoro de Reina.
Ellos y otros monjes, llegaron a conocer la verdad del Evangelio, por lo que fueron considerados protestantes herejes, debiendo huir del país para salvarse de la muerte a manos de la Inquisición.
La versión completa de la Biblia en castellano traducida por Casiodoro de Reina, y luego corregida por Cipriano de Valera (conocida como la Biblia Reina Valera) ha sido la herramienta más poderosa que se haya conocido para la difusión del Evangelio de Jesucristo en el mundo hispano, trascendiendo los tiempos y los continentes.