¿Que cómo me siento? Sinceramente, harta. De siempre lo mismo, de tanto circunloquio absurdo y tanta pataleta pueril y de mal perdedor. Si hicierais un poco, solo un poco de autocrítica, si es que sois capaces, os asombraría ver la capacidad de injuria que tenéis.
Para dialogar hacen falta dos. Y vosotros nunca habéis estado dispuestos a hacerlo. Y seguís sin pretenderlo. Lo que os mueve no es un deseo de consenso sino la prepotencia y la imposición permanente. El caciquismo trasnochado de quien se cree en posesión de verdades absolutas y se considera avalado por qué se yo que dictados divinos para imponer sus teocracias. Además, habéis corrompido tanto y con tanta saña vuestro entorno que ya no veis más allá de vuestras narices.
Dialogar, ¿el qué? ¿Perpetuar un sinsentido? ¿el secuestro de un edificio público para que haga las veces de peña de un puñado de personas que, además, lo ocupan con emboscadas y generan crispación allí adonde se dirigen? No tendría sentido.
Y, además, es tarde para eso. No es lo que toca. Toca, pero desde hace ya bastante tiempo, los vermut en el único bar legal del pueblo, abierto, libre y siempre lleno. Tocan las tardes de partida, el cotillón de navidad, las risas conjuntas de niños, abuelos y de todo el que entre con ganas de disfrutar de forma sana, mal que os pese, mal que os dediquéis aquí y allí a despreciarlo, quizá movidos por la envidia de lo que procuráis y jamás tendréis.
Así es cómo me siento. ¿Cómo te sientes tú?
Para dialogar hacen falta dos. Y vosotros nunca habéis estado dispuestos a hacerlo. Y seguís sin pretenderlo. Lo que os mueve no es un deseo de consenso sino la prepotencia y la imposición permanente. El caciquismo trasnochado de quien se cree en posesión de verdades absolutas y se considera avalado por qué se yo que dictados divinos para imponer sus teocracias. Además, habéis corrompido tanto y con tanta saña vuestro entorno que ya no veis más allá de vuestras narices.
Dialogar, ¿el qué? ¿Perpetuar un sinsentido? ¿el secuestro de un edificio público para que haga las veces de peña de un puñado de personas que, además, lo ocupan con emboscadas y generan crispación allí adonde se dirigen? No tendría sentido.
Y, además, es tarde para eso. No es lo que toca. Toca, pero desde hace ya bastante tiempo, los vermut en el único bar legal del pueblo, abierto, libre y siempre lleno. Tocan las tardes de partida, el cotillón de navidad, las risas conjuntas de niños, abuelos y de todo el que entre con ganas de disfrutar de forma sana, mal que os pese, mal que os dediquéis aquí y allí a despreciarlo, quizá movidos por la envidia de lo que procuráis y jamás tendréis.
Así es cómo me siento. ¿Cómo te sientes tú?
Por cierto, se me olvidaba. En Villacarralón no hay ningún "tema candente". Lo que hay es una cuenta atrás.