Me ha llamado la atención que en un libro de lectura "CONVIVIR" que hace unos cuarenta años, servía de texto en las escuelas catalanas, venga una narración de M. Fernández Areal.
Y dice así:
Un pueblo: Zaratán.
Es, como todos los pueblos de Castilla, un camino polvoriento, unas calles silenciosas,... una iglesia grande, muy grande y unas mujeres tomando el sol, cosiendo al amparo de una sombra violeta... Es, si: esa plaza enorme y esas puertas cubiertas por una cortina larga y esos niños que saltan alborozados y nos siguen y nos hablan y nos preguntan cien mil cosas.
Yo me he perdido en Zaratán aunque parezca mentira. Quizá porque los hombres acostumbrados a correr ciudades no sabemos andar por los pueblos. Y sin embargo, cada calle, cada corral, cada esquina son distintos.
... Zaratán se encarama, allá en la plaza de la fuente, hasta la iglesia recortada nítidamente, limpiamente, sobre el cielo azul.
De repente hay un airecillo seco que lo envuelve todo y unas polvaredas en el campo y un ruido de esquilas, de campanillas, seco opaco, que va subiendo alegre, tranquilo, desde la llanura. Los carros, los carros verdes, con dos, con tres, con cuatro caballerías, van pisando el camino, convergiendo de diverso, contradictorios, hasta el pueblo sin hombres. Los maridos, los padres,, los hermanos, los novios, vuelven encaramados en lo alto de los carros vacíos, con boinas negras, gastadas, con manos recias, anchas, morenas, con rostros tostados del sol.
A Zaratán han llegado los carros. Las calles antes desiertas, silenciosas, calladas, íntimas como una estancia, como un zaguán, como un patio recóndito, se van poblando de ruidos.
Un abrazo.
Y dice así:
Un pueblo: Zaratán.
Es, como todos los pueblos de Castilla, un camino polvoriento, unas calles silenciosas,... una iglesia grande, muy grande y unas mujeres tomando el sol, cosiendo al amparo de una sombra violeta... Es, si: esa plaza enorme y esas puertas cubiertas por una cortina larga y esos niños que saltan alborozados y nos siguen y nos hablan y nos preguntan cien mil cosas.
Yo me he perdido en Zaratán aunque parezca mentira. Quizá porque los hombres acostumbrados a correr ciudades no sabemos andar por los pueblos. Y sin embargo, cada calle, cada corral, cada esquina son distintos.
... Zaratán se encarama, allá en la plaza de la fuente, hasta la iglesia recortada nítidamente, limpiamente, sobre el cielo azul.
De repente hay un airecillo seco que lo envuelve todo y unas polvaredas en el campo y un ruido de esquilas, de campanillas, seco opaco, que va subiendo alegre, tranquilo, desde la llanura. Los carros, los carros verdes, con dos, con tres, con cuatro caballerías, van pisando el camino, convergiendo de diverso, contradictorios, hasta el pueblo sin hombres. Los maridos, los padres,, los hermanos, los novios, vuelven encaramados en lo alto de los carros vacíos, con boinas negras, gastadas, con manos recias, anchas, morenas, con rostros tostados del sol.
A Zaratán han llegado los carros. Las calles antes desiertas, silenciosas, calladas, íntimas como una estancia, como un zaguán, como un patio recóndito, se van poblando de ruidos.
Un abrazo.