Me suena la iglesia, la de San Miguel, que aquí travestido de San Juan, apadrina nuestras hogueras y a mí, eso del fuego, más por la combustión y el calor que por la parte de la purificación, siempre me tentó.
Don Adonías me queda lejos. Recuerda que mi muerte medra tan lejos como la vida me deje. Los que yo tuve de cabecera, eran más recientes.
El bar de Dionisio, lo conocí…, o el de María… pero ya no solo como un reducto de las antiguas cantinas, sino también como panadería, estanco y distribuidor autorizado de los chocolates de nuestros vecinos los marbanos (oriundos de Vezdemarban…, y parnaso de los golosos de estos lares..)…, y sí…, Luis Candelas es el alter ego que siempre me gustó tener. Fanfarrón…, altivo, prodigo en gestos y vano en lo resuelto. Lenguaraz hasta que los pies me salven los cueros, de la fusta de aquel que en el envite me acompañó, y que cuando yo cansado del juego, digamos que por convicción (… ¿o? ¡que cojones!, por miedo), decida abandonar la gresca, él insista en tentarme el lomo, y suavizar el percal de mi blusón, con la punta de su flagelo.
Don Adonías me queda lejos. Recuerda que mi muerte medra tan lejos como la vida me deje. Los que yo tuve de cabecera, eran más recientes.
El bar de Dionisio, lo conocí…, o el de María… pero ya no solo como un reducto de las antiguas cantinas, sino también como panadería, estanco y distribuidor autorizado de los chocolates de nuestros vecinos los marbanos (oriundos de Vezdemarban…, y parnaso de los golosos de estos lares..)…, y sí…, Luis Candelas es el alter ego que siempre me gustó tener. Fanfarrón…, altivo, prodigo en gestos y vano en lo resuelto. Lenguaraz hasta que los pies me salven los cueros, de la fusta de aquel que en el envite me acompañó, y que cuando yo cansado del juego, digamos que por convicción (… ¿o? ¡que cojones!, por miedo), decida abandonar la gresca, él insista en tentarme el lomo, y suavizar el percal de mi blusón, con la punta de su flagelo.