AGUILAR DE TERA: Que razón tienes, al leer tú articulo me han venido...

LA MATANZA

¿Qué razón tenía el gran poeta extremeño Gabriel y Galán en una de sus hermosas poesías "Extremeñas": "Qué tiempos aquellos que pué que no güervan...!
Y así es, qué tiempos aquellos de nuestra niñez de los años 50, nosotros los niños de la postguerra, carentes de casi todo, hasta de lo más elemental: sin agua corrriente, sin luz eléctrica, sin televisión, sin más juguetes que aquellos que éramos capaces de inventar...
El ser humano tiene muchos recursos para ser feliz si se lo propone, y nosotros éramos felices a nuestra manera con todas esas carencias.
Uno de los días más felices del año, para los niños/as sobretodo, era sin duda el "día de la matanza". Ese día nos reuníamos los familiares más cercanos en casa del que iba a sacrificar el cerdo.
Al amanecer, yo no sabría deciros la hora que sería, entre otras cosas porque no existía despertador ni reloj alguno en muchas casas, lo primero que se hacía después de levantarse era hacer una gran fogata de leña para preparar el "almuerzo" para toda la familia, que consistía en un buen bacalao con patatas hecho en aquellas cazuelas de barro de Pereruela que le daban un sabor especial.
El bacalao era suministrado por el "tío Timoteo" en sus giras semanales por los pueblos de la contorna. ¡Qué hombre tan mítico...!
Una vez se había almorzado, los mayores preparaban los instrumentos necesarios para sacrificar el cerdo: el banco,
el cuchillo, los grilletes, la cazuela para recoger la sangre, el "encaño" para chamuscar el cerdo, etc.
Mientras, los pequeños, nos disponíamos a buscar un buen sitio para presenciar el "espectáculo", temerosos de que el indefenso animal se escapara y fuera a por nosotros.
Cuando el cerdo estaba muerto, se procedía a chamuscarlo con pajas de centeno (encaño), seleccionadas en verano en la era para ese menester. Una vez chamuscado se lavaba y se abría en canal para sacarle las tripas y las vísceras, dejándolo colgado hasta el día siguiente que se deshacía.
Las tripas se lavaban para embutir la carne del cerdo en ellas. Mientras, los pequeños esperábamos a ver si sacaban la vejiga para hincharla y jugar al fútbol con ella.
Finalizadas estas faenas, se iba a comer los "pisturejos": orejas de cerdo, pies, chorizo, etc. Más tarde, cuando era la hora, se iba a comer. Finalizada la comida existía la costumbre de jugar una partida a la calva contra aquellos que también habían matado ese día, pagando lo apostado aquellos que habían perdido.
Los pequeños nos íbamos en busca de leña para hacer una gran fogata por la noche en la calle, pues existía una "picadilla" entre todos los chicos del pueblos para ver quién era el que hacía la lumbre mayor el día de la matanza.
Mientras la leña se iba consumiendo, los chavales nos desafiábamos a ver quién era el valiente que saltaba por entre las llamas, y una vez entrada la noche, y casi consumida la hoguera, había que apagar bien el fuego para que no provocara algún incendio, pues había "tenadas" en la parte exterior de muchas casas y podían incendiarse.
Llegado el momento de apagar el fuego, las chavalas, pudorosas ellas, se retiraban discretamente a sus casas para no presenciar el "espectáculo del agua y el fuego", que por cierto era muy divertido...
Los chavales meábamos en la lumbre desafiándonos a ver quién era el que meaba más alto y más lejos. Una vez extinguido el fuego, nos retirábamos a cenar las típicas judías de ese día y la carne que hubiera, que por cierto no abundaba mucho en esas épocas. Después, a jugar a las cartas y a divertirse.
Al día siguiente se deshacía el cocho y se picaba la carne para hacer chorizos, morcillas, etc., y se echaban los tocinos y jamones en sal y la carne en adobo hasta el día siguiente que se hacían los chorizos y los "coscarones".
Eran sin duda, unos días que han dejado huella a cuantos los hemos vivido.
Hay costumbres que no deberían desaparecer nunca...

Paco V.

Que razón tienes, al leer tú articulo me han venido unos recuerdos inolvidables de ese dia ¡