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CASTRELOS: Llovía sin parar. El río se precepitó ruidosamente,...

Llovía sin parar. El río se precepitó ruidosamente, superó las orillas de la isla y comenzó a inundarla. Yo estaba solo en la ribera que se hundía, aguardando con mi carga de mazurcas de maíz.
Entre las sombras de la ribera se divisaba una barca. Una mujer empuñaba el timón. Le grité, pidiéndole que viniera
a mi isla y me salvara de las aguas voraces, que se llevara mi cosecha del año.
Se acercó y recogió mis mazorcas, hasta el último grano. Le supliqué que me llevara a mí, pero se negó. La barca estaba llena con mi regalo y ya no había sitio para mí.