5ª PÀGINAVI.- Un sábado, en el año sesenta y tres, yo venía con permiso de la mili. Me junté con los muchachos del pueblo que, por ser pudientes, estudiaban el bachillerato internos en los Jesuitas de Valladolid. Atrás, en el autocar, veníamos preparando juerga. Ellos, todavía, eran adolescentes.
Por aquel entonces, el cobrador era otro muchacho, algo mayor que yo, menudo, birojo, con muy mal genio que ya había intentado imponer su autoridad en nuestra juerga, y venía de mala leche. En la parada de cada pueblo se bajaba, entregaba y cogía los encargos, el correo y el equipaje a los viajeros. Una vez todo cumplido, subía por la puerta de atrás, (era ya un autocar de los largos) la cerraba de un portazo y le decía al conductor, con un gracejo particular: ¡Vámonos...!, y el coche reemprendía la marcha.
Aquel día, en Villafrechós, después del trabajo ritual, entró a por unas almendras garrapiñadas en la tienda de Barrabuelo, y Javi, que era un demonio (hoy es cirujano cardiólogo en el Gregorio Marañón), que también había bajado, cuando lo vio dentro de la tienda, subió, dio el portazo e imitando su voz exclamó: ¡Vámonos...!, y el coche emprendió la marcha sin el cobrador. El birojo salió corriendo, pegando gritos: ¡para!, ¡para!, ¡para!, el conductor no le oía, y nosotros nos moríamos de risa. No sé qué hubiera pasado si a la salida del pueblo no cruza un rebaño de ovejas. El “mal genio” pudo pillar al vehículo, el conductor no se había enterado y, cuando se repuso del jadeo, tuvieron una bronca sonora. Todavía hoy, al recordarlo me vuelve a doler la barriga de risa.
VII.- Cuando me licencié, hube de plantearme la vida. La poca labranza familiar no había permitido que mi padre nos diera estudios. Por entonces, el bachillerato había que ir a estudiarlo a un colegio caro de Valladolid o Zamora. Estaba el recurso de ir a los frailes. Cada año venían y llevaban buenas redadas de muchachos a estudiar para religiosos. A los que no valían los mandaban pronto para casa. Los más espabilados estudiaban allí seis o siete cursos, hasta que iban a entrar en el Noviciado. Entonces salían, les convalidaban los estudios y se veían con el Bachiller que les valía para estudiar Magisterio, por ej.. Incluso alguno, de cada hornada, llegaba a “Cantar Misa”. Pero mi padre no quiso que ninguno fuéramos a timar a los Seminarios, sin tener vocación.
Mi hermano mayor se había hecho Maestro a la vez que trabajaba de recadero y mecanógrafo con un Abogado del pueblo. Yo en la Escuela, fui hasta los 14 años, aprendí las cuatro reglas, ortografía, y todo lo que el maestro pudo enseñarme. Mi hermano me enseñó a escribir a máquina y un poco de Contabilidad, en su primera escuela, me examiné, al venir de la mili y obtuve el “Certificado de Estudios Primarios”.
Ese título lo llevaba en la maleta, junto con unas pocas viandas y un poco de ropa. Era todo mi bagaje cuando una mañana cogí, en el año sesenta y cino, el “Coche de Línea” de Valladolid, donde tomaría el tren para Bilbao.
Al perder de vista el caserío de adobe, o de ladrillo mudéjar de las casas grandes, el silo y las torres de las Iglesias, las eras, en pleno trajín de la trilla, se me soltaron las lágrimas. ¡Cuánto dejaba atrás...!.: A mi padre que ya iba siendo mayor, pero había de seguir en la gleba, sólo ayudado por el hermano pequeño, que era un crío. Mis hermanas echaban una mano para barrer el solar, coger legumbres y vendimiar, pero las mujeres no iban a arar, ni a sembrar, ni a acarrear. A mi madre siempre tan diligente en las tareas del corral y de la casa. Echaría de menos sus manos, su regazo, su cuidado cariñoso.
Dejaba atrás amigos, el equipo de futbol, los partidos de pelota, las partidas de cartas en el bar, los baños en el río y la Comendadora, el baile de los domingos, las Novenas, los Misereres, la Misa y el Himno con los de Acción Católica, las comedias; aunque con la emigración todo aquello se estaba perdiendo, mi mundo rural se desmoronaba. De los 39 de mi quinta sólo quedaron 5 en el pueblo.
Dejaba atrás a Carmela, la novia desde cría que, venciendo el qué dirán, salió a redespedirme, por sorpresa al coche, y corrió un poco tras él, hasta que su velocidad desgarró nuestras almas gemelas.
Al llegar a Bilbao esperaba en la estación uno del pueblo que había estado en los frailes, y era encargado de una gran empresa constructora. Le mandaban a la llegada de los trenes de Castilla para ofrecer trabajo a los muchachos que llegaban cada día.
Al día siguiente el pico, la pala y la carretilla. Ni mis manos ni mi cuerpo lo extrañaban. (¡Pues no nos había endurecido la mancera...!. Y los garbanzos, el tocino y el pan. ¡Qué buena mano de obra fuimos los labriegos castellanos!) Sí mi alma. Era aquella una lucha dura desarraigados de besanas, de soles, de vientos oreadores, de cantos de carro, de gallos y alondras..
Al poco, me sirvieron los conocimientos: me hicieron almacenero, luego listero, he llegado a ser Jefe Administrativo de la Delegación de la Empresa en Vizcaya.
Al año volví jubiloso, en el “Coche de Línea”, (pusieron uno semanal de Bilbao a Zamora), a buscar a Carmela. Aproveché las vacaciones para casarnos y preparar el pisico: había alquilado uno en Portugalete.
Hemos criado y situado a cuatro hijos, comprado el piso, con el resto de los ahorros hemos preferido restaurar la casa de mis padres en el pueblo. Teníamos un pequeño turismo para andar por allí, se lo he regalado al pequeño; ahora, cuando regresamos para quedarnos en el pueblo, volvemos en ¡qué “Coche de Línea”!.
No, ¡qué va!, no es un tartano como el de mi tío Bercario... La cantina de Citos, el garaje de Rufino y la cuadra de los Contreras son ahora una moderna Área de Servicio al Transporte construida sobre rellenada Comendadora. (Cuando desaparecieron las yuntas que allí apagaban su sed, las mujeres que allí iban a lavar y el cauce que la alimentaba, se había convertido en un sucio basurero).
Cuando nos apeamos disfrutamos de este progreso compatible con el entorno. Disfrutamos del aire que nos da en la cara con el mismo olor a campo, a mies madura. Disfrutamos, en el retorno definitivo, de esa alegría, y del confort (a pesar del latoso televisor con horribles películas de asiáticos, llenas de sangre y de catanas) del moderno autocar que nos ha hecho, no obstante, recordar tanto viaje entrañable en los viejos “Coches de Línea”. GRACIAS. NAZARIO MATOS
Por aquel entonces, el cobrador era otro muchacho, algo mayor que yo, menudo, birojo, con muy mal genio que ya había intentado imponer su autoridad en nuestra juerga, y venía de mala leche. En la parada de cada pueblo se bajaba, entregaba y cogía los encargos, el correo y el equipaje a los viajeros. Una vez todo cumplido, subía por la puerta de atrás, (era ya un autocar de los largos) la cerraba de un portazo y le decía al conductor, con un gracejo particular: ¡Vámonos...!, y el coche reemprendía la marcha.
Aquel día, en Villafrechós, después del trabajo ritual, entró a por unas almendras garrapiñadas en la tienda de Barrabuelo, y Javi, que era un demonio (hoy es cirujano cardiólogo en el Gregorio Marañón), que también había bajado, cuando lo vio dentro de la tienda, subió, dio el portazo e imitando su voz exclamó: ¡Vámonos...!, y el coche emprendió la marcha sin el cobrador. El birojo salió corriendo, pegando gritos: ¡para!, ¡para!, ¡para!, el conductor no le oía, y nosotros nos moríamos de risa. No sé qué hubiera pasado si a la salida del pueblo no cruza un rebaño de ovejas. El “mal genio” pudo pillar al vehículo, el conductor no se había enterado y, cuando se repuso del jadeo, tuvieron una bronca sonora. Todavía hoy, al recordarlo me vuelve a doler la barriga de risa.
VII.- Cuando me licencié, hube de plantearme la vida. La poca labranza familiar no había permitido que mi padre nos diera estudios. Por entonces, el bachillerato había que ir a estudiarlo a un colegio caro de Valladolid o Zamora. Estaba el recurso de ir a los frailes. Cada año venían y llevaban buenas redadas de muchachos a estudiar para religiosos. A los que no valían los mandaban pronto para casa. Los más espabilados estudiaban allí seis o siete cursos, hasta que iban a entrar en el Noviciado. Entonces salían, les convalidaban los estudios y se veían con el Bachiller que les valía para estudiar Magisterio, por ej.. Incluso alguno, de cada hornada, llegaba a “Cantar Misa”. Pero mi padre no quiso que ninguno fuéramos a timar a los Seminarios, sin tener vocación.
Mi hermano mayor se había hecho Maestro a la vez que trabajaba de recadero y mecanógrafo con un Abogado del pueblo. Yo en la Escuela, fui hasta los 14 años, aprendí las cuatro reglas, ortografía, y todo lo que el maestro pudo enseñarme. Mi hermano me enseñó a escribir a máquina y un poco de Contabilidad, en su primera escuela, me examiné, al venir de la mili y obtuve el “Certificado de Estudios Primarios”.
Ese título lo llevaba en la maleta, junto con unas pocas viandas y un poco de ropa. Era todo mi bagaje cuando una mañana cogí, en el año sesenta y cino, el “Coche de Línea” de Valladolid, donde tomaría el tren para Bilbao.
Al perder de vista el caserío de adobe, o de ladrillo mudéjar de las casas grandes, el silo y las torres de las Iglesias, las eras, en pleno trajín de la trilla, se me soltaron las lágrimas. ¡Cuánto dejaba atrás...!.: A mi padre que ya iba siendo mayor, pero había de seguir en la gleba, sólo ayudado por el hermano pequeño, que era un crío. Mis hermanas echaban una mano para barrer el solar, coger legumbres y vendimiar, pero las mujeres no iban a arar, ni a sembrar, ni a acarrear. A mi madre siempre tan diligente en las tareas del corral y de la casa. Echaría de menos sus manos, su regazo, su cuidado cariñoso.
Dejaba atrás amigos, el equipo de futbol, los partidos de pelota, las partidas de cartas en el bar, los baños en el río y la Comendadora, el baile de los domingos, las Novenas, los Misereres, la Misa y el Himno con los de Acción Católica, las comedias; aunque con la emigración todo aquello se estaba perdiendo, mi mundo rural se desmoronaba. De los 39 de mi quinta sólo quedaron 5 en el pueblo.
Dejaba atrás a Carmela, la novia desde cría que, venciendo el qué dirán, salió a redespedirme, por sorpresa al coche, y corrió un poco tras él, hasta que su velocidad desgarró nuestras almas gemelas.
Al llegar a Bilbao esperaba en la estación uno del pueblo que había estado en los frailes, y era encargado de una gran empresa constructora. Le mandaban a la llegada de los trenes de Castilla para ofrecer trabajo a los muchachos que llegaban cada día.
Al día siguiente el pico, la pala y la carretilla. Ni mis manos ni mi cuerpo lo extrañaban. (¡Pues no nos había endurecido la mancera...!. Y los garbanzos, el tocino y el pan. ¡Qué buena mano de obra fuimos los labriegos castellanos!) Sí mi alma. Era aquella una lucha dura desarraigados de besanas, de soles, de vientos oreadores, de cantos de carro, de gallos y alondras..
Al poco, me sirvieron los conocimientos: me hicieron almacenero, luego listero, he llegado a ser Jefe Administrativo de la Delegación de la Empresa en Vizcaya.
Al año volví jubiloso, en el “Coche de Línea”, (pusieron uno semanal de Bilbao a Zamora), a buscar a Carmela. Aproveché las vacaciones para casarnos y preparar el pisico: había alquilado uno en Portugalete.
Hemos criado y situado a cuatro hijos, comprado el piso, con el resto de los ahorros hemos preferido restaurar la casa de mis padres en el pueblo. Teníamos un pequeño turismo para andar por allí, se lo he regalado al pequeño; ahora, cuando regresamos para quedarnos en el pueblo, volvemos en ¡qué “Coche de Línea”!.
No, ¡qué va!, no es un tartano como el de mi tío Bercario... La cantina de Citos, el garaje de Rufino y la cuadra de los Contreras son ahora una moderna Área de Servicio al Transporte construida sobre rellenada Comendadora. (Cuando desaparecieron las yuntas que allí apagaban su sed, las mujeres que allí iban a lavar y el cauce que la alimentaba, se había convertido en un sucio basurero).
Cuando nos apeamos disfrutamos de este progreso compatible con el entorno. Disfrutamos del aire que nos da en la cara con el mismo olor a campo, a mies madura. Disfrutamos, en el retorno definitivo, de esa alegría, y del confort (a pesar del latoso televisor con horribles películas de asiáticos, llenas de sangre y de catanas) del moderno autocar que nos ha hecho, no obstante, recordar tanto viaje entrañable en los viejos “Coches de Línea”. GRACIAS. NAZARIO MATOS