
MARGARITAS Y AMAPOLAS
PAGINA 2ª SÍNTESIS DE INTERNET- Caballeros templarios: con vuestras mentiras y añagazas habéis difamado a los cabildeños leoneses. Los habéis acusado de usureros y ladrones y así habéis venido consiguiendo año tras año que nuestros diezmos fueran a parar a vuestras arcas. Vosotros leoneses, habéis obrado con igual mala fe. Acusáis a los caballeros de herejes y blasfemos. Afirmáis que son idólatras porque adoran una cabeza a la que consideran divina y afirmáis que en sus rituales son obscenos y sodomitas. Así, también vosotros habéis conseguido ganar nuestro impuesto. Nuestro pueblo está hambriento y no puede seguir pagando a dos señores. Por tanto, aquí, ante nuestro santo patrón, os emplazamos para que dirimáis cuál de los dos dice verdad, lo que deberéis defender por vuestro honor y honra en combate incruento en justa lid y bajo las reglas de la caballería, la cual ambos profesáis».
Tan inspirada plática en tan rudo hombre asombró, no sólo a los dos bandos aludidos, sino más aún a sus propios convecinos. Y más se asombraron cuando vieron que el orador les invitaba a retirarse al poblado dejando sobre la campiña solos a los dos bandos que habían recibido, como es de suponer, como dardos de fuego envenenados las afirmaciones que se atribuían a sus contrarios.
Por más que unos juraron a otros que lo dicho era falso y que tales palabras jamás salieron de boca de ninguno de sus compañeros, ni unos ni otros se creyeron y ambos se sintieron ofendidos hasta el punto de que ya no se trataba de atender el desafio desatado por los villanos, a los que por tales no consideraban dignos de atender, sino más bien por su propio orgullo así mancillado.
Por tanto, allí mismo y en ese mismo momento, sin más preparativos, decidieron entablar combate singular que dejara claro cuál de los dos bandos mentía. Con tal decisión, la villanía salía triunfante con la astucia del labriego ante el poder cerrado a la razón de los orgullosos señores.
Ambos decidieron que el combate se dilucidaría sin muerte, con armas desmochadas, vamos, que se configuró una batalla a garrotazos teñida por el manto de la caballería. El resumen, en vez de palos, lanzas sin punta y espadas sin filo.
Así se inició el combate entre dos tropas, formadas ambas por buenos cristianos, hermanos fratricidas, que lucharon con tal ferocidad entre sí que, pese a la condición no cruenta de la batalla, se saldó con muy malheridos contendientes, tanto de los unos como de los otros.
La sangre tiñó el campo de gruesos goterones y regueros mezclándose la de unos con la de otros. Toda era sangre cristiana y toda había sido derramada por la astucia de un vasallo que supo enfrentar a sus dos señores. No hubo vencedores ni vencidos. Perdieron los dos bandos, que, a partir de aquel momento, quedaron deslegitimados ante sus súbditos, a tal punto que por algunos años ninguno de los dos se atrevió a exigir el tributo, debido a la vergüenza que sentían al recordar su brutal enfrentamiento.
Pasados varios años, las cosas volvieron a intentar ser como antaño, pero en esta ocasión los súbditos negaron el pago del impuesto a sus señores, y así ni templarios ni leoneses pudieron conseguir un sólo celemín de sus campesinos. Cuando vieron la inutilidad de sus intentos, decidieron optar por lo más razonable, someter su pleito a autoridades superiores y que éstas designaran quién tenía razón. Así se consiguió la paz y el acuerdo, tal como se ha relatado.
Lo legendario de este hecho es que en el momento en que ambos bandos aceptaron la sentencia que determinaba el reparto del tributo, en la campiña frente a la ermita del patrón de Paiares, donde antaño se había desarrollado tan nefasto combate, surgió espontáneamente una enorme cantidad de flores silvestres. Y esto, que puede considerarse normal, no lo es tanto, si se considera que éstas eran únicamente de dos clases: rojas amapolas y blancas margaritas. Dicen los botánicos modemos que tal mezcla de estas dos especies es imposible que se produzca en la naturaleza. Son incompatibles “per se”. Sin embargo, en Paiares este fenómeno se da. No se puede explicar el origen de tal milagro, pero ahí está.
Los genios de la tierra, esos que andan por debajo de los labrantíos, sí lo conocen. En los lugares en que cayó sangre templaria, han crecido flores rojas: las amapolas. En donde lo hizo sangre leonesa, blancas margaritas. Y allí conviven ambas, en el único lugar del mundo donde esto ocurre, para recordar el día en que ambos bandos sellaron un acuerdo que trajo paz y prosperidad a la comarca. NAZARIO MATOS
PAGINA 2ª SÍNTESIS DE INTERNET- Caballeros templarios: con vuestras mentiras y añagazas habéis difamado a los cabildeños leoneses. Los habéis acusado de usureros y ladrones y así habéis venido consiguiendo año tras año que nuestros diezmos fueran a parar a vuestras arcas. Vosotros leoneses, habéis obrado con igual mala fe. Acusáis a los caballeros de herejes y blasfemos. Afirmáis que son idólatras porque adoran una cabeza a la que consideran divina y afirmáis que en sus rituales son obscenos y sodomitas. Así, también vosotros habéis conseguido ganar nuestro impuesto. Nuestro pueblo está hambriento y no puede seguir pagando a dos señores. Por tanto, aquí, ante nuestro santo patrón, os emplazamos para que dirimáis cuál de los dos dice verdad, lo que deberéis defender por vuestro honor y honra en combate incruento en justa lid y bajo las reglas de la caballería, la cual ambos profesáis».
Tan inspirada plática en tan rudo hombre asombró, no sólo a los dos bandos aludidos, sino más aún a sus propios convecinos. Y más se asombraron cuando vieron que el orador les invitaba a retirarse al poblado dejando sobre la campiña solos a los dos bandos que habían recibido, como es de suponer, como dardos de fuego envenenados las afirmaciones que se atribuían a sus contrarios.
Por más que unos juraron a otros que lo dicho era falso y que tales palabras jamás salieron de boca de ninguno de sus compañeros, ni unos ni otros se creyeron y ambos se sintieron ofendidos hasta el punto de que ya no se trataba de atender el desafio desatado por los villanos, a los que por tales no consideraban dignos de atender, sino más bien por su propio orgullo así mancillado.
Por tanto, allí mismo y en ese mismo momento, sin más preparativos, decidieron entablar combate singular que dejara claro cuál de los dos bandos mentía. Con tal decisión, la villanía salía triunfante con la astucia del labriego ante el poder cerrado a la razón de los orgullosos señores.
Ambos decidieron que el combate se dilucidaría sin muerte, con armas desmochadas, vamos, que se configuró una batalla a garrotazos teñida por el manto de la caballería. El resumen, en vez de palos, lanzas sin punta y espadas sin filo.
Así se inició el combate entre dos tropas, formadas ambas por buenos cristianos, hermanos fratricidas, que lucharon con tal ferocidad entre sí que, pese a la condición no cruenta de la batalla, se saldó con muy malheridos contendientes, tanto de los unos como de los otros.
La sangre tiñó el campo de gruesos goterones y regueros mezclándose la de unos con la de otros. Toda era sangre cristiana y toda había sido derramada por la astucia de un vasallo que supo enfrentar a sus dos señores. No hubo vencedores ni vencidos. Perdieron los dos bandos, que, a partir de aquel momento, quedaron deslegitimados ante sus súbditos, a tal punto que por algunos años ninguno de los dos se atrevió a exigir el tributo, debido a la vergüenza que sentían al recordar su brutal enfrentamiento.
Pasados varios años, las cosas volvieron a intentar ser como antaño, pero en esta ocasión los súbditos negaron el pago del impuesto a sus señores, y así ni templarios ni leoneses pudieron conseguir un sólo celemín de sus campesinos. Cuando vieron la inutilidad de sus intentos, decidieron optar por lo más razonable, someter su pleito a autoridades superiores y que éstas designaran quién tenía razón. Así se consiguió la paz y el acuerdo, tal como se ha relatado.
Lo legendario de este hecho es que en el momento en que ambos bandos aceptaron la sentencia que determinaba el reparto del tributo, en la campiña frente a la ermita del patrón de Paiares, donde antaño se había desarrollado tan nefasto combate, surgió espontáneamente una enorme cantidad de flores silvestres. Y esto, que puede considerarse normal, no lo es tanto, si se considera que éstas eran únicamente de dos clases: rojas amapolas y blancas margaritas. Dicen los botánicos modemos que tal mezcla de estas dos especies es imposible que se produzca en la naturaleza. Son incompatibles “per se”. Sin embargo, en Paiares este fenómeno se da. No se puede explicar el origen de tal milagro, pero ahí está.
Los genios de la tierra, esos que andan por debajo de los labrantíos, sí lo conocen. En los lugares en que cayó sangre templaria, han crecido flores rojas: las amapolas. En donde lo hizo sangre leonesa, blancas margaritas. Y allí conviven ambas, en el único lugar del mundo donde esto ocurre, para recordar el día en que ambos bandos sellaron un acuerdo que trajo paz y prosperidad a la comarca. NAZARIO MATOS