TIERRA DE CAMPOS:: PÀGINA Nº 2Hago justicia a CARRIÒN DE LOS CONDES y a mí mismo refiriéndome a modo de cita a SAN ZOILO, el viejo monasterio, hoy centro dedicado a usos varios. Aquí sitúa la tradición un curioso prodigio: un minusválido de Gascuña peregrinaba a Compostela a lomos de su borrico en demanda del milagro que le liberara de su limitación, y aquí perdió al animal; dicen las crónicas que rezó con fe a san Zoilo toda una noche y, con el nuevo día, en medio de la misa, se sintió curado. Y tampoco olvido que CARRIÒN DE LOS CONDES es cuna del universal marqués de Santillana. Recordando sus Coplas, me pregunto si el entorno jacobeo y el clima de él derivado habrán influido en su pensamiento y, por ende, en su obra. Dejo atrás CARRIÒN DE LOS CONDES. Tengo a la vista la imagen de Castilla que me dieron mis maestros de primera enseñanza: una inmensa superficie perfectamente plana en la que se te pierde la vista; y, además, como curiosidad, toda verde. Dejo atrás Cervatos de la Cueza. Un poco más adelante, su pedanía Quintanilla de la Cueza, con una torre con campanas adosada al camposanto. Luego, otra pedanía, Calzadilla de la Cueza, a la que accedo. A la entrada, un joven que seguramente no cumplió los dieciocho corta la hierba del frente de la heredad con un moderno artilugio mecánico.-Veo la torre, pero no la iglesia.- ¡Ah! Es que la iglesia se derrumbó y en su lugar hicieron el cementerio.- ¿Pasó lo mismo en Quintanilla?-Eso no lo sé. ¿Ya visitó las ruinas romanas?-Todavía no.-Pues no deje de hacerlo, que son las mejores, mejores incluso que las de…Un poco más adelante, me desvío de la carretera para realizar parada en Ledigos. Tengo sana curiosidad por conocer este lugar. No creo que alcance los cincuenta vecinos. Una abuela me observa con gesto poco complaciente, más bien, avieso. Una casa de adobe muestra la señal de circulación prohibida en los dos sentidos en la calle que linda con el templo, tal vez por razones de seguridad. La iglesia es pequeña, una ermita, y está situada frente al cementerio, también pequeño y cerrado por un muro encalado, igual que el templo. El ábside originario, seguramente que por derrumbe, ha sido sustituido por uno de ladrillo caravista sencillo. Pero, ¿qué me trae a Ledigos? Ledigos fue propiedad de la iglesia de Compostela, pero lo que de verdad llama mi atención es que esta ermita es de los pocos templos del Camino, acaso el único, que posee la triple representación del Apóstol, hecho que, por desgracia, no puedo constatar. Resulta curioso advertir esa triple representación iconográfica de Santiago: en primer lugar, como apóstol, con túnica y portando el Nuevo Testamento; luego, como peregrino, con la indumentaria propia del romero; y, tras la batalla de Clavijo, como caballero cristiano que a lomos de un caballo blanco arremete contra el infiel; no es evidencia menos notable, sin embargo, que la representación de Santiago como guerrero no aparece hasta el siglo XII, unos tres siglos después de la supuesta batalla de Clavijo, y será en el barroco cuando se popularice. Y, a partir de la triple representación del Apóstol, la reflexión. ¿Cuántas veces escuché e incluso verbalicé que el hábito no hace al monje? Pero, no es menos cierto que toda regla presenta su excepción: el hábito franqueaba el camino al peregrino, implicaba una intensa carga simbólica. Recuerdo los elementos que lo integraban. ¿Comienzo por el sombrero? El sombrero era de ala ancha, y debió de ser tal el negocio que generó que, en agradecimiento, algunos gremios de sombrereros franceses postulan a Santiago como su patrono. Al sombrero se le suele asociar la venera, la concha de vieira, a la que volveré más adelante. El sayal, de color pardo, sufrido, alcanzaba hasta las rodillas, sobre el que portaba la esclavina o capa corta. El calzado, fuerte. El bordón o cayado, herrado, que sonaba y resonaba acompasado al golpear las piedras del camino, contrapunto de los cánticos que el grupo exhalaba y que, además de servir de apoyo, era un preciado instrumento de defensa, especialmente frente a perros y lobos. Del bordón solía colgar la calabaza, que contendría agua o vino, según el momento y los posibles. Y la escarcela, zurrón, alforja, esportilla, morral, pera o mochila, saco que contendría el dinero, los salvoconductos, el testamento, las provisiones y los efectos más personales y que se disponía cruzada sobre el pecho. Esta presencia despejaba la ruta al romero y le abría las puertas de templos, monasterios y hospitales, donde recibía alimento y atención humana, religiosa, médica… Cabe suponer que, en los primeros tiempos de la peregrinación, el peregrino tomaba la decisión y actuaba seguidamente en función de su leal saber y entender. Algún tiempo después se observó un protocolo que conllevaba que el peregrino hiciese testamento antes de partir (la muerte como certeza y el desconocimiento de su hora), que se confesase, se proveyese de unos mínimos dinerarios para echarse a los caminos (los señores no lo tenían difícil, pero los demás…, los demás debían pedir prestado si podían garantizar el préstamo o pedir limosna); y era despedido en su pueblo, donde su párroco bendecía la escarcela y el báculo, bendición equivalente a un salvoconducto, a un pasaporte; recibía el hábito y las credenciales de que era capaz de proveerse y se unía a otros peregrinos, habitualmente del propio país, formando grupos que se echaban a los caminos del Camino hacia abril, para estar de vuelta en casa por septiembre. Y es que, por razones de seguridad, entendida la seguridad en su sentido más amplio y profundo, el romero no viajaba solo. Los peregrinos, ya en sus casas, a la vuelta del Camino, incluían la vieira en su escudo y en el quicio de la puerta de su casa como testimonio de la hazaña acometida.,, NAZARIO MATOS..