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CASTROVERDE DE CAMPOS: RUTA  JACOBEA -- POR TIERRAS DE CASTILLA Y LEÒN Y TIERRA...

RUTA  JACOBEA -- POR TIERRAS DE CASTILLA Y LEÒN Y TIERRA DE CAMPOS:: PÀGINA Nº 4
A través del puente de la Mula sobre el fronterizo Pisuerga, de traza alomada y once arcos de luz, entramos en tierras palentinas. Continuamos en la Tierra de Campos. Hace dos días, antes de que las cosechadoras llegaran con sus cuchillas, los campos de cereales elevaban al cielo sus semillas en forma de plegaria, adornadas con amapolas moradas, pamplinas y neguillas. Los álamos añosos que guardan la orilla del río no alcanzaban a cubrirnos con su sombra, pero agradecimos la intención. Caminamos en paralelo en la misma dirección de la corriente. Crecían los carrizos y los juncos que propician la vida de los carrizales. En Itero de la Vega hicimos una parada en el bar del albergue y visitamos la ermita de la Piedad, del siglo xiii, que aloja una talla del Apóstol. Me sentía privilegiada por poder derrochar el tiempo deleitándome en los hitos del Camino. Andar no es nada si se pasa de largo por tantos monumentos que señalan los lugares energéticos que facilitan la trascendencia y que trazaron la historia de la Ruta de las Estrellas. En Boadilla del Camino volvimos a encontrarnos con un «rollo» jurisdiccional que, a pesar de haberlo visto en otros pueblos, no logramos acostumbrarnos a esa manera cruel de impartir justicia. El Canal de Castilla nos anuncia que estamos cerca de Frómista. La senda discurre entre hileras de chopos elevándose a lo alto, que dan cobijo a las oropéndolas cantarinas, primas hermanas de las calandrias. Hay varias lagunas con zonas protegidas donde habita el halcón peregrino, el aguilucho lagunero, la alondra común y, en verano, la garza imperial. Dimos rienda suelta a la imaginación y soñamos con el trasiego de barcazas transportando los cereales cosechados en los feraces campos, sobre todo, después de la canalización. Tras cruzar el canal por una esclusa entramos en Frómista, la Frumesta romana, cuyo nombre se debe a la abundancia de trigo (frumentum) que producían sus campos. También es conocida como la «villa del milagro», y contó con varios hospitales en otro tiempo. Como muestra, pervive el albergue de Palmeros. Es también la cuna de Pedro Telmo, patrón de los navegantes. Pero la fama de Frómista se debe a su milagro. En la Edad Media vivía una comunidad judía importante, gracias a las facilidades que el rey Fernando I les había otorgado para establecerse, por su fama de industriosos, y a los que huían de Al-Andalus perseguidos por los almorávides y los almohades. Cuentan que allá por el siglo XV, un hombre muy cristiano llamado Pedro Fernández de Teresa pidió dinero prestado a un judío de nombre Matudiel Salomón. Muy a pesar suyo, el cristiano no pudo devolver el dinero en el plazo previsto, por lo cual fue denunciado a la autoridad eclesiástica, y excomulgado. Cuando su situación económica mejoró, el hombre saldó su deuda, pero se olvidó de confesar y de aclarar la situación de su pecado. Estando en el lecho de muerte, pidió que el sacerdote de San Martín le administrase los últimos sacramentos. Pero cuando Fernández de la Monja iba a darle la comunión, no podía despegar la sagrada forma de la patena. Entonces le preguntó si no tendría algún asunto pendiente que se le hubiese olvidado confesar. El moribundo hizo memoria y recordó que estaba excomulgado. Confesado el pecado, el sacerdote le dio la absolución y después la comunión. En la que fue la casa de Pedro Fernández se puede ver la llamada piedra del milagro. En la actualidad, la estola, la casulla y la patena se encuentran en el museo de la iglesia de San Pedro. Es una de las leyendas más desafortunadas del Camino. Echar a una persona de la Iglesia por no poder satisfacer en plazo una deuda, dice poco a favor de una institución que se considera madre. Por ventura, esto son cosas del pasado, y Dios, con mucho más sentido común que sus supuestos representantes, ya habrá perdonado a aquellos inquisidores que tanto daño hicieron. Tener ante mí la iglesia de Santa María, del antiguo Monasterio de San Martín de Tours era un viejo deseo que, por fin, se realizaba. Estábamos ante una de las joyas del románico más importantes de la Ruta Jacobea. Es casi imposible no sentirse atrapado ante esta construcción de elegantes proporciones y una destacada riqueza escultórica. Dos torrecillas cilíndricas flanquean el hastial. La contemplación de los más de trescientos canecillos de variadas formas es una delicia. Sin embargo, muchos peregrinos pasan de largo sin siquiera echar una mirada de soslayo. Hacer el Camino de Santiago es sufrir un poco y llorar de alegría; es ir colocando los pies en las huellas invisibles de otros peregrinos, mimetizarse con la estela de los que llegaron y volvieron y de los que yacen bajo las lápidas de los pequeños cementerios de las ermitas a la vera de los hospitales. El último trayecto desde Boadilla, a pesar de ser en línea recta, había agotado mis fuerzas. Me dirigí al bar del albergue donde me esperaban mis compañeros de viaje. Estaban en la terraza disfrutando de una ligera brisa que se había levantado. Los vi de lejos y me iba fijando en sus caras mientras me acercaba. Al llegar me aplaudieron y me dieron vítores. Eran unos burlones. Se veía que estaban descansados y tenían ganas de broma. El sol se había ensañado conmigo y, a pesar del sombrero y la crema protectora, tenía la cara como una granada. Tomé a Galleta en brazos y en un momento me dio mil besos acompañados de suspiritos. Los perros nunca preguntan ni piden nada. Siempre se alegran cuando llega su dueño, y su amor es incondicional. Deberíamos aprender de ellos. Tras hacer veinte minutos de yoga y rezar, me cogí de la mano de mi ángel custodio y me despedí del mundo. El sueño es casi una muerte reversible que se repite cada noche, donde rigen las leyes del mundo intangible. (De mi novela sobre el Camino de Santiago, El Códice de Clara Rosemberg),, NAZARIO MATOS..