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CASTROVERDE DE CAMPOS: TIERRA DE CAMPOS -Y LAS DOS CASTILLA:: PÁGINA Nº 4....

TIERRA DE CAMPOS -Y LAS DOS CASTILLA:: PÁGINA Nº 4. En su sacrificio final, Padilla, al frente de unos pocos jinetes, carga contra miles de lanzas enemigasTiene también su interés el segoviano Juan Bravo, de noble alcurnia, algo mayor que Padilla y casado en segundas nupcias con María Coronel, hija de una rica familia de judeoconversos, un estamento al que también perjudicaban los impuestos y los abusos imperiales, aunque conversos hubo en los dos bandos y su causa no fue distintiva de ninguno. Señalado es su gesto de negarse ante el verdugo a aceptar su condena como traidor y proclamarse «celoso del bien público y la libertad del reino». Pero hay otros muchos, como el hidalgo toledano Pedro Laso de la Vega y el noble Pedro Girón, el único grande del reino alistado bajo el pendón comunero. O como el ""OBISPO DE ZAMORA, ANTONIO DE ACUÑA"", un prelado de armas tomar, implacable y ambicioso, que al frente de su tropa -que incluía una compañía de ""TRESCIENTOS CURAS""- sembró el terror por ""TIERRA DE CAMPOS"", desacreditando con su inclemencia la causa que defendía. Tras aspirar sin éxito al arzobispado de Toledo y la derrota de Villalar hizo como tantos revolucionarios feroces: escabullirse y tratar de ponerse a salvo, aunque lo cazaron en la frontera de Navarra y acabó ejecutado en la fortaleza de Simancas, pese a su fuero eclesiástico. Y qué decir de la viuda de Padilla, María Pacheco, hija de un grande del reino, el primer marqués de Mondéjar, que a la muerte de su marido se hizo fuerte en Toledo y resistió un asedio de seis meses, dando ejemplo de entereza a una población a la que sobrecogía con su entrega. El emperador nunca la perdonó y murió en el exilio, en Oporto, diez años después de Villalar. María Pacheco. Esposa de Juan de Padilla y de más noble cuna que él, lo secundó contra su propia familia, leal a Carlos V. Sostuvo la resistencia de Toledo. Instruida y enérgica, idealizada por unos, demonizada por otros, una mujer adelantada a su época. En la foto, Doña María Pacheco de Padilla después de Villabar, 1881. Vicente Borrás y Mompó. Museo Nacional de Prado. Pero también en el campo imperial hubo personajes que hacen de esta una gran historia. Lo es el cardenal Adriano, un extranjero arrojado al avispero castellano que quiso advertir a su señor de lo que se cocía en su reino y sacarlo de sus errores y que acabaría sentándose en la silla de Pedro con el nombre de Adriano VI. Y lo es el almirante de Castilla, don Fadrique Enríquez, un estadista fino y astuto que hizo todo lo posible por disuadir de la guerra a sus enemigos y que, cuando comprobó que no había manera de convencerlos, se resignó a aplastarlos por las armas, pero no dejó de pedirle al emperador piedad para los vencidos. Se atrevió a escribirle, en una carta que no tuvo respuesta, que sus súbditos veían que entraba «con el cuchillo en la mano», que hallaba «leyes para degollar pero no para gratificar» y que «peligrosa cosa es querer reinar solo con el temor». En otro país, gente así habría protagonizado un montón de películas. Aquí, ya se sabe.,, NAZARIO MATOS..