PÁGINA Nº 2.
Que superen la barrera de los 100 habitantes sólo hay siete, cuatro de ellos en la provincia de Burgos«Huerta de Arriba es un pueblo de montaña, con clima extremo, que ha vivido tradicionalmente de la agricultura, la ganadería y los recursos forestales, muy atractivo para visitar y estar en contacto con la naturaleza», relata el alcalde«El gran problema, como el de la mayoría de los pueblos, es que no hay actividad económica (…) Si no hay empresas donde uno pueda encontrar un puesto de trabajo, se va a buscarlo donde lo hay, que es en las grandes ciudades», señala, aunque apostilla orgulloso, «pero somos un pueblo con suerte porque tenemos dos bares, dos tiendas y una panadería». Infancias contrastadas
María Palomar, de 22 años, lleva toda su vida en HUERTA DE ARRIBA salvo un paréntesis, que se inició a los 18, para estudiar la carrera de Magisterio en Burgos y que concluye ahora con sus prácticas en Salas de los Infantes, a unos 30 kilómetros, donde va y vuelve todos los días. La joven ayuda además a su madre en el bar que regenta.
Quedamos con ella un domingo por la mañana, justo el día después de la celebración de la fiesta de los Mayos: «Esta no es mi voz», nos dice entre risas, «volví un poco tarde ayer…». Se declara acérrima defensora del mundo rural frente a la vida «con prisas» de la ciudad.
«HUERTA DE ARRIBA es un pueblo muy bonito, aunque poco a poco se está yendo la gente, pero me gusta mucho, estoy muy feliz aquí», afirma convencida. Pese a ello, admite que ha tenido momentos difíciles, como los últimos años de su niñez, que describe como «solitarios».
«Es una cosa que no recomiendo a los padres de Diego, que esté un niño aquí solo, sin gente con la que poder jugar y dar un paseo», lamenta, pero afirma resiliente: «Te acostumbras a la soledad, te vas a dar una vuelta en bici tú sola, juegas al tenis tú sola… Es aburrido, pero te vas apañando».
Ese es precisamente uno de los aspectos que más preocupa a Laura Fernández, de 34 años, residente en Huerta y madre de Diego: «Recuerdo mi infancia muy feliz. Después de salir del colegio íbamos todos los amigos al monte, a las cuevas…», rememora ilusionada. A su lado, su marido, Javier Sainz, asiente.
«Yo tenía amigos, aunque no fueran todos de la misma edad, pero nos juntábamos… Eso Diego no lo va a tener porque no hay más niños que él. Sí que es 'el niño del pueblo' y socializa con la gente mayor, pero no tiene niños para jugar, al menos entre semana».
En peligro de extinción
Desde el año 2000, casi el 40% de los municipios españoles han perdido más de un 20% de su población. Es el caso de Huerta de Arriba: a principios de siglo tenía 194 registrados, en 2021 son 128. «Los que dormimos aquí todos los días somos unos 70», calcula Javier.
El motivo, para Laura, sin empleo y en búsqueda de éste, es evidente: «Cada día los jóvenes tienen menos recursos para venir a trabajar al pueblo y eso implica que el día de mañana, en cuanto la gente mayor vaya desapareciendo, los pueblos se van a quedar abandonados».
Símbolo de ese devenir es el edificio de la escuela. «En aquel lado estaban las niñas, que en mi época llegaron a ser unas 50, y al otro, los niños, que éramos sobre 40», relata Rufino, abuelo de Diego y exalcalde de la localidad, señalando una pequeña casa blanca y alargada frente a un camino y un pequeño prado. «Hace unos años la cerraron, y ahora uno de los lados se utiliza como centro de mayores», afirma apenado.
«El tema de la despoblación es una tendencia que lleva décadas. De esto se habla desde que yo tenía 20 años. Si no se han encontrado fórmulas mágicas, no debe haberlas», reflexiona el regidor del municipio.
La esperanza
El tema está sobre la mesa. En el Barómetro del CIS de febrero de 2019, el 82,4% de los encuestados afirmaban haber oído hablar de la despoblación, y, de ellos, casi el 90% consideraban que era un problema muy o bastante grave. En octubre de 2020, esta preocupación quedó reflejada en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la economía española, que entre sus políticas incluye la denominada «Agenda urbana y rural, la lucha contra la despoblación y el desarrollo de la agricultura».
En el pueblo coinciden en que el impulso que ha registrado el teletrabajo puede suponer una transfusión para estas localidades que se desangran demográficamente. «Durante la pandemia vinieron cinco personas a teletrabajar», cuenta el alcalde. «Los pueblos pueden ser lugares interesantes para vivir cuando tu trabajo no te exige estar presencialmente en una factoría».
Por ello, tras hacer una encuesta y ver que existía interés, el consistorio burgalés está habilitando una zona de coworking en sus instalaciones, «donde empresarios puedan montar ahí su oficina».
Porque -coinciden todos-, más allá de las dificultades motivadas por la escasez de servicios, la vida en el pueblo tiene grandes beneficios: «El contacto con la naturaleza, el aire limpio, la tranquilidad...», enumera Laura.
«En el futuro quiero estar en Huerta», dice María decidida, «espero sacarme el día de mañana la oposición y dar clases en Salas. Yo aquí soy muy feliz y no me quiero ir».
Mientras tanto, Diego juguetea con su abuelo en un prado cercano al río. Él no sabe todavía todo lo que implicó su llegada, pero es un símbolo de esperanza. De hecho, cuando nació, el alcalde emitió un bando, en el mismo rezaba: «Recibimos la llegada de este nuevo “HUERTAÑÍN” Diego como augurio de ese renacer de nuestro pueblo que tanto deseamos».
Que superen la barrera de los 100 habitantes sólo hay siete, cuatro de ellos en la provincia de Burgos«Huerta de Arriba es un pueblo de montaña, con clima extremo, que ha vivido tradicionalmente de la agricultura, la ganadería y los recursos forestales, muy atractivo para visitar y estar en contacto con la naturaleza», relata el alcalde«El gran problema, como el de la mayoría de los pueblos, es que no hay actividad económica (…) Si no hay empresas donde uno pueda encontrar un puesto de trabajo, se va a buscarlo donde lo hay, que es en las grandes ciudades», señala, aunque apostilla orgulloso, «pero somos un pueblo con suerte porque tenemos dos bares, dos tiendas y una panadería». Infancias contrastadas
María Palomar, de 22 años, lleva toda su vida en HUERTA DE ARRIBA salvo un paréntesis, que se inició a los 18, para estudiar la carrera de Magisterio en Burgos y que concluye ahora con sus prácticas en Salas de los Infantes, a unos 30 kilómetros, donde va y vuelve todos los días. La joven ayuda además a su madre en el bar que regenta.
Quedamos con ella un domingo por la mañana, justo el día después de la celebración de la fiesta de los Mayos: «Esta no es mi voz», nos dice entre risas, «volví un poco tarde ayer…». Se declara acérrima defensora del mundo rural frente a la vida «con prisas» de la ciudad.
«HUERTA DE ARRIBA es un pueblo muy bonito, aunque poco a poco se está yendo la gente, pero me gusta mucho, estoy muy feliz aquí», afirma convencida. Pese a ello, admite que ha tenido momentos difíciles, como los últimos años de su niñez, que describe como «solitarios».
«Es una cosa que no recomiendo a los padres de Diego, que esté un niño aquí solo, sin gente con la que poder jugar y dar un paseo», lamenta, pero afirma resiliente: «Te acostumbras a la soledad, te vas a dar una vuelta en bici tú sola, juegas al tenis tú sola… Es aburrido, pero te vas apañando».
Ese es precisamente uno de los aspectos que más preocupa a Laura Fernández, de 34 años, residente en Huerta y madre de Diego: «Recuerdo mi infancia muy feliz. Después de salir del colegio íbamos todos los amigos al monte, a las cuevas…», rememora ilusionada. A su lado, su marido, Javier Sainz, asiente.
«Yo tenía amigos, aunque no fueran todos de la misma edad, pero nos juntábamos… Eso Diego no lo va a tener porque no hay más niños que él. Sí que es 'el niño del pueblo' y socializa con la gente mayor, pero no tiene niños para jugar, al menos entre semana».
En peligro de extinción
Desde el año 2000, casi el 40% de los municipios españoles han perdido más de un 20% de su población. Es el caso de Huerta de Arriba: a principios de siglo tenía 194 registrados, en 2021 son 128. «Los que dormimos aquí todos los días somos unos 70», calcula Javier.
El motivo, para Laura, sin empleo y en búsqueda de éste, es evidente: «Cada día los jóvenes tienen menos recursos para venir a trabajar al pueblo y eso implica que el día de mañana, en cuanto la gente mayor vaya desapareciendo, los pueblos se van a quedar abandonados».
Símbolo de ese devenir es el edificio de la escuela. «En aquel lado estaban las niñas, que en mi época llegaron a ser unas 50, y al otro, los niños, que éramos sobre 40», relata Rufino, abuelo de Diego y exalcalde de la localidad, señalando una pequeña casa blanca y alargada frente a un camino y un pequeño prado. «Hace unos años la cerraron, y ahora uno de los lados se utiliza como centro de mayores», afirma apenado.
«El tema de la despoblación es una tendencia que lleva décadas. De esto se habla desde que yo tenía 20 años. Si no se han encontrado fórmulas mágicas, no debe haberlas», reflexiona el regidor del municipio.
La esperanza
El tema está sobre la mesa. En el Barómetro del CIS de febrero de 2019, el 82,4% de los encuestados afirmaban haber oído hablar de la despoblación, y, de ellos, casi el 90% consideraban que era un problema muy o bastante grave. En octubre de 2020, esta preocupación quedó reflejada en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la economía española, que entre sus políticas incluye la denominada «Agenda urbana y rural, la lucha contra la despoblación y el desarrollo de la agricultura».
En el pueblo coinciden en que el impulso que ha registrado el teletrabajo puede suponer una transfusión para estas localidades que se desangran demográficamente. «Durante la pandemia vinieron cinco personas a teletrabajar», cuenta el alcalde. «Los pueblos pueden ser lugares interesantes para vivir cuando tu trabajo no te exige estar presencialmente en una factoría».
Por ello, tras hacer una encuesta y ver que existía interés, el consistorio burgalés está habilitando una zona de coworking en sus instalaciones, «donde empresarios puedan montar ahí su oficina».
Porque -coinciden todos-, más allá de las dificultades motivadas por la escasez de servicios, la vida en el pueblo tiene grandes beneficios: «El contacto con la naturaleza, el aire limpio, la tranquilidad...», enumera Laura.
«En el futuro quiero estar en Huerta», dice María decidida, «espero sacarme el día de mañana la oposición y dar clases en Salas. Yo aquí soy muy feliz y no me quiero ir».
Mientras tanto, Diego juguetea con su abuelo en un prado cercano al río. Él no sabe todavía todo lo que implicó su llegada, pero es un símbolo de esperanza. De hecho, cuando nació, el alcalde emitió un bando, en el mismo rezaba: «Recibimos la llegada de este nuevo “HUERTAÑÍN” Diego como augurio de ese renacer de nuestro pueblo que tanto deseamos».