CASTROVERDE DE CAMPOS: Lectura en la misa de los Quintos del 59 el 15/08/09...

Lectura en la misa de los Quintos del 59 el 15/08/09

Cincuenta años después

Queridos amigos:

Contento estoy y contentos os noto en este día tan especial para todos en el que celebramos con júbilo los primeros cincuenta años de nuestra vida.

Nacimos pasada ya la mitad del siglo pasado. Ese año de 1959 las Naciones Unidas dijeron que los niños y las niñas tenían derecho a ser considerados iguales sin discriminaciones.

En un día tan especial como hoy es inevitable hacer una mirada retrospectiva hacia un pasado reciente que nos hace recordar tantas cosas, tantos momentos, tantas experiencias…

Si es común en otras celebraciones de quintos anteriores a la nuestra el hacer un repaso de todos nuestros recuerdos referidos al pasado común que hemos compartido, intentaré hacerlo también, pero sin olvidarme del futuro, de lo que nos queda de vivir.

Y sobre el pasado, el primer recuerdo, con todo el cariño que se merecen él y toda su familia, es para Timín, que ya no está entre nosotros y que siempre, y especialmente hoy está presente en nuestros corazones. Tampoco podemos olvidarnos de alguna ausencia más.

Nuestros recuerdos nos llevan a la escuela, punto de encuentro diario, con Doña María, Don Nicanor, Don Adelelmo, Don Felicísimo, Don Rafael, Doña Isidora, Doña Salvadora, Doña Lidu…Y en la escuela, todos con buena vista, todos sin gafas, sin aparatos en la boca, sin mutuas, sin esguinces, sin logopedas, sin psicólogos, sin profesor de apoyo, sin profesor de inglés, ni de música, ni de educación física. ¡Cómo ha cambiado todo! Íbamos a la escuela, y qué autoridad otorgábamos a nuestros maestros y maestras.

Nuestros recuerdos nos llevan a Don José María, el párroco, del que fuimos monaguillos algunos de nosotros. ¡Qué bien cantaba Felixuco!

También nos llevan al Valderaduey, sus cangrejos y a los baños en Boda. También nos llevan a la plaza, a las vueltas que dábamos con nuestras bicicletas a la fuente, ahora cambiada de sitio, (las bicicletas también cambiaban de color y pasaban de hermano a hermano, y en las que aprendimos algunos a andar por debajo de la barra).

Los recuerdos nos llevan a jugar a matar en la parte alta de la plaza, al campo de fútbol de las Moreras, en donde hacíamos partidos de fútbol hasta que llegaban los grandes, y con total obediencia nos íbamos y les dejábamos hasta el balón, que habíamos pedido a Marciano que era quien lo guardaba.

Los recuerdos nos llevan al bar de Calvo, del que huíamos cuando aparecían nuestros padres; a la leche en polvo de la escuela, a la moto de Don Agapito, a las carreras de bici de los grandes, el trabajo en el campo o con las ovejas, a la era, las pacas de paja de alfalfa, a coger lentejas y garbanzos, a las madrugadas para ir al instituto de Valderas, al baile en casa Calvo, a las peñas en la Feria, a los toros en el Palacio, al cine los domingos (que costaba 4 pesetas), a los abisinios de Rafa, a los cigarros que comprábamos a Antonio el estanquero, y a Rufino más tarde.

Nuestros recuerdos nos llevan a los quintos, en el siglo pasado. En el pueblo, el nacimiento y la muerte se veían con naturalidad. No nacíamos en Zamora en el Clínico como ahora, y sí en la cama de nuestros padres, y se velaban los muertos en casa, y no en tanatorios.

¡Qué ricas las torrijas de chorizo y tocino que comíamos al salir de la escuela! ¡Qué contentos íbamos con los cangrejos que pescábamos en el Valderaduey! ¡Cómo se oía la llegada del tren burra con sus pitidos!

Conocimos las mulas que iban a arar, y los primeros tractores. Nos llamaba la atención ver pasar algún coche por el pueblo, acostumbrados a ver carros y mulas. Y había ruido de la fragua de Farruco, y dejó de funcionar la carpintería de Cascón, y apareció el Mesón, y cerró Mateíto, y cambió de lugar el bar de Pedro.

Que nos metieron el agua corriente en casa y ya no había que ir a las fuentes con los cántaros. Se hicieron lavabos en casa de nuestros padres, y era sin duda un signo de prosperidad y de desarrollo.

Y apareció la transición en plena adolescencia, y fuimos testigos de muchos cambios políticos, sociales, laborales, educativos, sanitarios...

Crecimos todos y nos repartimos por España cada uno como pudo, con mayor o menor suerte, y nos seguimos viendo en vacaciones. Y volvemos al pueblo y nos seguimos viendo. Es Castroverde el referente para encontrarnos en La Purísima, en La Feria, los Mártires, en vacaciones, o cuando nos place.

Es bonito mirar al pasado y rebuscar en el laberinto de la memoria los momentos que nos hicieron felices. Y en ese laberinto, qué bueno es recordar solamente lo bueno, y de lo malo, nada, como muy bien dicen los Celtas Cortos.

¿Y ahora, qué nos queda? Nos queda el presente y el futuro, y nos queda vivir, que no es poco. Nos queda velar por la adolescencia de nuestros hijos e hijas, nos queda la vejez de nuestros padres, nos queda la convivencia familiar. Nos quedan tiempos difíciles, en los que la resiliencia, es decir, la entereza ante las adversidades, tiene que aflorar para afrontar lo que el curso natural de la vida nos depare.

Benedetti, un poeta que nos dejó este año, nos dice en uno de sus poemas, que cuando éramos niños todo nos resultaba grande, enorme, distante, ajeno, y ahora, cuando ya somos adultos, todo adquiere su justa medida, y todo lo que pasa nos afecta más directamente, porque los que faltaban cuando éramos niños siempre eran los otros, y ahora, adultos ya, los que empiezan a faltar son ya los nuestros.

Nos queda vivir e intentar ser felices y hacer felices a los que comparten la vida con nosotros. Nos queda atender a nuestros mayores. Y que nuestros hijos vean en nosotros los referentes positivos necesarios para que se comporten como buenos ciudadanos, donde nada les sea ajeno, y se comprometan con intentar hacer lo posible por vivir en un mundo cada día más justo, más solidario, más sostenible.

Nos queda inculcar a nuestros hijos los valores del trabajo, la responsabilidad, el respeto hacia todas las personas, la igualdad entre todos, el que asuman derechos y obligaciones en la misma medida.

Nos queda educar a nuestros hijos a que se solidaricen con los que menos tienen.

Y por último, aquí, delante de la Purísma, a la que tantas veces nuestros mayores han cantado la Salve, y hemos visto ojos cristalinos por la emoción que producía el momento y a la que tantas veces hemos podido confensar nuestras preocupaciones, nuestros desencantos, nuestros pesares, pedimos a la Virgen salud para nosotros, para nuestros hijos, para nuestros padres, y que nos ayude Ella a ser lo más felices que podamos.

Eso es todo.

Un abrazo. Creo que nunca olvidaremos este momento.

Salvador Porqueras Moreno