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La antigua cofradía de la Cruz de Corrales del Vino
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La antigua cofradía de la Cruz de Corrales del Vino
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JOSÉ-ANDRÉS CASQUERO FERNÁNDEZ El 27 de noviembre de 1514 Juan Gato, vecino de Corrales, en el partido del Vino, acudió de mañana a la audiencia episcopal, reunida en la sesión ordinaria en la capilla de Santiago del claustro de la catedral, y solicitó de su presidente, el licenciado Gonzalo Monte, a la sazón provisor y vicario general del Obispado, entonces gobernado por D. Antonio de Acuña, la aprobación de las ordenanzas por las que habría de regirse la recién fundada Cofradía de la Cruz.

Nacía esta cofradía con el fin de hacer remembranza de la Pasión de Jesucristo, celebrando a propósito una procesión el Jueves de la Cena, «En la cual todos los confrades y hermanos de esta santa confradía vayan desnudos en remembranza que Nuestro Señor murió desnudo en la cruz y vayan descalzos en remembranza de los clavos crueles que por sus sagrados pies enclavaron. E vayan vertiendo sangre de sus cuerpos en remembranza de la sangre que nuestro Señor derramó en aquel día por nos redimir y salvar. Otrosí lleven cubiertas las cabezas con paños mostrando el dolor que la bendita Virgen María hubo cuando vio morir a su hijo y yendo disciplinando las espaldas en remembranza de los crueles azotes que Jesucristo nuestro redentor recibió en su sagrado cuerpo». Sus estatutos - los más antiguos y completos de esta advocación que conservamos - reglamentan con precisión la casuística que la vida cofrade exigía. Entrar en la cofradía conllevaba pagar una cantidad en metálico y una pieza de cera. Asimismo todo cofrade estaba obligado a acudir, confesado y comulgado, el día de la disciplina, llevando camisa de lienzo, abierta en las espaldas, caperuz que cubriese la cabeza, y disciplina con puntas que sacasen sangre, además de no llevar señal alguna en el hábito por la que pudiese ser reconocido. De esta obligación se eximía a los ausentes, enfermos y ancianos, así como a los clérigos y caballeros. Era asimismo obligación de los cofrades asistir a una docena de funciones religiosas: fiestas de la Virgen, ciclo de Navidad, Todos los Santos, solemnidades de la Cruz (Invención y Exaltación) y las señeras de la orden franciscana (San Francisco y San Antonio de Padua), a cuya predicación posiblemente deba su fundación. Además de las gracias espirituales los cofrades eran asistidos en la hora de la muerte. Solidariamente el moribundo era velado por turno, y tras morir su cuerpo llevado a hombros de sus hermanos, desde su casa a la iglesia, en la que le daban tierra. Sencillo y apenas jerarquizado era el entramado organizativo de la cofradía, toda vez que su gobierno se reducía a una corta junta formada por un abad y mayordomo, de elección cadañera, que debían rendir cuentas al finalizar su mandato. Los cargos se renovaban en el cabildo o junta de Santa Cruz de Mayo, día en el que solía haber comida de hermandad.

Sorprende que disponiendo de un modesto patrimonio raíz, pudiese levantar a su costa una ermita y humilladero, del que aún hoy queda una cruz de cantería en sus inmediaciones. Ubicada junto a la calzada de Salamanca, su cercanía al casco urbano determinó que junto a ella se construyese el cementerio. La actual fábrica de esta ermita - antes hubo otras dos - es fruto de la reforma iniciada a mediados del siglo XVIII. Construida con gruesos muros de piedra arenisca (Avedillo), es de gran belleza y unidad de estilo (barroco), y ha de ponderarse como una de las mejores de la diócesis. En lo decorativo exterior e interior están presididos por la iconografía recurrente de su titular: la Virgen de las Angustias, que aparece, en una hornacina sobre la puerta de ingreso, asentada sobre suelo rocoso, con la cruz que exhibe sudario y títulus, y circundada de elementos ornamentales de carácter simbólico: arriba el búcaro de azucenas y a los pies un niño atlante, el sol y la luna, y un cáliz orlado de nubes y timbrado con una corona de espinas y tres clavos. En su interior, una exquisita talla en pino a tamaño natural gubiada en 1717 por el escultor salmantino Francisco Martínez, ocupa la caja central del retablo mayor, obra de Simón Gavilán Tomé. La Virgen vestida con saya roja, toca blanca, manto azul discretamente adornado con motivos vegetales dorados, y aureola de estrellas, sujeta entre sus piernas el cuerpo yerto de su Hijo, recostado sobre blanco sudario, que deja ver un suelo rocoso. Su mano derecha sostiene su cabeza, aún con la corona de espinas, y la izquierda ase delicadamente su brazo. La imagen de Cristo muestra anatomía musculada y proporcionada, cabeza tallada con delicadeza, barba lampiña, ojos cerrados, boca entreabierta, y heridas sangrantes en costado, manos, pies y rodillas.

Flanquean el grupo de las Angustias, dos imágenes, colocadas en sendas hornacinas: un Cristo atado a la columna, pieza de talla tosca y sin belleza formal, de tamaño natural, contemporáneo de la hechura del retablo (mediados del siglo XVIII), que podría atribuirse al mencionado Simón Gavilán Tomé, y un Ecce Homo, algo menor, de rasgos más blandos y ramplona anatomía, de autor desconocido, cuya labra se documenta en 1791. Bajo la titular, en un nicho, se ubica la urna con un Cristo yacente articulado, documentado en 1753, asimismo de autor anónimo y procedencia salmantina, que antaño se utilizada en la función del descendimiento. Hubo también un Jesús Orando en el Huerto, pieza igualmente tosca, obra del escultor zamorano José Cifuentes, pintada por Manuel Rico, y estrenada en 1784, que fue robado de la ermita hace algunas décadas, del que queda aún el ángel, circunstancia que obligó a llevar el resto de imágenes a la parroquia, donde aún están pese a haberse restaurado recientemente la ermita. Completa el patrimonio imaginero de la cofradía un Nazareno de vestir, de autor desconocido documentado en 1755. Todo este rico pasado se desvaneció pues la cofradía no sobrevivió a nuestros días. No así su patrimonio imaginero que aún luce en la procesión que en la noche del Viernes Santo organiza la Cofradía del Santo Cristo Corralino.