Al grano
Cosas que no sirven para nada
Publicado: 27/11/2013
Es tiempo de frío, de esconder el cuerpo y airear lo que nunca se ve. Cuando el invierno asoma las orejas, los días se afilan y se ponen tiesos, el campo se tapa con un plexiglás invisible que protege el hurmiento que crece abajo. Las labores agrarias se congelan y solo mínimos movimientos dejan entrever que la tierra, casi muerta, todavía respira.
Estos días, aunque no lo parezca, son criadores. Fíjense bien, suele ser gente mayor, con la espalda corvada por los años y los sinsabores que muerden abajo, donde más daño hace. Van -qué imagen más insólita- con la azada al hombro, escondidos del frío por las esquinas. No van lejos, se paran entre las casas de los pueblos, en las cortinas y en los terrenos que gallean junto a las vegas. Allí toman posesión de su reino. ¿Qué hacen?
Ya ven, siembran ajos, qué cosas. En estos tiempos de prisas, de noticias que duran lo que se tarda en contarlas, de whatsapps desbocados, de locura social, van estos y en posición de reverencia, doblando el espinazo, cavan y cavan, trazando surcos a ojo, que salen perfectos. No importa el tiempo, solo que la obra salga bien, valles y mesetas, equilibrio universal. ¿Y cuándo acaban, qué hacen?
Llevan los dientes de ajo en una bolsa (salen entro ocho y diez por cabeza), hay quien usa todavía la talega, pero son los menos. Empieza la tarea. Cada diente con el brote hacia arriba, unos diez centímetros de profundidad, la separación a gusto del consumidor. Se entoñan de forma amorosa y se acolcha la tierra; es un ejercicio de sensibilidad, aunque no lo parezca, claro. Antes de iniciar el trabajo, hay que conocer la fase de la luna en la que estamos, cuarto menguante, ahora se puede.
Plantar ajos ¿quién se interesa ya por esta tarea? Nadie. Una futilidad. No hay tiempo. Hay que mirar y mirar la pantalla. No está la vida para perder el tiempo. ¿Plantar ajos? ¿Y eso para qué sirve?
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Cosas que no sirven para nada
Publicado: 27/11/2013
Es tiempo de frío, de esconder el cuerpo y airear lo que nunca se ve. Cuando el invierno asoma las orejas, los días se afilan y se ponen tiesos, el campo se tapa con un plexiglás invisible que protege el hurmiento que crece abajo. Las labores agrarias se congelan y solo mínimos movimientos dejan entrever que la tierra, casi muerta, todavía respira.
Estos días, aunque no lo parezca, son criadores. Fíjense bien, suele ser gente mayor, con la espalda corvada por los años y los sinsabores que muerden abajo, donde más daño hace. Van -qué imagen más insólita- con la azada al hombro, escondidos del frío por las esquinas. No van lejos, se paran entre las casas de los pueblos, en las cortinas y en los terrenos que gallean junto a las vegas. Allí toman posesión de su reino. ¿Qué hacen?
Ya ven, siembran ajos, qué cosas. En estos tiempos de prisas, de noticias que duran lo que se tarda en contarlas, de whatsapps desbocados, de locura social, van estos y en posición de reverencia, doblando el espinazo, cavan y cavan, trazando surcos a ojo, que salen perfectos. No importa el tiempo, solo que la obra salga bien, valles y mesetas, equilibrio universal. ¿Y cuándo acaban, qué hacen?
Llevan los dientes de ajo en una bolsa (salen entro ocho y diez por cabeza), hay quien usa todavía la talega, pero son los menos. Empieza la tarea. Cada diente con el brote hacia arriba, unos diez centímetros de profundidad, la separación a gusto del consumidor. Se entoñan de forma amorosa y se acolcha la tierra; es un ejercicio de sensibilidad, aunque no lo parezca, claro. Antes de iniciar el trabajo, hay que conocer la fase de la luna en la que estamos, cuarto menguante, ahora se puede.
Plantar ajos ¿quién se interesa ya por esta tarea? Nadie. Una futilidad. No hay tiempo. Hay que mirar y mirar la pantalla. No está la vida para perder el tiempo. ¿Plantar ajos? ¿Y eso para qué sirve?
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