DON RAMóN ABRANTES
Con la edad y el trato aprende uno a diferenciar de inmediato entre artistas y mercachifles. Estos segundos son más numerosos, claro; son la abrumadora mayoría en el mundo del "Arte". Son los que siempre hablan de eso, de arte, en términos ampulosos, casi siempre ininteligibles. Su objetivo en la vida es ser artistas. Los primeros rara vez hablan de arte, si no es para descalificarla o para mofarse de quienes se llaman a sí mismos artistas. Ellos hablan de artesanía, de trabajo bien hecho, de búsqueda obsesiva de nuevas técnicas que mejoren aquello a lo que se dediquen, sea escultura, pintura o cualesquiera otras artes/artesanías. Su objetivo en la vida es una quimera que saben inalcanzable: lograr la perfección en sus obras, aunque sea en una sola. A ello dedican sus mejores años, su vida, sus energías. Pero como son conscientes de lo inalcanzable de la meta, se niegan a tenerse por artistas.
Pese a lo cual, me gustaba darle guerra a don Ramón Abrantes cuando lo veía:
-¿Qué anda haciendo el artista?
De inmediato, se enfurecía jocoso (en él ambas palabras podían unirse, como saben cuantos lo trataron).
-¡Oye, a mí no me llames Lola Flores! ¿O no sabes que ahora los artistas son los cantantes, los actores...?
-Entonces, ¿lo tuyo qué es?
-Amor al oficio. Y artesanía.
En nuestros últimos encuentros, el postrero no hace muchas semanas, a la puerta de su casa, junto a Santa Clara, le repetí también una de mis últimas manías con él:
-¿Cuándo vas a hacer una exposición, una antológica o algo público, que nos permita a los periodistas hablar de ti, entrevistarte, porque hace muchísimo que eso no ocurre?
-Déjame. No necesito exposiciones. Todas las semanas viene gente a mi estudio, muchas veces desde otros países, a comprar obras o hacerme algún encargo. Y no quiero entrevistas con periodistas. No tienen ni idea de escultura.
-Ni de economía y tenemos que entrevistar a economistas. Ni de astronomía y tenemos que entrevistar a astrónomos...
-Los periodistas sólo quieren entrevistar a la Pantoja.
-¡Cómo nos pones!
-A ti, no. Tú no eres periodista. Por eso te leo.
Lo que le apasionaba a don Ramón Abrantes era hablar de técnicas escultóricas, de no sé qué líquido para lograr un envejecimiento o una oxidación aparente en la piedra, de no sé qué forma de garantizar la perdurabilidad de las obras en tales o cuales materiales... Y si te dejabas llevar por el río permanente de sus reflexiones, podías toparte con una increíble conferencia sobre la belleza ondulada de una simple habichuela o sobre las inagotables posibilidades estéticas de una semilla cualquiera cuando empieza a germinar. También le fascinaban, y no se cansaba nunca de contemplar, los Cristos románicos, incluidos algunos que él talló a modo de rendido homenaje a sus predecesores.
Es a don Ramón Abrantes a quien debo una bellísima -y mitológica- teoría sobre los posibles orígenes de mi apellido. Sostenía que Llamero bien podía significar Guardián de la Llama, en referencia a los tiempos de la invención del fuego, cuando una familia o grupo se dedicaría en cada núcleo o pueblo a mantener viva la hoguera colectiva, llevando después por las casas o chozas la brasa o llama con la que cada cual pudiera encender su particular fogata. "...Y a las familias que se dedicaran a ese oficio, les darían el nombre de Llameros". Doy por seguro el carácter fantástico de la teoría "abrantiana". Pero es tan bella que desde que me la soltó, yo se la cuento a todo el mundo como si pudiera tener algo de cierto.
Aunque todo lo anterior no es más que humo, para evitar llegar a la única frase que ando rehuyendo desde la primera: que se me ha muerto, como herido por el rayo, en esta ciudad a la que tanto quiso, don Ramón Abrantes, el "Ramonín" de Claudio Rodríguez, el hombre que transformaba en curvas las esquinas, ángulos y rectas. Como me leía todos los artículos, hasta los malos, no me cuesta nada imaginarlo ahora mismo, leyéndome esto por encima del hombro y protestando:
-¡Como no quites lo de "Don" ahora mismo, no volvemos a hablar!
-Ya lo sé, Ramón. Por eso hasta hoy no lo había puesto.
Maldita sea.
Con la edad y el trato aprende uno a diferenciar de inmediato entre artistas y mercachifles. Estos segundos son más numerosos, claro; son la abrumadora mayoría en el mundo del "Arte". Son los que siempre hablan de eso, de arte, en términos ampulosos, casi siempre ininteligibles. Su objetivo en la vida es ser artistas. Los primeros rara vez hablan de arte, si no es para descalificarla o para mofarse de quienes se llaman a sí mismos artistas. Ellos hablan de artesanía, de trabajo bien hecho, de búsqueda obsesiva de nuevas técnicas que mejoren aquello a lo que se dediquen, sea escultura, pintura o cualesquiera otras artes/artesanías. Su objetivo en la vida es una quimera que saben inalcanzable: lograr la perfección en sus obras, aunque sea en una sola. A ello dedican sus mejores años, su vida, sus energías. Pero como son conscientes de lo inalcanzable de la meta, se niegan a tenerse por artistas.
Pese a lo cual, me gustaba darle guerra a don Ramón Abrantes cuando lo veía:
-¿Qué anda haciendo el artista?
De inmediato, se enfurecía jocoso (en él ambas palabras podían unirse, como saben cuantos lo trataron).
-¡Oye, a mí no me llames Lola Flores! ¿O no sabes que ahora los artistas son los cantantes, los actores...?
-Entonces, ¿lo tuyo qué es?
-Amor al oficio. Y artesanía.
En nuestros últimos encuentros, el postrero no hace muchas semanas, a la puerta de su casa, junto a Santa Clara, le repetí también una de mis últimas manías con él:
-¿Cuándo vas a hacer una exposición, una antológica o algo público, que nos permita a los periodistas hablar de ti, entrevistarte, porque hace muchísimo que eso no ocurre?
-Déjame. No necesito exposiciones. Todas las semanas viene gente a mi estudio, muchas veces desde otros países, a comprar obras o hacerme algún encargo. Y no quiero entrevistas con periodistas. No tienen ni idea de escultura.
-Ni de economía y tenemos que entrevistar a economistas. Ni de astronomía y tenemos que entrevistar a astrónomos...
-Los periodistas sólo quieren entrevistar a la Pantoja.
-¡Cómo nos pones!
-A ti, no. Tú no eres periodista. Por eso te leo.
Lo que le apasionaba a don Ramón Abrantes era hablar de técnicas escultóricas, de no sé qué líquido para lograr un envejecimiento o una oxidación aparente en la piedra, de no sé qué forma de garantizar la perdurabilidad de las obras en tales o cuales materiales... Y si te dejabas llevar por el río permanente de sus reflexiones, podías toparte con una increíble conferencia sobre la belleza ondulada de una simple habichuela o sobre las inagotables posibilidades estéticas de una semilla cualquiera cuando empieza a germinar. También le fascinaban, y no se cansaba nunca de contemplar, los Cristos románicos, incluidos algunos que él talló a modo de rendido homenaje a sus predecesores.
Es a don Ramón Abrantes a quien debo una bellísima -y mitológica- teoría sobre los posibles orígenes de mi apellido. Sostenía que Llamero bien podía significar Guardián de la Llama, en referencia a los tiempos de la invención del fuego, cuando una familia o grupo se dedicaría en cada núcleo o pueblo a mantener viva la hoguera colectiva, llevando después por las casas o chozas la brasa o llama con la que cada cual pudiera encender su particular fogata. "...Y a las familias que se dedicaran a ese oficio, les darían el nombre de Llameros". Doy por seguro el carácter fantástico de la teoría "abrantiana". Pero es tan bella que desde que me la soltó, yo se la cuento a todo el mundo como si pudiera tener algo de cierto.
Aunque todo lo anterior no es más que humo, para evitar llegar a la única frase que ando rehuyendo desde la primera: que se me ha muerto, como herido por el rayo, en esta ciudad a la que tanto quiso, don Ramón Abrantes, el "Ramonín" de Claudio Rodríguez, el hombre que transformaba en curvas las esquinas, ángulos y rectas. Como me leía todos los artículos, hasta los malos, no me cuesta nada imaginarlo ahora mismo, leyéndome esto por encima del hombro y protestando:
-¡Como no quites lo de "Don" ahora mismo, no volvemos a hablar!
-Ya lo sé, Ramón. Por eso hasta hoy no lo había puesto.
Maldita sea.