Fue mi sencilla
calle
testigo de mis infantiles
juegos;
una vieja y acogedora acacia,
el
fruto de cuidados y desvelos.
Detrás de la
ventana
susurra como el viento
una canción de cuna;
reviven los recuerdos de mil cuentos
contados con amor
al calor del hogar o del brasero.
Muy cerca hay una
huerta
de cambiantes
colores en
invierno
donde la escarcha mora
en los tallos más tiernos.
Y dentro de un portal,
tranquilo y muy
feliz vigila el perro
el sueño de su dueña,
los sueños de su dueño.
También un viejo muro centenario
impone su respeto,
tan sabio de secretos infantiles,
tan sabio de amoríos tan secretos.
Y subiendo la cuesta, hacia el oeste,
el viejo
cementerio.
Noemí.
Silva arromanzada.