Yendo caminando por la calle donde dicen que la florista viene y va, al encontrarme con el majestuoso monumento, edificado con el fin de dar cobijo a los espectáculos taurinos y convertida en primera plaza de toros del mundo, hacedora de sueños de todos los toreros, aquella que dio fama y prestigio al torero que con valor y entrega realizó en su ruedo lo mejor del arte de torear sin dudarle ni temer al toro.
El privilegio de ser la plaza más importante del mundo le da potestad para lo bueno lo mismo que para lo malo. Puede encumbrar a un torero a lo más alto del escalafón si es triunfador en ella, y pasará factura si no tuvo suerte en la lidia o no pudo estar a la altura de las circunstancias.
Yo, como aficionado al mundo de los toros, también quise ser torero, por tanto ahora que me encontraba delante de su puerta grande, no podía evitar dejar volar mi imaginación y sentirme izado a hombros después de una tarde de triunfo; seguí caminando para contemplarla en todo su contorno, viendo que estaba abierta una puerta de la parte de los corrales, pensé que era el momento de conocerla por dentro. Despacio franqueé aquella puerta. Una vez dentro del recinto me encontraba en un patio, debía ser el patio de caballos. Un operario de mantenimiento se acercó para decirme que tenía que marcharme, pues no se podía entrar. Al parecer, era una persona comprensiva. Después de comentarle que nunca había tenido la oportunidad de verla y ese día me encontraba en la ciudad ocasionalmente, me permitió que diera una vuelta por allí para poder verla.
Caminé hacia la puerta de cuadrillas, entrando unos metros en el ruedo, di una vuelta sobre mí mismo para poder contemplar aquella plaza. El silencio era absoluto. Esto me dejaba mejor volar la imaginación.
Aquellos tendidos, ahora vacíos, cuántas tardes llenos hasta la bandera, ovacionaron a muchos diestros. Yo ahora me sentía pequeño contemplando la magnitud de aquel coso vacío, pero de pronto... sentí un golpe de timbal seguido de los clarines. Estaban anunciando la salida del primer toro de la tarde. Me encontraba enfrente de la puerta de toriles; aprieto con fuerza un capote entre mis manos, y sin pensarlo dos veces me pongo de rodillas. Una sombra galopa hacia el ruedo por el callejón de toriles, irrumpe en la arena cuando mi corazón me golpea en el pecho fuerte y veloz lo mismo que el morlaco se aproxima a los abuelos de mi capote, levanto mi mano derecha a la vez que dibujo un círculo a la altura de mi cabeza soltando la mano izquierda para que se alarguen los abuelos del capote. Las astas del burel, buscan con ímpetu el percal, brincando por mi izquierda, la sombra fría del toro negro que en su primera acometida he podido burlar su embestida.
Tomo aire, pues creo que llevo unos segundos sin poder respirar. El toro, que después de la larga cambiada, a galopado lejos de mí unos metros, vuelve resoplando hacia mí. Yo me levanto, vuelvo a tomar el capote con ambas manos dando unos lances de recibo, remato con una media Verónica y el toro se aleja.
Yo no los escucho, pero en cada capotazo han habido unos fuertes “olés” en la plaza y ahora el público, que abarrota los tendidos, rompe en una gran ovación. El corazón sigue latiendo fuertemente. Me olvido del capote y levanto los brazos para recibir aquella gran ovación y sentirme como el más grande de los toreros.
Los chasquidos del canto de una urraca que vuelan por el coso, me sacan del ostracismo que me embarga. Bajo los brazos y miro a mi alrededor para comprobar que no me ha visto nadie, luego sonrío y noto la emoción por haber sentido eso, tantas veces soñado: Una gran ovación en el coso mas importante del mundo.
Fin.
El privilegio de ser la plaza más importante del mundo le da potestad para lo bueno lo mismo que para lo malo. Puede encumbrar a un torero a lo más alto del escalafón si es triunfador en ella, y pasará factura si no tuvo suerte en la lidia o no pudo estar a la altura de las circunstancias.
Yo, como aficionado al mundo de los toros, también quise ser torero, por tanto ahora que me encontraba delante de su puerta grande, no podía evitar dejar volar mi imaginación y sentirme izado a hombros después de una tarde de triunfo; seguí caminando para contemplarla en todo su contorno, viendo que estaba abierta una puerta de la parte de los corrales, pensé que era el momento de conocerla por dentro. Despacio franqueé aquella puerta. Una vez dentro del recinto me encontraba en un patio, debía ser el patio de caballos. Un operario de mantenimiento se acercó para decirme que tenía que marcharme, pues no se podía entrar. Al parecer, era una persona comprensiva. Después de comentarle que nunca había tenido la oportunidad de verla y ese día me encontraba en la ciudad ocasionalmente, me permitió que diera una vuelta por allí para poder verla.
Caminé hacia la puerta de cuadrillas, entrando unos metros en el ruedo, di una vuelta sobre mí mismo para poder contemplar aquella plaza. El silencio era absoluto. Esto me dejaba mejor volar la imaginación.
Aquellos tendidos, ahora vacíos, cuántas tardes llenos hasta la bandera, ovacionaron a muchos diestros. Yo ahora me sentía pequeño contemplando la magnitud de aquel coso vacío, pero de pronto... sentí un golpe de timbal seguido de los clarines. Estaban anunciando la salida del primer toro de la tarde. Me encontraba enfrente de la puerta de toriles; aprieto con fuerza un capote entre mis manos, y sin pensarlo dos veces me pongo de rodillas. Una sombra galopa hacia el ruedo por el callejón de toriles, irrumpe en la arena cuando mi corazón me golpea en el pecho fuerte y veloz lo mismo que el morlaco se aproxima a los abuelos de mi capote, levanto mi mano derecha a la vez que dibujo un círculo a la altura de mi cabeza soltando la mano izquierda para que se alarguen los abuelos del capote. Las astas del burel, buscan con ímpetu el percal, brincando por mi izquierda, la sombra fría del toro negro que en su primera acometida he podido burlar su embestida.
Tomo aire, pues creo que llevo unos segundos sin poder respirar. El toro, que después de la larga cambiada, a galopado lejos de mí unos metros, vuelve resoplando hacia mí. Yo me levanto, vuelvo a tomar el capote con ambas manos dando unos lances de recibo, remato con una media Verónica y el toro se aleja.
Yo no los escucho, pero en cada capotazo han habido unos fuertes “olés” en la plaza y ahora el público, que abarrota los tendidos, rompe en una gran ovación. El corazón sigue latiendo fuertemente. Me olvido del capote y levanto los brazos para recibir aquella gran ovación y sentirme como el más grande de los toreros.
Los chasquidos del canto de una urraca que vuelan por el coso, me sacan del ostracismo que me embarga. Bajo los brazos y miro a mi alrededor para comprobar que no me ha visto nadie, luego sonrío y noto la emoción por haber sentido eso, tantas veces soñado: Una gran ovación en el coso mas importante del mundo.
Fin.